Las elecciones en Estados Unidos, especialmente por parte de la candidata demócrata Kamala Harris, ponen de manifiesto el carácter central del aborto en la significación y el posicionamiento político actual. La cuestión despierta pasiones, y el aborto, que en un primer momento se justificaba como un mal menor, se ha convertido en un derecho constitucional.
Este cambio se ha consagrado políticamente por figuras como Emmanuel Macron en Francia y también por Pedro Sánchez, quien, con voluntad de doblar la apuesta, propone incorporar ese derecho junto al matrimonio homosexual desde el PSOE, en el congreso que tendrá lugar en Sevilla a finales de noviembre.
El aborto ha adquirido una significación tan relevante que su generosa aceptación, sin demasiadas restricciones, sitúa a sus defensores en el “bando bueno de la historia”, mientras que cualquier oposición o intento de restricción convierte a sus detractores en “fachas reaccionarios”. Como símbolo sacralizado, el debate racional es casi imposible, y a menudo parece cancelarse la posibilidad de razonamiento público. Se sospecha que esta falta de debate se debe a la inseguridad respecto a lo que se defiende.Es raro que, si realmente se quiere una decisión razonada, se persigan policial y penalmente a pequeños grupos que simplemente rezan ante clínicas de aborto. Es un hecho insólito: persecución por orar.
También resulta sorprendente que, si se desea una decisión bien informada por parte de la mujer, se haya eliminado la información mínima por escrito sobre posibles alternativas. No se considera la necesidad de ofrecer otras opciones reales a la tragedia que puede suponer un aborto, ni tampoco de acompañar a la mujer en un proceso de reflexión para que entienda el alcance de su decisión y las consecuencias que también puede tener para ella.Es moralmente discutible y peligroso para la salud que no se informe sobre los riesgos del estrés postraumático que sufren muchas mujeres que han abortado y que pueden llegar a sufrir consecuencias muy graves, a menudo sin atención médica adecuada.
Las clínicas de aborto, en definitiva, son negocios privados que no ofrecen soporte posterior, y la sanidad pública tampoco está preparada para esa atención. Simplemente, esta patología derivada de haber interrumpido de forma traumática un proceso natural, como es el embarazo, no existe para el sistema sanitario. Tampoco parece razonable prohibir la escucha del latido del feto o la visión de imágenes, negando así una realidad evidente: la condición humana del feto.El argumento del aborto como símbolo sacralizado se basa en una premisa falsa: «el derecho de la mujer sobre su propio cuerpo». Más allá de que nadie tiene ese derecho de forma ilimitada —por ejemplo, no se puede vender un riñón ni suicidarse libremente—, la evidencia nos dice que el ser humano engendrado no forma parte del cuerpo de la madre como si fuera una extensión suya.
Es una realidad independiente, definida por su propio código genético único e irrepetible que aparece en el momento en que la célula fecundada comienza a dividirse. Desde ese instante, ya existe un ser humano que nada tiene que ver con la madre, salvo que es una individualidad diferente que inicia un proceso de transformación, donde el nacimiento es un punto de inflexión, pero no comporta ningún cambio de naturaleza.Es evidente que el ser humano no aparece repentinamente en el acto de nacer, sino que, incluso después del nacimiento, sigue sometido a un proceso de desarrollo que comporta muchos cambios, especialmente en la formación de la conciencia.
El aborto, en términos objetivos, supone matar a un ser humano que, dejado en su dinámica natural, se convertiría en alguien como usted o como yo. Ni el derecho al propio cuerpo, ni otras caricaturas grotescas tienen sentido en ese contexto. Tanto es así que los científicos que trabajan con embriones humanos nunca les dejan vivir más allá del día 14 , es la conocida como «regla de los 14 días» porque saben que allí hay una humanidad específica.
Ciertamente, el feto es totalmente dependiente de la madre. Pero A) Esta característica también se da durante mucho tiempo después del nacimiento, y esto no justifica legalmente su muerte. B) El cuidador, en ningún caso, tiene derecho a disponer de la vida del ser humano que cuida. Si un enfermo de demencia senil en la fase final de su vida es matado por su cuidador, se comete un homicidio. El cuidado de la madre por el bebé engendrado no otorga el derecho a disponer de su vida por interés propio.
Pero ¿por qué se producen abortos, y por qué son tan masivos? Son la consecuencia de un embarazo no deseado y rechazado. Es el resultado de un acto sexual cuyas consecuencias no se querían. La pregunta es evidente: ¿el placer debe pasar por encima de la vida? Una cultura que admite esta supremacía -propia de una sociedad desvinculada- es una sociedad en decadencia, hacia su colapso. La historia nos muestra que cuando en una cultura el placer se impone al deber, el resultado es el declive y la caída. En este contexto, el aborto se convierte en un símbolo potente, no de lo que defiende el feminismo, sino de la decadencia y la autodestrucción.Nunca como hoy han estado tan disponibles los métodos anticonceptivos y, sin embargo, el aborto es masivo. Esto indica que la promiscuidad y la falta de control sobre las pasiones sexuales es desmedida.
Quizás sería hora de correlacionar esta realidad con otra: la creciente violencia sexual que cada año afecta a miles de mujeres y que sigue aumentando. Son dos caras de la misma moneda, que el feminismo de género, como cualquier ideología totalitaria, se niega a ver a causa de su fanatismo ideológico.Por último, es importante considerar el daño colectivo. En Cataluña y en España hace años que mueren más personas de las que nacen, la tasa de fecundidad está por el suelo, y los abortos ya representan uno de cada tres nacimientos. Quizás los partidarios de la independencia, teóricos defensores de la nación catalana, deberían reflexionar sobre este camino que conduce a nuestra desaparición como pueblo a causa de nuestras propias decisiones.