El departamento de Educación de la Generalitat ha publicado el borrador del decreto de Ordenación de las Enseñanzas de Educación Básica , que consta de seis anexos. Este texto profundiza los vicios de la desdichada ley Celaá, consagra sus principios ideológicos, que liquidan toda posibilidad de que la escuela sea un centro de educación y no de adoctrinamiento.
Si la ley Celaá era estrambótica, por ejemplo en su énfasis en la importancia de los sentimientos en la educación de modo que, incluso, las matemáticas en la LOMCE debían enseñarse “con sentido socioemocional”, ahora la Generalitat todavía hace cosas más originales.
En la ESO agrupa ciencias sociales, geografía e historia en una sola materia en la que, después de ver el temario, es evidente que los alumnos no tendrán ni puñetera idea de historia ni de geografía, porque no hay ningún espacio dedicado a un conocimiento sistemático de los hechos históricos y de los fundamentos de la ciencia geográfica. Además se da a cada centro la autonomía para concretarlo en los términos que desee.
Esta área representa liquidar la especificidad histórica y que la geografía, como ciencia, esté dividida en tres bloques, siguiendo la pauta Celaá. Uno, son los retos del mundo actual, que quiere despertar la conciencia histórica sobre los problemas actuales. El otro es el compromiso cívico, local y global. Y el tercero estudia sociedad y territorios, y es aquí donde está la historia.
Como se puede percibir, y esto es común a todo programa, no se dan a los alumnos conocimientos básicos de fundamentos para que después en su desarrollo personal elaboren criterios y puntos de vista propios, sino que desde la más evidente ignorancia ya se les quiere hacer adoptar juicios sobre la realidad que les rodea.
Es evidente que se logra manipular las pizarras en blanco que son las mentes de los jóvenes alumnos de la ESO. El objetivo, dice el currículo, es «desarrollar un pensamiento que contribuya a la construcción de la identidad individual y colectiva«. Es, por tanto, un proceso de ingeniería social porque la construcción de esta identidad no puede ser el fruto de una finalidad deliberada de la escuela, sino el resultado del progresivo desarrollo integral de cada alumno y en relación con la familia a la que pertenece.
En el currículo no se estudian para nada cuestiones elementales de la historia como es el caso de los Reyes Católicos o la Revolución Francesa. Ahora bien, lo que sí se va a hacer es aprendizajes competenciales sobre problemas sociales relevantes que queda en manos de cada centro determinar. Todo el programa es altamente ideológico y se basa siempre en ideas como las citadas de la construcción de identidades y las interpretaciones sobre cuestiones muy generales, como transiciones, revoluciones, resistencias, también interpretaciones sobre los procesos de evolución e involución y los retos pendientes de la actual democracia. Lo que podrían ser epígrafes de debates de cumpleaños, de trabajos de fin de carrera y de tesis doctorales, se convierten en bases de la enseñanza de la ESO, de unos alumnos que llegan con escasa idea del tiempo pasado, de la historia y de las características objetivas del territorio, la geografía.
En materia lingüística, se introducen los criterios para dar entrada a la neolengua propia de los regímenes totalitarios, como ya anticipó George Orwell , y en lugar de profundizar en el conocimiento y dominio gramatical del lenguaje, lo que se hace es “favorecer un lenguaje no discriminatorio que destierre los abusos de poder a través de la palabra y favorezca el uso ético y democrático del lenguaje”. Toda una declaración ideológica que tiene poco que ver con la enseñanza del lenguaje y de su comprensión. Cabe recordar en este sentido, que éste es uno de los grandes puntos débiles del alumnado tanto español como catalán, la comprensión lectora, que es la causa principal del fracaso y abandono escolar y del elevado número de jóvenes que ni estudian ni trabajan, donde nuestro país encabeza los rankings europeos.
Con la ley Celaá y las profundizaciones de la Generalitat queda liquidada, ya estaba muy dañada, la escuela como ámbito en el que se va a trabajar y adquirir determinados conocimientos y las virtudes inherentes para alcanzarlos (por cierto, virtud es una palabra desconocida en los textos reguladores de los contenidos de nuestro sistema educativo).
