El ataque de Hamás ha sorprendido a todos los países de Oriente Medio pero particularmente, a Arabia Saudita. El país saudí estaba cerca, según diferentes medios internacionales, del reconocimiento del estado de Israel y de la normalización de relaciones internacionales entre ambos países. Este hecho por parte de uno de los actores internacionales más importantes de Oriente Medio habría cambiado, sin duda, la geopolítica de la región.
En primer lugar, con este reconocimiento, que nada hace suponer que no se pueda producir, el país del rey Bin Salman ejercería de precursor y mediador de posteriores negociaciones entre Israel y EEUU con otros países del Golfo Pérsico y del norte de África (Egipto, Jordania, Kuwait…).
En segundo lugar, las relaciones entre Arabia Saudita e Irán, que es aliado económico, logístico y político de Hamás, no harán más que enfriar sus futuras negociaciones. Parece que la normalización de relaciones de ambos países que vimos hace unos meses y que tuvieron como mediador a China o, la invitación del grupo BRICS al país persa y saudí, junto a otros estados musulmanes, hace escasamente dos meses, nos dan a entender que son papel mojado y que tanto el país sunita (Arabia Saudita) como el chiíta (Irán) están todavía lejos de establecer un acuerdo que supondría un antes y un después para la estabilidad de la región.
Ante los hechos que acaecieron el sábado, a Arabia Saudita se le planteaban tres opciones:
1- Condenar el ataque del brazo armado palestino y, por tanto, mostrar un claro apoyo al país judío.
2- Reprobar los actos de ambos actores (Israel y Hamás) y el reconocimiento a todas las víctimas del conflicto, como ha hecho recientemente su homólogo catarí o, por el contrario,
3- Mostrar un apoyo al grupo terrorista Hamás y condenar la respuesta militar israelí.
La respuesta del príncipe saudí, Mohammed Bin Salman, no ha generado ningún asomo de duda:
“El Reino del golfo está al lado del pueblo palestino para hacer realidad sus legítimos derechos a una vida digna, realizar sus esperanzas y aspiraciones y lograr una paz justa y duradera”.
El propio rey saudí coincidió en que el reconocimiento del Estado de Israel y el mantenimiento de relaciones con éste se han visto interrumpidos y deberán esperar; sin embargo, la oportunidad que tiene el reino saudí para estabilizar la región es crucial.
El príncipe del estado árabe destacó como punto prioritario en las negociaciones con su homólogo israelí, la cuestión de Palestina (petición del padre del príncipe saudí) y subrayó que debería haber avances para la firma de los acuerdos.
No obstante, la cuestión no es simple para el reino: por un lado, cualquier intento de acercamiento con Israel será mal visto por Irán (dejando en vano los avances producidos este año) y sus aliados, el grupo chiíta Hezbollah, el propio Hamás -de corte sunita- y Siria; pero, por otro lado, ejercer de mediador entre las autoridades de Palestina e Israel y el futuro logro de un acuerdo supondría un antes y un después para la estabilidad de la región.
La oportunidad que se le abre al país sunita es decisiva, pero más importante es tomar conciencia de qué rol deberá tomar: mediar entre ambos países.
En la historia del siglo XX tenemos dos precedentes que poco o nada ayudaron a resolver el conflicto.
El primero de ellos fueron la firma de los Acuerdos de Camp David de 1978 entre EEUU, Israel y Egipto, que establecían el reconocimiento de Israel por parte del país musulmán a cambio de la recuperación de la Península del Sinaí. Un logro para los egipcios, pero que dejaron la cuestión palestina sine die.
El segundo precedente histórico fueron los Acuerdos de Oslo de 1993, negociados en el marco de la Conferencia de Madrid dos años antes, en los que Palestina e Israel, bajo la mediación de Bill Clinton, fueron partes firmantes de un pacto sobre la delimitación de ambos territorios y que sigue vigente hasta la fecha. Sin embargo, estos acuerdos no fueron bien recibidos en ambos países, y, de hecho, fueron la antesala de la Segunda Intifada (2000-2005) e incluso le costó la vida al primer ministro israelí Yitzhak Rabin dos años después.
Para el país saudí las piezas del puzle son diferentes y a su favor están la normalización de relaciones con el país israelí y la cercanía en cultura y religión con el pueblo palestino. Por todo ello, Arabia Saudita se ha convertido en el socio estratégico de ambos estados en conflicto para conseguir lo que sería un hito histórico capaz de estabilizar la región, bajo la lupa -claro está- de su “amigo-enemigo” Irán.
El ataque de Hamás ha sorprendido a todos los países de Oriente Medio pero particularmente, a Arabia Saudita. El país saudí estaba cerca, según diferentes medios internacionales, del reconocimiento del estado de Israel Share on X