El titular de este artículo no es nuestro, sino del veterano periodista británico John Authers, que ha pasado su carrera entre el Financial Times y Bloomberg, medio desde el que escribe esta línea.
Poco sospechoso de connivencia con las tesis populistas, Authers opina desde una posición de autoridad, puesto que ha ocupado el cargo de jefe de la sección de mercados en ambos medios.
Pero ¿por qué plantea una tesis tan hostil a las instituciones de Bruselas si hace menos de diez años, en pleno Brexit, la Unión Europea era percibida por los medios de comunicación donde ha trabajado como el modelo a seguir?
Mientras el mundo ha cambiado desde entonces, la respuesta de la Unión Europea no sólo no lo hace para adaptarse a ellos, sino que ha profundizado en sus errores y sesgos.
Authers parte de una comparación de las bajadas prospectivas de los tipos de interés entre la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) y el Banco Central Europeo (BCE).
Hasta ahora, ambos bancos centrales han mantenido una política de bajadas de tipos prácticamente calcada.
Pero, ¿qué pasaría si la economía estadounidense sigue la ruta del crecimiento y, en cambio, la europea, como parece cada vez más claro, se estanca o incluso en contra siga la tendencia de Alemania?
En ese caso, la Fed evitaría nuevas bajadas de los tipos de interés para intentar enfriar la economía, pero, en cambio, el BCE se vería obligado a seguir bajando los tipos para estimularla.
Se produciría lo que los economistas llaman ya el “decoupling” monetario entre las dos riberas del Atlántico.
Y en esa situación, los inversores venderían euros (que les darían en esa situación un rendimiento más bajo) y los cambiarían por dólares (ya que los préstamos en divisa norteamericana estarían mejor remunerados).
El efecto inmediato sería una fuerte caída del euro frente al dólar, algo que ya anunciamos hace unos meses y que tendría efectos devastadores para la economía del Viejo Continente.
Una situación que incrementaría los costes de la energía de la que Europa depende, pero también de la deuda pública en un contexto de sobreendeudamiento mucho peor que el que provocó la ya explosiva crisis de la deuda en torno al 2010.
La gran pregunta es: ¿puede permitirse Europa volver a poner en marcha un plan para salvar al euro “cueste lo que cueste”, como afirmó el entonces presidente del BCE, Mario Draghi?
La respuesta es ahora, a finales de 2024, mucho más incierta que en plena crisis de la deuda griega. Y esto se debe a que Europa no ha hecho los deberes.
La Comisión Europea ha seguido regulando a diestro y siniestro, creyéndose su propia publicidad de ser una “superpotencia regulatoria” capaz de imponer normas que modelan el mundo entero.
Sin embargo, tan absurdamente ha regulado Bruselas que ha provocado una crisis histórica del sector del automóvil a raíz del polémico “Green Deal” y la prohibición de los vehículos de combustión nuevos en 2035. Algunos fabricantes europeos ya advierten de que tendrán que cerrar fábricas en los próximos años si la normativa no cambia.
Otro sector donde Europa era líder, el espacial, atraviesa también una crisis inaudita a raíz de su modelo funcionarial y la política de retornos geográficos que frenan la aparición de campeones europeos.
Sin hablar de la inteligencia artificial, de los semiconductores y de las baterías eléctricas, tres mercados clave para el futuro de los que Europa está virtualmente ausente y donde sus dos rivales económicos, Estados Unidos y China, le llevan muchos años de ventaja.
Pero lo más preocupante de todo es que los mismos que han puesto a Europa en este lío, a cuyo frente se encuentra Ursula von der Leyen, han hecho lo imposible tras las elecciones europeas del pasado junio para mantenerse en el poder durante cinco años más.