Desde el pasado 15 de enero, sólo los franceses vacunados contra la Covid o los recuperados de una infección de menos de 4 meses pueden acudir a restaurantes (terrazas incluidas), entrar en los museos o incluso tomar trenes de larga distancia y vuelos interiores.
Además, desde el 15 de febrero tan sólo quienes hayan recibido una tercera dosis de la vacuna pueden seguir disfrutando de las “ventajas” que brinda el pase de vacunación. Entre 4 y 5 millones de franceses habrían visto su pase caducado a raíz de esa modificación.
El pasaporte de vacunación vigente en Francia tiene sus orígenes en el pase sanitario impuesto por Emmanuel Macron el pasado julio. Desde entonces, las condiciones para disponer del salvoconducto se han endurecido progresivamente.
En octubre se eliminaron los test PCR y de antígenos gratuitos para los no vacunados (que siguieron ofreciéndose sin coste para los vacunados). Como se ha visto, en enero se restringió el pase a los vacunados.
Desde el despliegue inicial de esta política, el gobierno de Macron la ha justificado por dos razones: la primera, evitar los contagios; la segunda, fomentar la vacunación. Sin embargo, con el tiempo, el orden de los factores se ha alterado, convirtiendo la máxima extensión de la vacunación en principal razón de ser del pase.
Sin embargo, el pase ha sido percibido por una parte (minoritaria) de la población como una medida más política que sanitaria. En un país proclive a las polémicas y con un presidente acusado de menospreciar a las clases populares (recuerde los chalecos amarillos), la tensión estaba garantizada.
Si además se le suman las salidas de tono fríamente calculadas por razones electorales de Macron, como cuando dijo que los no vacunados no merecían ser considerados ciudadanos, la tranquilidad es casi imposible.
Esto no significa que el pase sea rechazado masivamente. De hecho, repetidas encuestas han demostrado que una gran mayoría de franceses (en torno a dos terceras partes) apoyan la medida desde que se introdujo el pasado julio.
Pero en un contexto internacional donde cada vez son más los gobiernos que rebajan restricciones y eliminan pases similares (Reino Unido, Noruega, Dinamarca o en la propia Cataluña), la presión para que Francia ponga fin al pase de vacunación aumenta.
De hecho, las últimas encuestas señalan que los mismos que apoyan el pase piden que sea retirado en cuanto la situación sanitaria mejore.
El lunes 14 de febrero, un grupo de 20 senadores de la derecha pertenecientes a Les Républicains, publicaron una declaración pidiendo la supresión inmediata del pase de vacunación.
Los firmantes del texto apuntan a que la situación sanitaria actual vinculada a la variante ómicron hace el pase innecesario, y que el reciente anuncio del gobierno de considerar su supresión justo antes de la primera ronda de las elecciones presidenciales en abril responde a una dinámica puramente política.
Los senadores de la derecha también apuntan que la estrategia de Macron de apostar exclusivamente por la vacunación para salir de la pandemia se ha demostrado un fracaso, y se hacen eco de las recientes declaraciones de médicos franceses y de la Organización Mundial de la Salud, que han negado que la vacunación masiva sea la solución para salir de la pandemia.
Otro aspecto que los firmantes denuncian es el contraste entre la dureza de la medida y la falta de iniciativas del gobierno para vacunar a la población más vulnerable.
A diferencia de España donde la cobertura de la vacuna roza el 100% para las personas mayores, en Francia hay prácticamente un 10% de los mayores de 75 años que no han recibido ni siquiera la primera inyección .
En el país vecino, el porcentaje de vacunados con dos dosis en la franja de edad entre los 18 y los 24 años es superior a la de los mayores de 75
Paradójicamente, en el país vecino el porcentaje de vacunados con dos dosis en la franja de edad entre los 18 y los 24 años (95%) es superior a la de los mayores de 75 años (90%).
La medida ha generado una auténtica aberración médica: las reglas del pase han empujado a la vacunación a una población sana que lo necesitaba para viajar y entrar en los espacios de ocio, más que personas mayores desconfiadas del medicamento pero que salen poco de casa.
Los senadores afirman así que el pase ha tenido de hecho efectos sanitarios negativos, como transmitir una sensación de falsa seguridad frente a la enfermedad que ha empujado a mucha gente a abandonar las medidas de prevención más básicas.
Finalmente, añaden que quienes todavía no se han vacunado ya no lo harán a estas alturas por más restricciones que se les impongan.
Los senadores piden, en definitiva, poner fin a una medida que perciben como extraordinariamente intrusiva para las libertades individuales, y que al mismo tiempo no está suficientemente justificada desde un punto de vista sanitario.
Los candidatos a las elecciones presidenciales están divididos sobre qué hacer con el pase sanitario. En los extremos derecho e izquierda del mostrador político, Eric Zemmour y Jean-Luc Mélenchon respectivamente han prometido suprimir el pase de inmediato.
Marine Le Pen, aunque contraria a la medida, se mostró menos decidida en un primer momento, seguramente con un ojo puesto sobre las encuestas. Valérie Pecresse, candidata de Les Républicains, la ha defendido, aunque dentro de su partido hay muchas discrepancias, como la declaración de los senadores ha vuelto a demostrar.
En un contexto internacional en el que cada vez son más los gobiernos que rebajan restricciones y eliminan pases similares, la presión para que Francia ponga fin al pase de vacunación aumenta Share on X