El riesgo patente de que el anuncio de elecciones anticipadas para el 23 de julio que ha hecho el gobierno del presidente español borre el recuerdo de las recientes elecciones es una evidencia. Será un error si la memoria de pez de nuestra sociedad cae en este olvido, porque se han dado unos resultados que muestran una radiografía que no podemos pasar por alto, más aún cuando no sabemos, por ejemplo, quién puede ser el alcalde de la ciudad de Barcelona y previsible presidente del Àrea Metropolitana.
Estas elecciones presentan en Cataluña un resultado muy diferente al español y ésta es la primera característica a remarcar. Lo veremos al considerar los perfiles estilizados más importantes de los resultados.
En Cataluña se ha producido una baja participación, claramente inferior a la española, situada en torno al 50%, y este hecho desvirtúa cualquier proyección futura de los resultados y en parte también de la fotografía del presente, más allá de señalar quién ha ganado y quien ha perdido. Si la participación es un signo de vitalidad política, es evidente que ésta está de capa caída en nuestro país. Pero también puede ser una manifestación de rechazo y desencanto con la política. Parece que ésta es la interpretación más ajustada a la realidad porque la abstención ha castigado sobre todo al independentismo y se ha concentrado claramente en ERC.
El pinchazo de la coalición de Sánchez en el resto de España, y que no tiene equivalente en Catalunya, se ha trasladado a ERC. La coalición progresista y feminista española y los republicanos catalanes son los grandes perdedores de la jornada electoral y envía una señal de futuro.
Por si fuera poca esa diferencia, resulta que los perdedores en España, los socialistas de Sánchez, son los ganadores en Catalunya. El PSC ha quedado primero, pero atención, y ahí juega la advertencia sobre la gran abstención. Ha ganado, pero con menos votos de los que sacó en el 2019, por tanto, es una victoria que ofrece algunos interrogantes importantes. Válida para el presente, pero no anuncia exactamente lo que vendrá. Más cuando los socialistas han pinchado en lo que debía ser su ciudad emblemática, Barcelona. La herencia de Serra y Maragall parece haber quedado definitiva interrumpida con las victorias de Trias, Colau y otra vez Trias.
No es un dato menor, todo lo contrario, la evidente fragilidad de ERC. Ha pinchado electoralmente cuando a la vez está gobernando la Generalitat. Es un doble rechazo. Es evidente que el gobierno Aragonès no puede continuar. Venía de una improbable representatividad parlamentaria y ahora se encuentra con un fracaso de su partido en las municipales.
A todo esto hay que añadirle la incapacidad de abrir agujero en el Área Metropolitana como pretendían, una situación que escenifica muy bien el rotundo fracaso de la “operación Rufián” en Santa Coloma de Gramanet, con un agravante: que ahora volverá a su lugar en Madrid y como un concejal “paracaidista” se olvidará de todos sus compromisos con esa ciudad del Barcelonès. El partido que gobierna en Catalunya es el tercero y constituye una pequeña minoría en el Parlament. Si a todo esto se le añaden los fracasos reiterados, primero con las previsiones e infraestructuras para paliar la sequía y ahora el escándalo con los resultados sobre enseñanza, está claro que no podemos continuar por ese camino.
Y llegamos a Barcelona. Collboni y Sánchez, que vino a cerrar la campaña de la capital catalana, tampoco han salido adelante, pese a la fuerza del PSC. Seguramente las curvas de Collboni no han acabado de convencer, estigma que ahora acentúa intentando una alianza de perdedores que llevaría otra vez al gobierno municipal al grupo de Colau, cuando hace 4 días declaraba, y no se cansaba, que había dejado el gobierno por marcar distancias con los que ahora se quiere asociar de nuevo.
Es evidente que el ganador de las elecciones, relativo, pero primero, es Trias, y que, por tanto, merece la oportunidad de volver a la alcaldía. ERC puede contribuir, pero seguramente no será suficiente. En todo caso lo que está claro es que junto a la confusión política municipal vivimos también bajo la incertidumbre de no disponer de un proyecto bien definido ni de un modelo de ciudad, más allá de los líos creados por la alcaldesa.
Un solo dato lo dice todo: la gran inversión concentrada en el Eixample sólo le ha proporcionado el 22% de los votos que en términos de electores reales significa algo más del 11%. La cifra lo dice todo. Por otra parte, está en curso el nuevo plan metropolitano, pero incomprensiblemente está fuera de todo foco de atención política y mediática.