La pregunta se desprende del propio resultado de las elecciones porque, en definitiva, el holgado margen de votos a favor con el que ha sido elegida Úrsula von der Leyen es debido a que el bloque socialista, liberal y verde le han dado más votos de los que esperaba, especialmente este último. Así ha compensado las pérdidas de votos de diputados del Partido Popular Europeo, que al final no han votado por ella.
Lo que sucede es que este bloque fue el gran derrotado de las elecciones. Vale la pena recordarlo. No perdieron todos en la misma medida, pero sí en todos los casos se saldaron con pérdidas de diputados: pocos en el caso de los socialistas, bastantes para los ecologistas, y una debacle para los liberales porque su mayor fuerza política, el partido de Macron, sufrió un fuerte descalabro en las últimas elecciones europeas.
También se puede mirar el panorama, o mejor dicho es necesario hacerlo, desde la perspectiva de quienes gobiernan cada estado. El Partido Popular Europeo lo hace en 13, mientras que los socialdemócratas solo gobiernan en 3. La derecha radical hoy encabeza el gobierno de los Países Bajos y tiene primeros ministros en Hungría, Italia y Eslovaquia.
Úrsula von der Leyen tuvo el acierto de impulsar un programa de respuesta a la crisis de la Covid del que, si bien aún es pronto para establecer el equilibrio, es ya percibido como un éxito. No tanto por los resultados, que están por ver, sino porque ha permitido profundizar la unidad europea al establecer nuevos mecanismos de financiación y fondos comunes de carácter federalizante. Dos países cuyos gobiernos ahora ocupan espectros muy opuestos son los principales beneficiarios: Italia, por un lado y España, por el otro.
Pero al mismo tiempo, durante el mandato de von der Leyen se han producido graves incidentes que han alterado la cohesión ciudadana europea. Francia ocupa el primer lugar, pero los signos de malestar son igualmente evidentes en Alemania, Holanda, Polonia y la propia España. Los agricultores como grupo social y en gran medida el mundo rural son también contrarios a las políticas que ha desarrollado la Comisión Europea, muy influenciadas por Verdes y socialistas durante el primer mandato de la renovada presidenta.
Ahora, el nuevo gobierno de la UE debe poseer algo más que discursos de defensa de la centralidad del europeísmo y la descalificación de los extremos. Porque Europa no puede caer en nominalismos políticos. Son demasiados millones de ciudadanos los que se alinean detrás de la resistencia y la reacción que encarnan los diversos partidos de derecha radical y extrema derecha en cada país. Hoy ya no son una anécdota, como informábamos en Converses.
Puede constatarse con claridad que, casi sin excepciones y en todo caso estas corresponden a estados menores como Malta, Irlanda o Luxemburgo, aquellos partidos o bien lideran gobiernos o forman parte decisiva de los mismos o bien son la primera o segunda fuerza de la oposición.
Ante este panorama, von der Leyen no puede jugar a lo que juega Sánchez, aunque sea con otro lenguaje. No puede descalificarlos a todos ellos ad hominem, porque cuando se hace esto se olvida que se están marginando a aquellas decenas y decenas de millones de votos ciudadanos. Y la Unión Europea no puede permitirse este lujo, y mucho menos representar una alianza de perdedores por el voto ciudadano junto con un Partido Popular desunido.
Ha de escuchar hoy lo que significan aquellas voces de disidencia y resistencia porque son demasiadas. Interpretar los problemas que tienen todos estos votantes, buscar acomodo en la medida de lo posible a buena parte de sus planteamientos. La Unión Europea, Úrsula von der Leyen en primer término, no tiene opción. No puede elegir entre tener dentro apocalípticos o integrados; solo lo segundo nos sirve. Porque Europa está en un momento crucial y es demasiado débil para postergar por más tiempo el reconocimiento de las causas de tan gran malestar.
Todo esto, además, en una perspectiva política en la que la Comisión Europea parece empeñada en proseguir el camino de la guerra en Ucrania y no buscar el de la paz. A pesar de que, si Trump triunfa en Estados Unidos, y por ahora y salvo cisnes negros parece lo más probable, se encontrará pintando la pared de la guerra pero sin escalera, sujetando de la brocha.
Que ahora Úrsula von der Leyen quiera instituir un nuevo Comisario de Defensa, no en el ámbito militar sino en el industrial, es un paso en la dirección correcta. Pero hasta que la Unión Europea tenga una capacidad militar equiparable que pueda sustituir al esfuerzo de Estados Unidos van a pasar muchos años, algunas décadas, y esto no da margen para pretender una solución militar victoriosa en Ucrania. Ahora es el momento de negociar anticipándose a lo previsible, el abandono de la ayuda americana.
También se ha de reflexionar si Europa quiere configurarse en lo ideológico y cultural como un contrapoder de Estados Unidos, porque gobierne asumiendo un mundo antagónico con tres polaridades: China, a cuyos brazos Europa ha entregado a Rusia; Estados Unidos, que irá claramente a la suya y se desentenderá en gran medida de los compromisos europeos que no le cuadren; y la propia Europa, en guerra cultural con todos, además de la económica.
Si este es el escenario, todavía hay más motivos para que se produzca una integración masiva de la resistencia y la disidencia europea y se escuchen sus reclamaciones. En último término, el éxito de Trump, el gran éxito digámoslo ya por su nombre, es la integración a su candidatura de una persona como JD Vance como vicepresidente y posible futuro candidato a la presidencia. Un miembro destacado que encarna el maltrecho “sueño americano” y que al mismo tiempo representa a los “hillbillies”, a los “paletos” y desposeídos por la dinámica liberal reciente.
Ahí es nada haber integrado a todas las resistencias y disidencias personales y grupales de Estados Unidos ante el establishment formado por el gran poder financiero y tecnológico, el poder mediático simbolizado por Hollywood, pero que va mucho más allá, y el Partido Demócrata, cada vez. más cautivo de su izquierda Woke. Utilizando la demagogia de los hechos, reflejo del libro de Ignacio Fernández de Castro con aquel título y editado en Suiza en 1962 por la imposibilidad de hacerlo en España, se podría decir que al final se ha producido un enfrentamiento político entre los «hillbillies» y el establishment, y van ganando contra todo pronóstico los primeros.
Debemos evitar algo así en Europa y lo que ha sucedido en la votación de la Presidencia de la Asamblea Francesa señala precisamente el mal camino. Cuando los diputados de la izquierda y también algunos, y no pocos, de los liberales de Macron se han negado a dar la mano a los dos jóvenes diputados, los de menor edad, que según la tradición custodiaban la urna donde se depositaba el voto por el hecho de ser de Agrupación Nacional, uno, y de la derecha que pactó con esta organización, el otro. Estos jóvenes sonrientes extendían la mano cumpliendo con la cortesía parlamentaria y fueron masivamente despreciados por todos aquellos políticos.
Si algo puede destruirnos como europeos es esto. Bueno, esto y algo más: el hecho de que Sánchez campe sin reproche en Europa a pesar de que es el más eficaz separador de ciudadanos que existe en el bando de los perdedores europeos.