Dos lugares muy diferentes de la Roca del Vallès

En un mismo municipio, y separados por la autopista AP7, hay dos lugares a poca distancia uno del otro, que pone de manifiesto las fracturas de las sociedades en las que vivimos.

Uno de ellos es la Roca Village, un lugar con aspecto de pueblo, con unas 150 casas, que son tiendas dedicadas fundamentalmente a ropa, donde va gente de clase media acomodada a quien les gusta ir al dictado de la moda. Los ves salir del recinto hacia el parking cargados con bolsas, y escuchas las conversaciones… y son pura banalidad de lo superfluo. Hablando de qué color se llevarán los zapatos este verano.

Más hacia el sur y al otro lado de la AP7, también en la Roca del Vallès, otro sitio totalmente diferente. La cárcel de «Quatre Camins». Por las mañanas antes de las diez, por la subida que va del parking a la entrada del centro, ves a la gente que va a ver a sus parientes o amigos allí recluidos. Lo cierto es que parece que además de penalizar a los presos, también se castigue a los visitantes. Largas colas, tiempos de espera exagerados. Tienes la impresión de que se podría agilizar el protocolo, pero los años van pasando y esta dinámica sigue imperturbable.

Cuatro horas de presencia por unos veinte minutos de estancia en el locutorio.

Algunas veces ha ocurrido que el recluso solicitado no se presenta en el locutorio porque está en la enfermería, y el visitante no ha sido informado, y pierde el tiempo para nada. Pero cuando se produce el encuentro en el locutorio, es un momento extraordinario. Al visitante, le responden aquellas palabras: «Estaba en prisión y vinisteis a verme».

Cuando el preso entra en el locutorio, entra con cara alegre, porque como me decía Silvino, «todavía hay alguien que se acuerda de mí, y me dice hola Silvino, y eso no tiene precio». Y piensas con que poco se puede hacer feliz a una persona. Otro recluso que se llama Cristóbal, los compañeros le llaman Cristo y al hombre le ha calado tanto el nombre que con un rotulador rojo, se ha pintado las llagas de las manos y del lado. Y me decía: «Ya solo falta que te crucifiquen». Yo le pregunté: «¿Te tratan mal, Cristóbal?» y me responde: «no es que te traten daño, es que no te tratan, que es peor, es como sino existiese. Por eso cuando uno entra y te dice: hola Cristo, parece como si resucitaras». Y al final ocurre algo increíble. Cristóbal saca un pañuelo y empieza a darle besos y dice que le lleve a su madre, Dª. Dolores que vive sola y parcialmente imposibilitada.

Y le llevé el pañuelo a su madre que también lo besó para transmitir amor a su hijo. Mientras estaba con Dª. Dolores, entraron dos vecinas para controlar la situación y traerle alguna cosa. Una solidaridad vecinal auténticamente admirable.

Seguramente que quienes van a comprar ropa de moda en la Roca Village, no tendrán ni tiempo ni ganas de ir a ayudar a una posible vecina imposibilitada. He dicho esto, y me doy cuenta de que he juzgado algo que ignoro, y recuerdo aquellas palabras: «no juzguéis y no seréis juzgados».

 

 

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