El presidente de la Reserva Federal de EEUU, Jerome Powell, señaló el pasado 25 de agosto que detener la inflación traerá “dolor a los hogares y a las empresas”. Era un anunciado muy duro que presagia subidas sustanciales del tipo de interés por parte de la Reserva Federal a la que el Banco Central Europeo, más tarde que temprano, deberá seguir. Es evidente que se ha terminado la época del dinero fácil. En esa misma línea, la vicepresidenta económica del gobierno español, Nadia Calviño, ha anunciado también serias dificultades para otoño, cambiando así en 180 grados el relato del gobierno.
La razón de este dolor anunciado para todos nosotros radica sobre todo en la inflación. La pregunta obligada es: ¿y por qué sufrimos esa inflación tan acentuada? ¿No hay otro camino que el que están emprendiendo los bancos centrales? Hay que decir que los anuncios inflacionarios ya venían de la época poscovid. El relanzamiento único de la demanda y la ruptura de las cadenas de abastecimiento ya provocaron una primera ola de incremento de precios. Pero el factor desencadenante, el que nos amenaza con inflaciones nunca vistas en las dos últimas décadas, es la guerra de Ucrania. Pero dicho así, la descripción incorpora una falacia. No es tanto la guerra como la política adoptada por la UE basada en un amplio abanico de sanciones en contra de la economía rusa, cuya pieza central, pero no única, es la reducción de la dependencia de gas y petróleo de aquel país. La idea de la Comisión seguida ciegamente por todos los gobiernos europeos era que las sanciones provocarían una grave ruptura de la economía rusa que le obligaría a ponerse de rodillas haciéndole pagar un elevado coste por su agresión del régimen de Kiev.
Recordemos que el pasado marzo el principal banco de inversiones JP Morgan previó que el PIB ruso caería un 35% en el segundo trimestre respecto al anterior y Goldman Sachs pronosticó que sufriría la mayor contracción desde la implosión de la URSS en los inicios de la década de los 90. La realidad ha sido muy diferente y el PIB ruso ha caído un moderado 4% en términos interanuales y en los tres últimos meses mucho menos que cuando el efecto del coronavirus, cuando se redujo en un 7,4% en el segundo trimestre de 2020.
La conclusión es ahora unánime y clara, la economía rusa ha resistido muy bien las sanciones. Tanto es así que el índice PMI, que es el índice de gestores de compra y constituye un indicador económico a partir de los informes y encuestas mensuales de las empresas manufactureras del sector privado, considerado un buen indicador de la evolución futura de la economía. Pues bien este índice cayó estrepitosamente en marzo, pasando del 50,8% al 37,7%. Cabe recordar que cuando el índice supera los 50 puntos señala crecimiento, y si es inferior indica contracción. La castaña rusa de marzo fue clara, pero a partir de entonces todo ha cambiado a mejor. En abril se había incrementado el 44,4, junio el 50 y julio el 52,2. Paradójicamente, el propio índice para la UE señala todo lo contrario. Anuncia una contracción y la única duda es si será muy grave, es decir, una recesión o simplemente será moderada.
Por tanto, la crisis que sufrimos tiene su causa fundamental en un error terrible de la UE y sus estados miembro en relación con la política económica hacia Rusia. No solo no ha logrado dañarla, sino que en cierto modo la ha fortalecido, al tiempo que debilitaba el euro.
Mientras, la actitud europea, la de los gobiernos y la CE, sigue siendo la de una guerra no declarada con Rusia. Se empezó con ayuda humanitaria a Ucrania, se pasó a facilitar armamento defensivo, para llegar al estadio actual donde continuamente se alimenta al ejército ucraniano de armamento ofensivo de medio alcance y entrena a sus fuerzas fuera de Ucrania. Reino Unido dio el primer paso, pero Sánchez ya ha anunciado la voluntad de entrenar a las fuerzas armadas ucranianas en terreno español.
Al mismo tiempo, están sobre la mesa medidas draconianas como las de negar el visado a los rusos que quieran entrar en la UE, y cada vez más las voces más radicales dominan el escenario. La primera ministra de Estonia, Kaja Kallas, señalaba que los rusos, no el gobierno, los rusos, deben pagar un precio por la guerra, el ministro de cultura de Ucrania, Oleksandr Tkachenko, ha propuesto elaborar listas negras de autores rusos y liquidar de hecho la presencia de la cultura rusa en el “mundo libre”. El propio Papa se ha visto afectado por esta ola del radicalismo porque, al referirse al atentado de Daria Dugina, la calificó de una pobre chica inocente. La reacción del gobierno de Kiev ha sido durísima, ha descalificado las palabras del Papa y ha llamado al nuncio, es decir, al embajador de la Santa Sede en ese país. De hecho, sectores de Europa guiados por el radicalismo ucraniano viven colgados de la rusofobia.
Pero al mismo tiempo se constata que la ayuda humanitaria a los refugiados ucranianos lleva meses desaparecido del mapa. La ciudadanía europea ya no da ni un euro para su ayuda, y este hecho, además de las dificultades presentes, anuncia un invierno muy difícil.
En este contexto, es necesario volver a la pregunta inicial. ¿Por qué se produce la inflación y el dolor subsiguiente ?
La respuesta clara es que la razón fundamental radica en una terriblemente equivocada política de la UE, que quizás sirve a los intereses de las élites atlánticas, pero que de mantenerse derrumbará a Europa.
Sólo un replanteamiento radical de la política en relación con la URSS y la guerra de Ucrania dirigida a conseguir el armisticio, la paz y la colaboración, constituyen la receta adecuada para volver al buen camino del bienestar.