Barcelona no va como una moto: La decadencia económica que nadie te explica. Radiografía de una ciudad que empobrece por dentro

La renta per cápita cae un 8% en 15 años, mientras el modelo económico gira en torno a la apariencia de éxito. Los datos del Ayuntamiento muestran un deterioro que nadie quiere contar.

En el relato oficial, Barcelona va como una moto. La ciudad vibra con festivales internacionales, aeropuertos a rebosar, hoteles llenos y calles saturadas de visitantes. Pero detrás del ruido del Primavera Sound y el Sonar, detrás de las luces del Mobile World Congress y las campañas turísticas, hay una ciudad que se empobrece. Y no lo dicen los críticos ni los opinadores: lo dicen los datos del propio Ayuntamiento.

Entre 2010 y 2022, la renta disponible real per cápita de los barceloneses cayó casi un 8%, pasando de 21.000 euros a 19.237, una pérdida acumulada que sitúa a la ciudadanía en peor posición que hace tres lustros, incluso después de haber superado una de las mayores crisis económicas globales. Y lo más alarmante: ese declive sucede en pleno auge turístico, con cifras récord de visitantes y una imagen pública de crecimiento constante.

El gráfico esquemático, donde solo figura la cifra real de inicio y la del final y no la de los años intermedios, presenta una imagen muy clara de la evolución de Barcelona.

El espejismo de la prosperidad

Desde el gobierno municipal, en manos de formaciones progresistas, se repite sin descanso que Barcelona es una ciudad en plena forma. La realidad, sin embargo, es que el auge del turismo y la inversión extranjera no se traduce en prosperidad para quienes la habitan. Más bien al contrario.

Los datos revelan una tendencia inquietante: mientras la economía vinculada al turismo crece, la productividad y las rentas de quienes viven y trabajan en la ciudad disminuyen. El turismo masivo —intensivo en servicios de bajo valor añadido y empleo precario— está detrás de buena parte del estancamiento económico de la ciudadanía. Barcelona se está convirtiendo en un parque temático urbano: rentable para inversores, devastador para su tejido social.

Un modelo que expulsa

A este fenómeno se suma un fracaso estructural en vivienda e infraestructuras. La escasez y el encarecimiento de la vivienda expulsan cada año a población local con rentas medias y bajas, que son sustituidas por nuevos hogares en condiciones más precarias. La ciudad pierde no solo riqueza, sino diversidad y estabilidad.

Además, el envejecimiento demográfico agrava la situación: los barrios más vulnerables —como Ciutat Meridiana, Can Peguera o Baró de Viver— tienen niveles de dependencia económica altísimos. En algunos casos, hasta el 31% de los ingresos provienen de transferencias públicas, en lugar de salarios o actividad económica.

El desequilibrio es tan evidente como silenciado. La renta mixta (procedente de salarios y rentas del capital), que refleja los niveles más altos de ingreso, ha descendido del 28% al 25% en los últimos cinco años. Mientras tanto, el reparto territorial de los ingresos muestra una clara dinámica de redistribución pasiva: Sarrià-Sant Gervasi equilibra a base de impuestos lo que barrios como Nou Barris, Sant Martí o Sants-Montjuïc pierden en dinamismo económico.

Por otro lado, la gentrificación de Ciutat Vella, visible en el cambio de perfil económico y social, muestra una subida de renta del 23% entre 2015 y 2022, pero sin descontar la inflación. Este aparente crecimiento esconde una sustitución poblacional, no un progreso real de los residentes originales. Es un desplazamiento social maquillado de éxito.

Que estos datos no sean parte central del debate público revela una complicidad preocupante. Los grandes medios, lejos de ejercer una labor crítica, actúan muchas veces como correas de transmisión del mensaje institucional. Notas de prensa copiadas y pegadas. Reportajes de éxito sin contrastes. La propaganda sustituye al análisis.

Ni el gobierno municipal ni la oposición parecen dispuestos a afrontar una realidad incómoda: Barcelona no está funcionando como ciudad para su gente. Ha logrado proyectar una imagen global de éxito, pero ese éxito no se traduce en bienestar. El modelo económico dominante no genera riqueza sostenible para la población residente.

Barcelona se enfrenta a un dilema profundo: seguir priorizando el relato de marca o reconstruir un modelo urbano que recupere el centro del proyecto urbano, la vida de sus habitantes. Para eso se necesita mirar de frente a los datos, no esconderlos bajo capas de eventos, turistas y eslóganes.

Es hora de afrontar  lo que está pasando. Porque mientras en el ayuntamiento  se celebra, la  gente no prospera.

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