La pregunta es pertinente porque cada vez abundan más las referencias, en el sentido de que aumentan los desastres naturales. La propia Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) lo señalaba en 2023 indicando que habían crecido a un ritmo de 100 por año, en la década de 1970, a 400 anuales en los últimos 20 años.
Ahora Word in Data sitúa, de acuerdo con los datos, las reservas pertinentes sobre este tipo de conclusiones porque en realidad dependen de las bases de datos y éstas en cuanto a desastres son incompletas y sobre todo varían mucho en función del período en cuestión.
La conclusión es que el aumento del número de desastres se debe, en parte, al sesgo que presentan los informes. Es decir, aquéllos son correctos en relación con el número de desastres “reportados” pero son poco probables en cuanto al número real de eventos. Y esto se debe al hecho de que, a medida que ha pasado el tiempo la capacidad de registrarlos ha crecido.
Si se observa el gráfico adjunto, se verá que hasta bien entrados los años 60 el número de eventos es muy bajo. A partir de los años 70 crece y aumenta muchísimo hasta principios de siglo y después en cuanto al actual período se mantiene en una cifra alta, pero que oscila en forma de dientes de sierra. La causa fundamental es que no existen registros válidos hasta los años 70 y eso explica la primera ola de crecimiento. Y en realidad se considera que no se pueden comparar las cifras anteriores al 2000 con las posteriores.
Por eso el propio EM-Dat, base de datos internacionales de desastres, advierte de que no se hagan comparaciones, por lo que ha etiquetado todas las referencias anteriores al año 2000 como “históricos”, para diferenciarlos de los registros de estas últimas décadas, que responden a criterios científicos identificables y homogéneos.
La razón principal, aunque no única, de la diferencia es que a medida que retrocedamos en el tiempo, los eventos pequeños y medios no han quedado bien registrados. Esto se observa en el gráfico de barras adjunto en el que se puede ver que a principios de siglo y hasta bien entrados los años 60, los eventos medios y sobre todo los pequeños tienen una muy baja representación y todo queda en manos de los mayores.
Este hecho contrasta con los datos que reflejan a partir del año 2000 donde los grandes desastres son minoritarios y crecen mucho los de tamaño medio y pequeño. Por tanto, EM-dat no debe usarse como evidencia de que ha habido un aumento de eventos naturales catastróficos. Y, por otra parte, este tipo de registros tampoco dicen nada de la intensidad de los desastres porque sigue existiendo una gran dificultad para medir su impacto en víctimas y sobre todo destrucción económica. De ahí no tiene por qué deducirse la premisa contraria: que no hayan aumentado los desastres, sobre todo si se observan tipos específicos o lugares muy concretos. Sencillamente, el resultado de los datos dice lo que los especialistas afirman: no hay evidencia de un aumento generalizado al que se puede añadir, pero puede que haya por tipos específicos o territorios concretos. Y esto segundo es lo que realmente tendría más importancia.
Estas realidades estadísticas desvirtuarían todo alarmismo global, pero al mismo tiempo también vetarían el negacionismo absoluto.