El milagro de Notre-Dame

«Esta mañana, el dolor del 15 de abril de 2019 se borra«, declaró el arzobispo de París, Monseñor Laurent Ulrich, durante su homilía de la misa inaugural de la catedral restaurada de Notre-Dame de París.

La celebración religiosa tuvo lugar después de una vigilia de inauguración, durante la cual el presidente francés Emmanuel Macron pronunció un discurso donde rememoró las dificilísimas horas de ese día, cinco años y medio antes.

Entonces, Macron había prometido que la catedral mundialmente célebre sería restaurada en un plazo de 5 años. Muchas voces fueron críticas con ese anuncio, que parecía precipitado, al más puro estilo Macron, y destinado a hacer de una comunicación atrevida un objetivo político en sí mismo.

Sin embargo, ahora hay quien considera que la restauración de Notre-Dame será, junto a los Juegos Olímpicos de París de 2024, el principal éxito de Macron como presidente.

Y es que efectivamente, el estado francés se puso en marcha inmediatamente y se volcó en el proyecto de restauración.

También es cierto que los primeros meses estuvieron salpicados de polémicas, como por ejemplo las de “modernizar” o “abrir” el templo religioso a otras confesiones o incluso funcionalidades profanas.

Sin embargo, el sentido común -y la presión social- acabaron por imponerse y se decidió que la reconstrucción se haría a lo idéntico.

Los donativos de grandes familias y empresas francesas llegaron en alud, sumando dos terceras partes de los donativos totales del proyecto, que se han situado en unos 850 millones de euros. Unos 340.000 donantes (particulares, empresas, asociaciones y grandes fortunas) han contribuido a ello.

Se trató de una campaña de mecenazgo casi inaudita en Francia, un país acostumbrado a que el Estado se haga cargo de sufragar los grandes proyectos monumentales y artísticos.

También ha sido remarcable el unísono con el que han actuado la entidad pública establecida por el gobierno francés específicamente para dirigir el gitanesco proyecto y las empresas privadas y artesanos que han llevado a cabo las obras.

Macron escogió a un general retirado de muy renombre (y cierta polémica) en la institución militar, Jean-Louis Georgelin, para dirigir esta agencia ad hoc con una finalidad única y que rendía cuentas directamente al Elíseo. La decisión se hizo expresamente para saltarse la burocracia y motivar a “las tropas”.

Para Philippe Villeneuve, arquitecto jefe de Notre-Dame desde 2013, el incendio de 2019 ha sido hasta cierto punto “una bendición disfrazada”.

Y se explica: antes del fuego, el estado había previsto 150 millones de euros, que no habían sido garantizados. El estado del edificio era desastroso, hasta tal punto que Villeneuve había abandonado la idea de rehacer el ennegrecido interior para concentrarse en salvar los puntos más críticos de la estructura.

Pero gracias a los donativos que siguieron al incendio, el proyecto se convirtió en una renovación integral: “nunca me hubiera imaginado que pudiéramos llegar tan lejos”.

Pero lo más importante y que se encuentra detrás de todos estos hechos es la unidad nacional que el proyecto definitivo de restauración ha logrado generar, en un contexto social en el que la sociedad francesa (como la de todos los países occidentales) se encuentra cada vez más fragmentada y enfrentada.

Una auténtica lección para nuestras sociedades secularizadas y que demuestra particularmente bien la importancia de lo sagrado y el papel fundamental del cristianismo en la historia y la identidad de nuestras naciones.

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