Los datos de la Encuesta de Población Activa del segundo trimestre son espectaculares. España ha creado 600.000 puestos de trabajo de enero a junio y además en el sector privado y se alcanza la cifra histórica de 21 millones de ocupados. El paro se sitúa en el 11,6% en España y con una cifra cercana al 9% en Catalunya. Son resultados que nos sitúan, en órdenes de magnitud, anteriores a la gran crisis de 2008, cuando en el segundo trimestre las personas que trabajaban alcanzaron el máximo de 20,6 millones.
Pero cuidado, que en la bondad innegable de estas cifras permanecen referencias que deben mover a la atención y a la preocupación. La primera de estas es el número de horas trabajadas. Pese a que hay más ocupados en este segundo trimestre que el correspondiente al 2006, el número de horas trabajadas, 31.700, es netamente inferior al de ese año, que alcanzó las 35.000. Este dato significa que existe un importante número de contratos que no están a tiempo completo y también señala una merma en la capacidad productiva total. Esta reducción no significa mayor productividad porque la mayoría de los puestos de trabajo se caracterizan precisamente por todo lo contrario porque pertenecen al sector terciario intensivo en mano de obra.
Por el contrario, y éste es un dato alarmante, la industria perdió 64.500 empleos. Continúa el proceso de desindustrialización que es particularmente negativo dado que en este sector es donde se concentra la mayor productividad y mejores salarios. En ese momento en España sólo el 12% de la población trabaja en la industria por un 72,5% que lo hace en los servicios y un 6,2% en la construcción. En Barcelona, antigua “fábrica de España”, la cifra no es mucho mejor, sólo un 15% en la industria, por un 75% en los servicios, sobre todo a causa del impulso turístico de Barcelona. Ésta es otra debilidad que debería mover a preocupación.
De los nuevos puestos de trabajo creados más de 1 de cada 4 pertenecen a la hostelería, que ocupa a 1,8 millones de trabajadores, un 7,1% que en el mismo trimestre del año, y significa 85.000 puestos de trabajo adicionales si los comparamos con los del segundo trimestre de 2019. Está claro que el empleo que crece es sobre todo por este lado. Recordemos que mayoritariamente estos nuevos puestos son además ocupados por inmigrantes.
El turismo a su vez genera un efecto inducido en otros sectores: el comercio, determinados servicios profesionales, la construcción y la industria alimentaria. Un factor importante y estratégico del turismo es que equilibra la balanza de pagos. En 2019, generó unos ingresos de 67.385 millones de euros. También tiene un efecto multiplicador. Por cada euro generado por el turismo, se producen otros 0,96. Y por cada puesto de trabajo, otros 1,36 en otros sectores. Por tanto, es un motor importantísimo.
Pero, ¿cuál es el problema? Cuando pase la temporada de verano tendremos ocasión de constatarlo con toda su gravedad, a pesar de que el contrato fijo discontinuo enmascarará el paro real, porque mucha de la gente acogida a ese vínculo legal que figurará como ocupada en realidad estará en el paro generando gasto al estado.
Habría que aclarar este pastel a fondo, porque si no miramos la realidad mediante espejos deformados
El otro impacto negativo del turismo es su baja productividad y, por tanto, la generación de salarios muy bajos. Lo podemos constatar en Cataluña. El municipio de mayor monocultivo turístico, Lloret de Mar, tiene una de las rentas más bajas de Catalunya, sólo 10.847 euros y se sitúa en el 9º puesto entre los 193 municipios por su menor nivel de ingresos por persona. Salou es otro caso, aunque su posición es mejor que la de Lloret, pero siempre claramente por debajo de la renta media catalana.
Ahora que hablamos tanto de sostenibilidad, hay que recordar que el turismo genera un impacto ambiental muy grande y también externaliza unos costes que son pagados con dinero público en demanda sobre sanidad, seguridad, etc. Genera una presión sobre el mercado inmobiliario, aumentando el coste de la vivienda, gentrificando barrios y expulsando a habitantes locales. Barcelona y Palma de Mallorca están especialmente afectadas por este factor. Su rentabilidad por el capital desplaza a otras inversiones de sectores que generarían unos mejores salarios. De hecho, la pérdida de peso industrial de Cataluña se ha producido por este desplazamiento de la inversión, sobre todo local, de la industria al sector de la hostelería.
Los resultados del empleo que nos da la EPA señalan de forma inmediata un buen panorama, pero si no se hace nada importante auguran un futuro difícil, donde la producción puede crecer significativamente, el empleo también, pero al mismo tiempo se reduce la prosperidad de la mayoría de la población y además se consolida un grueso importante de personas que trabajan, pero que tienen unos ingresos que difícilmente les permiten vivir con normalidad.