En su día fue un extraño sabotaje. El canal que suministraba gas ruso a Europa y que Putin había cerrado días antes como respuesta a las sanciones europeas por su invasión a Ucrania, el Nord Stream 1 se vio saboteado con varias explosiones bajo las aguas del mar Báltico, dejando inutilizada esta vía de abastecimiento de gas a Europa. Como la otra canalización, la Nord Stream 2, nunca ha llegado a entrar en funcionamiento tal y como exigía EEUU, con esta operación de sabotaje se cortó toda posibilidad de renovar el envío de gas ruso hacia Alemania.
Sabotear un gasoducto submarino no es tarea para aficionados. Se requiere equipamiento para que los submarinistas desciendan a la profundidad necesaria, profesionales altamente especializados y material explosivo adecuado, porque en este caso además todos los indicios apuntan a que fue una explosión diferida en el tiempo. Cuando las cargas explotaron hacía ya días, si no semanas, que estaban instaladas. Naturalmente, este hecho perjudicaba a Rusia y también a Alemania y las sospechas recayeron en el principal interesado con que el gas no volviera a fluir nunca más, EEUU, que desde el primer momento negaron que lo hubieran hecho ellos. Algo por lo demás muy lógico porque ningún estado puede reconocer una acción de sabotaje de esta naturaleza.
Y así había quedado la cuestión en la sombra hasta que un periodista con la notoriedad que le da haber ganado un Politzer, Seymour Hersh, publicó una información polémica en la que atribuía la explosión a los buceadores de la marina que actuaron bajo la cobertura de un ejercicio de la OTAN (Baltops 22) en el mar Báltico en verano del año pasado. Ellos habrían colocado los explosivos, según esa información, que fueron activados remotamente tres meses después. El gobierno estadounidense desmintió esta información, si bien no actuó por vía judicial contra el autor de la misma.
Ahora se ha producido un nuevo hecho, que en cierto modo genera más alarma. Primero por de dónde viene. Son altos funcionarios del gobierno Biden que han difundido la información de que el autor de los atentados fue un grupo pro ucraniano que en septiembre habría saboteado los gasoductos. Esta información fue publicada por The New York Times, un diario alineado con las políticas de Biden. El problema es que la información es muy indeterminada y abre varios interrogantes, que además crecen porque el gobierno de Ucrania ha negado tener nada que ver, ni de forma directa ni indirecta. Está claro que un grupo pro ucraniano no necesariamente debe estar formado por ucranianos,
Sea como fuere, estos antecedentes ponen de relieve lo frágil que es el equilibrio militar actual porque una acción de este tipo puede convertirse en la espoleta de una reacción rusa de tal magnitud que implique la utilización del su poder nuclear táctico. El hecho de que pueda producirse dependería del momento y de las circunstancias, pero nos alerta de que estamos en manos de cualquier grupo que pueda provocar, querida o de forma irresponsable, el primer conflicto nuclear de la historia de la humanidad. No hay más que recordar el atentado de Sarajevo, que comportó el asesinato del heredero del trono de Austria y que fue el desencadenante de la I Guerra Mundial, no tanto por la magnitud del hecho en sí, como por la tensión y las presiones bélicas anteriormente acumuladas. Si no se construyen rápidamente condiciones de paz, el riesgo de nuestra época es que nos hagan otro Sarajevo.