Recordemos sólo un hecho: para tener una buena comprensión lectora, la condición necesaria y previa es llegar a obtener un buen vocabulario, que los ámbitos educativos sitúan al final del proceso de secundaria, en unas 60.000 palabras. Para adquirirlas es necesario leer y hacerlo con cierto interés. En la actualidad, y como mucho, la escuela dedica 400 horas de lectura. Con los nuevos programas todavía se reducirán más y quedarán sustituidas por aventuras en los ordenadores. Pues bien, la necesidad es 10 veces mayor, de 4.000 horas de lectura para alcanzar ese vocabulario necesario.
Es imposible que la escuela por sí sola, aunque quisiera, que no quiere, aportara todo ese número de horas y, por tanto, necesita sobre todo la familia. Pero ay, la ley Celaá y sus discípulos de la Generalitat ignoran totalmente este hecho hasta el extremo de que la familia no existe, y se produce una de tantas contradicciones que en una política y una sociedad enloquecida, por un lado, se celebra el éxito extraordinario del tenista Rafa Nadal, y se reitera la importancia que ha tenido la educación de sus padres para dotarle de las características que le permiten afrontar grandes dificultades con éxito; es decir, frente al triunfo vemos la importancia educadora de la familia. Pero después, cuando es hora de sacar conclusiones, nuestras autoridades educativas se pasan la autoridad por el forro e inyectan a nuestros hijos ideología en vena.
Sin compresión lectora no hay progreso educativo en ninguna materia, y esto explica el fracaso escolar espantoso del sistema educativo de este país, que la ley Celaá maquillará a base de que se pueda pasar curso sin necesidad de aprobar las asignaturas. Todo este proceso educativo no puede realizarse sin profesores que sigan leyendo y leyendo bien, y que aporten a sus respectivas docencias un mayor y mejor vocabulario que por ósmosis irán integrando los alumnos. Pero la ley y las normas de la Generalitat no contemplan nada de eso.
De hecho, todo el texto normativo que ahora pone en marcha el departamento de Educación es este clásico de poner el carro por delante de los bueyes, es decir, de querer que los alumnos tengan análisis críticos, interpretaciones, forjen identidades antes de tener los conocimientos necesarios, ignorando una máxima fundamental de la enseñanza, como es que para comprender se necesitan antes conocimientos previos, que son los que debería recibir el alumno durante la primaria y secundaria.
Por ejemplo, el temario tan abstracto, general e ideológico, baja en aspectos muy concretos al detalle (acentuando la ideología) como cuando dice que el estudio de la civilización romana se hará con una mirada crítica para reforzar todo lo que atenta contra la igualdad de género. ¡Por Dios! Harán estudiar a nuestros alumnos Roma, no tal y como la veían los romanos, que es la forma de entenderla, sino con una determinada mirada de hoy, que debe ser la mirada de la ministra Irene Montero, por ejemplo. Es evidente que así no puede estudiarse la historia.
Por si no fuera suficiente ideología, existe una nueva versión de aquella polémica educación por la ciudadanía que se llama “valores” y que se aplica ya a los alumnos de primaria, porque cuanto más pequeños más fácil es el lavado de cerebro, sobre todo, considerando que demasiadas familias depositan en la escuela la responsabilidad educadora de sus hijos, que les corresponde. Hacen el esfuerzo de mantenerlos materialmente, pero dejan que su mente y su espíritu lo construyan otros. Después, cuando llegan a la adolescencia avanzada, y se dan cuenta de que tienen problemas graves de convivencia con ellos y que no hacen caso en absoluto de los padres, se quejan y extrañan, cuando en realidad antes ya han cometido el terrible error de entregarlos de lleno a la escuela pública. En estos valores, como es lógico, tienen un elemento determinante el desarrollo de la sexualidad, que también se realiza en la ESO, y los “derechos LGBTIQ+”. Además en secundaria se estudia el ecofeminismo, para terminar de redondearlo.
Como no tendremos, con la nueva ley, la posibilidad de medir bien el rendimiento escolar, los resultados de todo este desastre, la sociedad los encontrará en unos años y las familias mucho antes. Pero, ¿Qué importa la escuela? Lo que cuenta es si la canción seleccionada para representar a España en el Festival de Eurovisión es una decisión justa o no.