Como muchos de vosotros ya sabéis, por las redes o por los medios de comunicación, el día de San Esteban por la tarde, después de comer, Sandra salió a dar un paseo en Vilassar de Mar. Estaban pasando allí las fiestas navideñas, en un apartamento con su compañero desde hace años, Jordi, y la madre de éste.
Sandra no volvió aquella noche y hoy, 23 días después, no sabemos nada de ella. Nada de nada. Sandra ha desaparecido sin dejar rastro alguno.
Aquella misma noche de San Esteban, Jordi envió un mensaje por Whatsapp a sus amigos y conocidos con la foto de Sandra, su descripción y dos teléfonos de contacto y fueron, él y su madre, a la Comisaría de los Mossos d’Esquadra a informar de la desaparición. Al día siguiente, volvieron para formalizar la correspondiente denuncia. Estuvieron declarando unas cuantas horas y la policía inició las labores de búsqueda.
Jordi es abogado y durante unos cuantos años compartimos despacho. Nos conocemos bien. Y a ella también tuve ocasión de conocerla.
Lo llamé en cuanto recibí el mensaje de la desaparición de Sandra para ofrecerle mi ayuda en lo que hiciera falta. Estaba realmente descompuesto, aunque consiguió explicarme algún detalle más de lo que había ocurrido. Sandra es una persona discreta, reservada, pero no había dado ninguna señal de alarma que permitiera pensar que quería desaparecer por voluntad propia, o que tuviera algún problema irresoluble, más allá de la extraña sensación que tenemos todos de vivir en una especie de mundo distópico desde que el coronavirus irrumpió en nuestras vidas hace aproximadamente un año. Estaba tranquila, habían pasado esos días en familia, celebrando la Nochebuena y la Navidad, y después de la comida de San Esteban, festivo en Catalunya, se fue a pasear con ropa cómoda y una pequeña mochila de color verde. Iba vestida de negro con unas zapatillas del mismo color. Dejó el móvil en casa, tal vez por un descuido o por decisión propia, quizá para desconectar un rato, quién sabe. Llevaba algo de documentación. El DNI y alguna tarjeta de crédito. Las cámaras de seguridad de la zona, según informó después la policía, la muestran saliendo del bloque de pisos en Vilassar y de camino al Paseo Marítimo, en dirección hacia la playa.
Desde ese momento, ni una sola pista sólida del paradero de Sandra. No hay movimientos bancarios en sus cuentas, ni rastro de ella en su piso de Barcelona o en otros posibles lugares donde podría estar. Su coche estaba aparcado en el mismo sitio donde ella lo dejó. Sus amistades y el resto de su familia no saben nada de ella desde entonces y la policía sigue buscando sin evidencia alguna que pueda indicar su paradero.
Me ofrecí a publicar la noticia en las redes, especialmente en Twitter, donde tengo más seguidores, y contactar con algunos medios de comunicación, con los que mantengo más relación. Jordi me encargó que hiciera de portavoz oficioso de la familia, junto con su cuñada, a quien también conozco desde hace muchos años.
El responsable de una página de Facebook que busca personas desaparecidas se ofreció voluntario para organizar una batida por la zona de Vilassar y la comarca del Maresme. Crearon un grupo de whatsapp para coordinar las tareas de rastreo. Se apuntó mucha gente a través de las redes. Una gran parte de ellos ni siquiera conocía a Sandra ni a su familia. Es de admirar cómo hay gente dispuesta a ayudar a los demás sin pedir nada a cambio. La noticia se viralizó rápidamente en Internet (en mi perfil de Twitter más de 100.000 personas habían visto la noticia al día siguiente y muchos de ellos colaboraron replicándola en sus perfiles). A pesar de sus muchos defectos, las redes tienen también cosas positivas que aportar en una situación así. Medios de comunicación de Catalunya y de toda España se interesaron por Sandra. Radios, prensa, televisión, digitales. La foto de Sandra circuló durante esos días por todas partes. En algún momento, alguien creyó haber encontrado una posible pista en una cantera de Teià, a 8 kilómetros del lugar donde había desaparecido. Se movilizaron rápidamente los bomberos, policía, protección civil, con perros, un helicóptero, y la ayuda de voluntarios. Falsa alarma. Sandra no estaba allí.
También nos llegaron rumores, fake news, que no hacían más que añadir más ansiedad a la familia. Decidimos sólo dar información contrastada y unos días después de la desaparición, el pequeño gabinete de crisis que habíamos creado optó por suspender las tareas de búsqueda del grupo de voluntarios y dejarlo todo en manos de la policía.
23 días después, Sandra no ha aparecido. Una desaparición así es algo muy complicado de gestionar emocionalmente para la familia. Lo he comprobado estos días. Tampoco resulta fácil controlar el flujo informativo (no deja de ser una manera de afrontar una crisis comunicativa) para evitar que se monte “un circo” alrededor del círculo más íntimo de la persona desaparecida, con la consiguiente pérdida de privacidad y aumento del sufrimiento. Pero al mismo tiempo hay que intentar que la gente no se olvide de ella. Un equilibrio dificil.
Sandra, 44 años, no está, no sabemos dónde puede estar. Hace días que nos siguen preguntando por ella y no podemos contestar. Y la familia sigue agradeciendo cualquier información fiable sobre su paradero mientras intentan, aunque sea casi imposible, seguir con su vida ordinaria. Esa vida que, por desgracia, ha dejado de ser ordinaria para convertirse en un drama con el que hay que convivir.
Hasta que Sandra aparezca.