La pregunta del titular no es superflua, porque viendo la gesticulación del gobierno Sánchez, fracción PSOE, parecería que sí, que no nos importa lo más mínimo que nuestra gente corra riesgo de muerte en un conflicto con Rusia.
Sin embargo, es que, al margen de un criterio pacifista que considere que toda guerra en sí misma es mala, el caso de Ucrania tiene mucha tela que cortar, y los medios de comunicación no la presentan toda o, al menos, no la presentan con suficiente objetividad.
Hay que empezar por recordar que el nuevo estado ucraniano está dividido entre dos partes sustancialmente diferentes. De Kiev hacia el este es un territorio mayoritariamente de lengua y cultura rusa y que se siente vinculado a ese país. Su economía también es muy dependiente de las exportaciones a Rusia, porque históricamente ha estado conectada a ésta. De hecho, cabe recordar que Rusia nació precisamente en esta zona, el “Rus ”.
Es a partir de ese origen cuando comienza la expansión eslava contra mongoles y turcos que van dando forma a la Rusia actual. Crimea, que formaba parte de Ucrania hasta la última intervención rusa, había sido un territorio emblemático de ese país. Desde siempre, ha sido la base naval histórica que permitía a la flota rusa acceder al Mediterráneo y también el lugar de descanso institucional de los zares, primero, y de los dictadores comunistas, posteriormente.
La otra parte del territorio ucraniano tiene en esta lengua su vehículo de expresión habitual y mira a Occidente, porque ha estado más vinculada históricamente al imperio polaco-lituano.
Todas estas tensiones estallaron con la gran crisis del 2014 con el Euromaidán , que comenzó en noviembre del 2013 en Kiev. Gobernaba entonces el país Víktor Yanukóvich que fue destituido del cargo por la Rada Suprema (RS) que tomó el control destituyendo al presidente, pero con la ausencia importante de una parte de sus miembros favorables al gobierno. Era el ganador de las elecciones y tenía una posición favorable a las tesis prorrusas.
En este confuso conflicto, que dio lugar a enfrentamientos durísimos en la calle y a la muerte, nunca del todo despejada, de un buen número de manifestantes, se instauró un nuevo gobierno que volvió a hacer bascular a Ucrania hacia la banda occidental. Si se revisan los medios de comunicación de entonces, se verá cómo son frecuentes las informaciones que señalan la financiación estadounidense de grupos de extrema derecha que estaban en la punta de lanza del conflicto contra el gobierno de Yanukovich.
A partir de este hecho se produce una dinámica bélica, porque Rusia no reconoce el nuevo gobierno, declara que fue un golpe de estado y pasa a ocupar Crimea en unos términos realmente muy poco conflictivos, porque no hubo lucha. Fue un visto y no visto. Lo que sí dio lugar a una guerra de baja intensidad, pero con muertes y destrucción que todavía dura, fue la declaración de las zonas Donetsk y Lugansk, separándose a través de un referéndum del resto de Ucrania, y pidiendo la incorporación a Rusia, lo que no se ha producido. Sin embargo, este territorio cuenta con la protección de este país que ha hecho que el conflicto bélico se eternice.
Yanukovich estaba dispuesto en el 2013 a firmar un acuerdo de integración con la Unión Europea, pero cambió de idea cuando obtuvo de Putin la promesa de bajar los precios del gas. En este cambio de tendencia también se puede rastrear los orígenes del Euromaidán. Pero, recordar, que el gas ruso y su precio es vital para la viabilidad de la economía ucraniana, aquí hay un factor de dependencia total. Por otra parte, sus producciones carecen de mercado en la UE, y más bien se acercan a lo que era la producción en la Alemania oriental antes de la unificación.
Por tanto, también económicamente sus exportaciones encuentran mercado en la Unión Soviética. No está claro que la integración en Europa hubiera significado una mejora de las condiciones de vida del país. Habría pasado como en Alemania oriental, la progresiva desmantelación de sus empresas, con la diferencia radical de que, en el caso de Ucrania no había una Alemania occidental con capacidad de invertir y pagar los costes de la adecuación económica.
De hecho, detrás de toda la pugna ucraniana, está el factor de EEUU y la OTAN, absolutamente decididos a situar una pieza militar en la frontera con Rusia, algo que ya logró con los países bálticos. Hay que pensar, en este sentido, que la OTAN es exactamente eso, una alianza militar cuyo único objetivo es hacer frente a Rusia, ningún otro.
Es lógico que este país, que tiene una larga historia de invasiones occidentales, no pueda ver con tranquilidad cómo aparecen más y más fuerzas militares en sus fronteras. No tiene nada de extraño, basta recordar la ya lejana reacción estadounidense durante la presidencia de Kennedy y la crisis de los misiles en Cuba. EEUU estaba dispuesto a acudir a una II Guerra Mundial para evitar que a pocos kilómetros de las costas de Florida se instalaran armas soviéticas.
Cuando se habla de amenaza rusa , hay que tener en cuenta las proporciones: el presupuesto militar de la OTAN es de 1.098.000 millones de dólares, mientras que el equivalente ruso es sólo de 61.000 millones. Es decir, el potencial militar ruso es 15 veces menor que el de la Alianza Atlántica. La pregunta es ¿Cómo es posible que el pequeño pueda representar un grave peligro para lo grande que es la OTAN?
De hecho, el problema tiene una solución clara y concreta, que ya se ha utilizado en el pasado con éxito en el caso de Finlandia y antes con Austria, cuando la época de la URSS, y es la neutralización militar del país y una economía pactada y abierta en ambos bloques. Esta solución ha traído la paz y la prosperidad a estos dos países, siendo la respuesta lógica para el caso ucraniano. Neutralidad militar , alejamiento de la OTAN de la frontera de la URSS y un acuerdo económico a tres bandas entre Rusia, Ucrania y la UE, que dé posibilidades a la economía ucraniana de respirar, disfrutar de las ventajas del mercado ruso y prepararse poder competir en un futuro en el mercado europeo.