El gran peligro de haber convertido la inmigración en un arma política

Uno de los fenómenos importantes de este siglo, tanto en su inicio como en la actualidad, en el caso de España y más aún el de Cataluña, es el de la inmigración, que ha quedado transformado en un instrumento al servicio de intereses partidistas. Si no se consigue dar la vuelta a este enfoque, el desastre para todos, incluidos los inmigrantes, será colosal.

Para la progresía, la inmigración solo reporta ventajas. Todo son bendiciones, aunque después el gobierno Sánchez lleve años maltratándolos. Su interés fundamental es ideológico. Son un instrumento para contraponer a la derecha crítica con la inmigración y un tapa agujeros inútil para la desastrosa natalidad y los problemas de las familias con hijos.

Hay que añadir, además, al desbarajuste de esta posición, que a diferencia de gran parte de Europa, las posiciones políticas rotundamente contrarias a los inmigrantes tienen un escaso relevo electoral. Se limitan a Vox y, en el caso de Cataluña, se añade Aliança Catalana.

Estas formaciones, como todas las que tienen una visión muy crítica del hecho inmigratorio, exageran determinados aspectos negativos. Son, hasta cierto punto, la otra cara de la moneda de la celebración de la progresía.

Por ejemplo, en las prisiones de Cataluña del orden del 40% son inmigrantes, una proporción mucho mayor que su peso en la población. Y esto da argumentos, por un lado, pero también señala que parte de este problema procede de la incapacidad de acoger en condiciones razonables a buena parte de esta población, lo que facilita la delincuencia. Si este fenómeno acaba articulándose con la expansión rampante de la droga, como ha ocurrido en Holanda, Suecia, el área de Marsella y se extiende también hacia Bélgica, tendremos un problema grave, que acabará dando la razón a lo que ahora es un exceso alarmista.

Porque los argumentos de la progresía introducen muchas falacias, como por ejemplo, celebran que los inmigrantes aporten el 10% de la Seguridad Social cuando sólo ocasionan el 1% del gasto. Claro, es lógico, es gente que ha venido aquí a trabajar. Cotiza y no cobra ahora, pero lo hará en un futuro cuando se jubilen y sus pensiones serán migradas porque sus salarios también lo habrán sido en la mayoría de los casos y posiblemente requieran un complemento presupuestario para que puedan vivir.

Por otra parte, los pocos estudios sobre el impacto del hecho inmigratorio en las cuentas de la Seguridad Social a largo plazo señalan que se produce una mejora pero pequeña. No son la salvación porque el problema es demasiado grande para depositar sobre la espalda de estos trabajadores la respuesta. La demagogia llega al extremo, como escribía Coradino Vega, de “España necesita integrar, aunque sólo sea para garantizar el pago de estas pensiones”. Desgraciadamente, los inmigrantes no garantizan nada en este sentido, pero da igual. Todo sirve como argumento y para no plantearse el problema. Vale la pena señalar la oportunidad de la edición de un libro en castellano, “Los mitos de la inmigración”, de Hein de Haas, experto en migraciones, que plantea la actitud muy razonable de que, primero hay que comprender el fenómeno inmigratorio antes de emitir juicios políticos definitivos.

Este libro de 600 páginas está estructurado en 22 partes, una por cada mito. De él pueden extraerse unas conclusiones concretas y claras:

  1. Los inmigrantes vienen porque encuentran trabajos disponibles. No es cuestión de desigualdad ni de pobreza entre países.
  2. Mayoritariamente, son trabajadores poco cualificados. Es decir, lo he mencionado en otras ocasiones, de escaso capital humano. En el caso español, esto genera un círculo vicioso ahora sobre todo con el turismo, las labores y asistencia doméstica, la hostelería y todos los trabajos propios del precariado. Su impacto en la productividad no es positivo y es una de las explicaciones del problema de España para mejorar ese factor determinante de la prosperidad presente y futura.
  3. Tiene un impacto social asimétrico, según el libro. Los grupos sociales de ingresos altos y las clases medias no perciben impactos negativos. Pero sí los de rentas inferiores. Este factor varía en cuanto a su irradiación en función del país, pero está claro que para determinados trabajos presiona los salarios a la baja.
  4. El libro afirma que no es posible recurrir a la inmigración para resolver el problema demográfico porque se necesitaría unos niveles de inmigración “políticamente inaceptables y nada realistas”. Es una consideración que he formulado en otras ocasiones, la última en relación con el informe del Banco de España que hacía referencia a esta materia.

En nuestro caso, además, tiene un impacto adverso claro sobre el acceso a la vivienda por los grupos de rentas medias-bajas y bajas en las grandes ciudades porque aumentan la oferta sobre un bien escaso y además tienen disposición para sacrificar una mayor parte de renta para cumplir con esa condición de vivir en una ciudad grande.

El otro problema radica en la escuela. Al mal sistema escolar español, pésimo en el caso catalán, se le rompen aún más las costuras cuando debe integrar, sin estar en condiciones de hacerlo, un numeroso grupo de niños de origen migratorio procedentes de familias con escaso capital cultural y parte de los inmigrantes sin conocer bien las lenguas del país.

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