Elegía de Catalunya: Una reflexión sobre la pérdida y la identidad

Si el candidato a vicepresidente en las elecciones de EE.UU., JD Vance , ha escrito una elegía rural en el sentido que tiene la palabra, es decir, la narración y el lamento por la pérdida de algo muy significativo, diría que es el momento para empezar a hacer una elegía de Cataluña. De la Cataluña que más o menos tenemos en la cabeza, que más o menos hemos vivido o leído, de aquella que nos ha permitido situarnos donde estábamos y donde cada vez estamos menos, como un país convivencial, con brotes de arrebato también social, y que ha sabido salir adelante y superar las dificultades.

La visión de Vicens Vives i Pujol

Vicens Vives lo explicaba muy bien en Notícia de Catalunya y Pujol hizo un uso político de gran éxito gracias a la correcta comprensión de esta realidad. La fuerza de Cataluña, su capacidad de resistir y progresar ha radicado desde hace siglos en unos factores muy bien identificados, que evolucionan en el tiempo, pero mantienen su naturaleza… hasta ahora.

La importancia de la casa solariega y la burguesía

Uno de estos factores es la casa solariega en términos rurales, la estirpe, es decir, la continuidad de la familia amplia a lo largo del tiempo. En términos más recientes, la propia familia y su capacidad de formar y dotar de continuidad su existencia por medio de los hijos.

Un claro ejemplo de este vigor es que la industrialización, temprana en la península, de Cataluña no habría sido posible sin la relación entre la casa solariega agrícola en manos del heredero y la ayuda de ésta al fadristern o a los demás hijos que habían marchado de la casa a buscarse la vida. Un hecho clave en todo el devenir de Cataluña, y desde muy pronto, es la burguesía, entendida en los términos que Max Weber define: un grupo social con su propio sentido de identidad colectiva, sus códigos morales característicos y sus hábitos culturales. Hoy la burguesía ha desaparecido de forma incluso más radical en el sentido de familia, que todavía se preserva, aunque muy deteriorado.

La desaparición de la burguesía y la moralidad precapitalista

Hoy no hay burgueses, en todo caso hay propietarios, ejecutivos, financieros, gente que gana o quiere ganar mucho dinero, pero en modo alguno se pueden describir en los términos de Weber. Son una multitud de individualidades desvinculadas. El capitalismo y la moralidad precapitalista. Fue Schumpeter quien sostuvo que el sistema económico capitalista era intrínsecamente amoral porque estaba impulsado sólo por la búsqueda de beneficio y tendía a destruir todo lo que se oponía a ese logro.

Para que esta destrucción no acabara desintegrando a la propia sociedad, el capitalismo dependía de valores y formas precapitalistas en el orden moral y social, que en nuestro caso, además, estaban estrechamente articulados con la cultura cristiana. Esta relación, como en la mayor parte de Europa, ha prácticamente desaparecido y todos los vicios del capitalismo, con intentos de disfrazarlos, campan libremente en un mundo en el que la ganancia y el consumo más allá de lo razonable se han convertido en el alfa y omega de la vida de la mayoría de la gente.

La desaparición de la clase trabajadora

El correlato de la burguesía, que es la clase trabajadora también portadora de unos valores y una cultura propia, ha desaparecido, es inexistente. Hay gente que trabaja, pero no es ni de lejos lo mismo, y los sindicatos son una suerte de corporación paraestatal. Es otra pata sobre la que se aguantaba Catalunya o al menos parte de ella que también se ha roto.

Lo que Vicens Vives define como “la herramienta y el trabajo”, la idea del trabajo como factor de realización personal y de proyecto de vida, hoy muy reducido, muchas veces por pura necesidad, a ganarse la vida para subsistir.

Los menestrales, la “gente pequeña”, era una gran red que amortiguaba la diferencia de clase entre la burguesía y los trabajadores, y que era portadora de su propia lógica y cultura a caballo entre esos dos grupos, contribuyendo de forma decisiva a la cohesión social.

El pactismo catalán

El pactismo, entendido en el sentido correcto con el que se aplica al modelo catalán, es decir, el de la representación y participación política de los estamentos de la sociedad en el poder político, se basa en una teoría contractualista del poder: el poder que tenía el rey era una cesión o delegación por parte de quien tenía el poder originariamente, la res pública. Es decir, el conjunto del pueblo, pero expresado a través de los brazos que tenían capacidad de representarle y las leyes del reino, los fueros, las costumbres, los privilegios, los usos encargados de frenar el poder real. El Estado de derecho es una versión ubicada en un estadio superior de este pactismo. El problema es que cada vez está más degradado y el motor que inspira todo ello, el de la participación real de la gente en el poder político, permanece poderosamente condicionado y limitado por la partitocracia.

El cristianismo como pilar de Cataluña

Y finalmente, pero no menos importante, el cristianismo como cultura, tradición y fe, tres dimensiones diferentes y complementarias sin las cuales es imposible explicar la construcción de Cataluña como la realidad que ha sido, y en buena parte cada vez menos, sigue siendo.

Cataluña ha cambiado, desde la visión de Vicens Vives hasta la fecha. La burguesía y la clase trabajadora han desaparecido y con ellas valores que nos cohesionaban. Clic para tuitear

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