«El héroe de algunos es para otros un terrorista», dice una célebre frase de ciencia política. Este es el caso de Stepan Bandera, un líder ultranacionalista que dirigió la organización Ejército Insurgente Ucraniano para combatir tanto la Alemania nazi como la Unión Soviética de Stalin durante la Segunda Guerra Mundial.
Inmersos en un conflicto cargado de recuerdos históricos, los nacionalistas ucranianos han llevado a cabo desde 2014 una intensa campaña de retirada de símbolos soviéticos en todo el país. Ahora, algunos quieren pasar a la ofensiva contra los herederos de la URSS construyendo una estatua de Bandera lo más cerca posible de la frontera con Rusia.
Sus partidarios recuerdan a Bandera como un «héroe de Ucrania» y de la causa de un estado ucraniano independiente en un período oscuro en que alemanes y soviéticos luchaban sin piedad por el control del rico territorio que ocupa Ucrania, a menudo masacrando la población local.
Sus detractores lo consideran un colaboracionista nazi inspirador de una campaña de limpieza étnica contra polacos y judíos en el oeste del país. En efecto, su visión fue la de una Ucrania étnicamente homogénea.
La revolución proeuropea y el paradójico auge del ultranacionalismo
Los nacionalistas ucranianos se han convertido en extremadamente activos en el país desde la disolución del gobierno prorruso de Viktor Yanukovich en 2014. Su presión y elevada visibilidad pública han conducido a una serie de situaciones extremas. Por ejemplo, la fundación de grupos paramilitares armados que han recibido el visto bueno del gobierno ucraniano.
Sin duda, uno de los efectos secundarios que tuvo la exitosa revolución antirrusa y proeuropea en Ucrania fue despertar el ultranacionalismo ucraniano. Un movimiento que guarda una gran proximidad con el universo neofascista (el auténtico, no el que se ha convertido en un insulto político en Cataluña y en general en España).
Paradójicamente, esta admiración se da a pesar de que la Alemania de Hitler persiguió y combatió a los nacionalistas ucranianos durante la Segunda Guerra Mundial, considerándolos, por ser eslavos, igual de despreciables que los rusos o los polacos.
De hecho, no es únicamente Rusia quien ha protestado en reiteradas ocasiones por la permisividad con que operan los grupos ultranacionalistas ucranianos. Países como Israel o Polonia también han expresado su rechazo a homenajes a Bandera y otros personajes históricos que habían defendido la limpieza étnica de Ucrania en los años 40.
Por su parte, la diputada rusa Natalia Poklonskaia afirmó que iniciativas como la de construir un monumento a Bandera «no tienen nada que ver con los ucranianos corrientes», y ha propuesto en cambio «construir una capilla ortodoxa de la Natividad de Cristo como símbolo de una nueva vida y buenas relaciones de vecindad» entre los dos países.
En cualquier caso, parece que los ultras ucranianos están perdiendo apoyos entre la población. Siempre una minoría política, partidos de su entorno como Svoboda han perdieron mucha fuerza en las elecciones legislativas de 2019.
Opciones moderadas como la del actual presidente Vlodomir Zelensky, que apuestan por la paz y la reconciliación nacional, parecen de momento imponerse en un país que sigue inmerso en la corrupción generalizada, una profunda crisis económica y con un grave conflicto territorial no resuelto al este.