Publicado en La Vanguardia el 18/07/2022
La civilización europea fue destruida por las catástrofes, en gran medida autoinflingidas, que sufrió entre 1914 y 1945. Son las dos grandes guerras, en la que la segunda fue una consecuencia de la primera y del crac de 1929, que acentuó todos los problemas previos. España se salvó de los dos conflictos bélicos, pero quedó devastada por su propia Guerra Civil. El impacto acumulativo de estos golpes y sus ramificaciones destruyó una civilización, que nunca ha sido recuperada del todo. Autores como Joseph Roth, Sándor Márai, Stefan Zweig, Jacques Le Rider, entre otros, son grandes narradores de la grandeza y miseria de una cultura perdida. Fueron treinta años de destrucción infernal ysalvajismo: Serbia perdió la mitad de los hombres entre 18 y 55 años en la I Guerra. De los más de tres millones de judíos polacos, un país que sufrió el desmembramiento primero y la dictadura después, de nazis y soviéticos, solo sobrevivirían el 3% en 1945. Por el tratado de Trianon, los húngaros quedaron reducidos a un pequeño país, con territorios distribuidos entre Checoslovaquia, Austria, Yugoslavia y Rumanía.
Millones de húngaros se encontraron viviendo en países extranjeros. La desarticulación europea continuó después de la II Guerra y un nuevo tratado, el de Yalta, formalizó el telón de acero. Europa, como tal, ya no existía.
A partir de 1945 las cosas cambian. Había finalizado una era y se había producido la hora cero de Europa, y a partir de 1952 se inició un nuevo renacimiento. Empezaron lo que después se llamaron los 30 gloriosos años , cuya piedra angular fue el tratado de Roma de 1957, que han trasformado una referencia geográfica y cultural, Europa, en un modelo económico y social admirado –pero no imitado–. Esta dinámica de bienestar sufrió dos grandes y sucesivas rupturas desreguladoras. La primera en la década de los setenta, y es muy profunda porque fue antropológica y moral. Lo identificamos simbólicamente como Mayo del 68.
La segunda, en la década siguiente, fue la traslación de la desregularización al ámbito económico. Si se podía hacer en lo más profundo del ser humano, su naturaleza, el sexo, la familia, ¿por qué no debía realizarse en un ámbito que, como la economía, solo es una convención cultural? Estas dos rupturas, unidas a la globalización, alteraron los equilibrios internos de las sociedades europeas.
Bajo la Administración demócrata de EE.UU., se proclama el rearme, un nuevo telón de acero Nuestro tiempo es el vástago de aquellas rupturas, hoy articuladas en una alianza objetiva de sus herederos: el progresismo de género y de las identidades LGTBIQ, y el liberalismo cosmopolita globalizado.
La robustez de lo que se había logrado y su inercia han sido suficientes para que el modelo europeo alcanzara nuestro siglo, no sin dar muestras de un agotamiento, que otro hecho histórico aplazó. En 1989 se produce la implosión del régimen soviético y el fin del telón de acero. Se recobra la unidad perdida integrando a los países del Este en la Unión Europea, sin apreciar que la cultura forjada contra el comunismo no era la misma que la de la Europa Occidental. Una obra de 1980 (1988) del checo Václav Belohradsky, La vida como problema político , anticipa de forma genial, como también en Occidente se negaría la tradición política del disenso y practicaría la cancelación con las minorías disidentes. La Europa de la Comunidad es ahora la sociedad desvinculada, basada en la realización mediante la satisfacción del deseo, del imperativo sexual como único hiperbién, que se impone a todos los demás, incluso al bien de la vida.
En la tercera década del siglo XXI vivimos otro momento histórico distinto marcado por una serie de crisis acumuladas, y no solo irresueltas sino agravadas por la política y la ideología dominante.
España paga un peaje especial: en el 2020 el PIB español se hundió tanto (10,8%) que todavía no nos hemos recuperado, y se redujo la esperanza de vida por primera vez desde la Guerra Civil.
La cumbre de la OTAN del 28 y 29 de junio señala un nuevo acontecimiento histórico. Bajo la dirección de la Administración demócrata de Estados Unidos, se proclama el rearme, un nuevo telón de acero, pero esta vez construido desde Occidente, y la implicación militar europea en el lejano escenario del Indopacífico. Europa vuelve a perder.
Mientras, crece la polarización, porque el miedo a que la disidencia se convierta en alternativa, con el aborto como signo, anula todo diálogo racional.