El debate anual del Parlament de Catalunya pasa con más pena de lo habitual y no sólo por la falta de interés que despierta entre la población del país, sino porque además ahora se ve oscurecido por el debate de investidura de Feijóo .
Claro que es mejor que no se le otorgue atención, porque entonces se vería de una manera abrumadora que es un tongo, palabra que se designa a los combates de boxeo que previamente han sido arreglados, y que, por tanto, no responden a ninguna realidad sino que son puro teatro.
El primer tongo es tomarse en serio un gobierno que tiene 33 diputados sobre 135. Una minoría de gobierno que se sostiene porque a la teórica oposición, PSC y apéndice de los comunes, le interesa que así sea para garantizar los votos de ERC a Sánchez en el Congreso de los diputados. Claro, bajo esta premisa lo que se pueda decir y hacer en el Parlamento difícilmente representará realidades catalanas y sí intereses de partidos, sobre todo situados a 600 km de distancia.
Pero hay aún otro tongo, quizás más perjudicial, y es que no se debate nada de lo que realmente importa en el país. Con la excusa de la amnistía, que en realidad debe resolverse en el Congreso, y un pretendido referéndum por la independencia pactado de que todo el mundo sabe que nunca se producirá, se evita abordar una vez más los graves problemas de fondo que sufre Catalunya .
No se tratan los tres grandes déficits estructurales que están derribando por dentro al país. Uno es económico, la baja productividad. Cataluña sufre el mismo daño que España y como recordaba el presidente de la Asociación Nacional de Grandes Empresas de Distribución, Alfons Merry del Val, la productividad española es penosa. Desde 2009 se han perdido posiciones respecto a Europa y ahora hay una brecha de 5 puntos con la media europea. El resultado de este proceso que lleva tiempo dura es que a escala española 18 países de la UE ya superan la renta per cápita, y con este arrastre hacia abajo Cataluña va rodando por la pendiente sin reacción.
Los otros dos graves déficits estructurales son bien conocidos y no reciben atención. Son la baja natalidad. Cabe recordar que en la capital de Cataluña la tasa de fertilidad apenas supera al hijo por mujer en edad de infantar. Y por último, el envejecimiento, que ha entrado en un proceso de aceleración.
Un segundo paquete son los de los grandes déficits institucionales, que no encuentran arreglo. Una administración pública de deficiente funcionamiento y muy envejecida. La existencia de infinidad, cientos de organismos casi gubernamentales de dudoso control y eficiencia, cuyo más caso y espectacular es la corporación radio y televisión, especialista en tener plantillas sobredimensionadas y al mismo tiempo encargar la mayor parte de la producción a empresas externas que, ¡vaya!, en una proporción escandalosa corresponden a antiguos dirigentes de la radio y la televisión catalana. La situación de la sanidad y de la dependencia. Y las crónicas y desesperantes listas de espera. Y los pésimos resultados de la enseñanza señalan otros problemas de siempre que nunca son abordados a fondo.
Luego vendría un tercer bloque el de grandes problemas fruto de escenarios actuales. El del agua y la sequía, el de los veranos tórridos y sus consecuencias laboral y para la salud, el retraso en las renovables, la congestión permanente de la AP7, la indeterminación sobre la ampliación del aeropuerto de El Prat, la pérdida de peso industrial.
Hoy en día el porcentaje de población dedicada a la industria es menor que el de 1920, cuando esta actividad competía con la agricultura en número de ocupados. Toda la ocupación industrial que supera la cifra de principios de siglo que se ha producido entre esa fecha e inicios del siglo XXI ha desaparecido.
Cataluña está experimentando grandes transformaciones que no encuentran respuesta en las instituciones. Por citar una de esta larga contabilidad, la inmigración que tiene el efecto de ir reduciendo el catalán a una lengua secundaria en su uso social en las grandes ciudades del país sin que haya ningún tipo de reacción más allá de pequeñas campañas tópicas por parte del gobierno.