Afrontar una pandemia como la que está generando el coronavirus en todo el mundo es sin duda una de las crisis de mayor envergadura a las que puede hacer frente cualquier gobierno. Estamos, además, en España, en medio de la tormenta, y por tanto aún es pronto para evaluar la actuación de las distintas administraciones públicas del Estado con cierta distancia y equidad.
Por otro lado, hay que reconocer algunos obstáculos que no han facilitado la tarea de encarar la crisis con eficacia desde el primer momento. La experiencia de un primerizo e inaudito gobierno de coalición en España desde la transición, recién constituido, que necesita además los apoyos parlamentarios de otros partidos para sacar adelante sus propuestas legislativas no es el escenario ideal para tomar medidas rápidas en caso de emergencia.
Al tratarse de una crisis sanitaria, y dado que las competencias en esa materia están en manos de las comunidades autónomas, algunas de ellas (de peso) gobernadas por partidos distintos a los que gobiernan en el Estado (como Euskadi, Catalunya, Galicia o Andalucía), la dificultad para adoptar medidas homogéneas también aumenta. Y el hecho de que la sanidad pública en España haya sido objeto de serios recortes en los últimos años, consecuencia de la crisis económica que sufrimos hace apenas una década, y a pesar de la gran cualificación de sus profesionales, tampoco ha colaborado en la lucha desesperada contra el virus y sus efectos letales.
Pero una crisis es una crisis, y hay una serie de protocolos que cumplir que la mayoría de docentes que nos dedicamos a la comunicación conocemos, y que en el supuesto en el que nos encontramos no siempre se han cumplido. A pesar de todos los obstáculos que ya hemos detallado, hay errores que no deberían cometerse y que vale la pena analizar utilizando un decálogo de factores para gestionar una crisis.
1.- Responder, calmar la ansiedad, dar la cara. En realidad, este es uno de los puntos que se cumplió a pies juntillas tanto desde el Gobierno del Estado como en el caso de Catalunya, desde la Conselleria de Salut. Pero de una manera tan exagerada que se ha convertido en uno de los principales errores. Con el objetivo de “calmar la ansiedad”, de no generar alarma, y tal vez con otros objetivos más espurios (con cierto sesgo ideológico), es evidente que se reaccionó tarde y se quitó excesiva importancia a lo que nos venía encima. Tras observar lo que había ocurrido en China, pero sobre todo a partir del brote surgido en Italia a mediados de febrero, debían haber saltado todas las alarmas. Se creó un gabinete técnico, se puso al frente a un excelente comunicador como el doctor Fernando Simón, con un aspecto algo desaliñado pero con un talante moderado, reposado, que genera confianza y se envió un mensaje de tranquilidad. Se quitó importancia a la propagación del virus, y se garantizó que nuestro sistema sanitario estaba preparado para la emergencia. Quizá es un portavoz ideal para otra tipo de emergencia menos agresiva. No se adoptaron medidas que en aquel momento hubieran sido muy impopulares, como prohibir grandes manifestaciones o acontecimientos deportivos o culturales, ni mucho menos medidas de confinamiento tan duras como las que al final se han acabado adoptando. Alguien podrá decir que ningún gobierno se habría atrevido a adoptar esas medidas. Tal vez es cierto. En Catalunya, la consellera de Salut se cansó de decir al principio que no había riesgo de contagio, que no había nada que temer, y al cabo de unas pocas semanas, el presidente de la Generalitat lideraba la petición de confinamiento total de Catalunya. En otros países como Alemania (olvidemos Corea o Singapur, culturalmente tan distintos a nosotros) decidieron empezar a hacer miles de tests a la población desde el principio sin adoptar tampoco medidas drásticas de aislamiento y la mortalidad es de momento mucho más baja que aquí. Probablemente porque aquí hay mucha más gente infectada de la que afirman las estadísticas y eso hace que el índice de mortalidad sea más alto. En definitiva, el objetivo de calmar la ansiedad se cumplió, pero el efecto ha sido peor cuando la epidemia ha empezado a crecer vertiginosamente.
2.- Anticipar. Si alguien fue capaz de anticipar lo que venía, se guardó celosamente la información. No había protocolos claros para este tipo de pandemia. Es algo excepcional, pero podía suceder. Y nadie fue capaz de anticiparse, de prepararse con tiempo. Algo que ha resultado mortal (en este caso el adjetivo es tristemente adecuado), porque luego te obliga a reaccionar a remolque de los acontecimientos. Cuando todo esto no sea más que un mal recuerdo alguien debería redactar un manual de crisis con mecanismos detallados de anticipación que por lo visto no existían, para que nunca más vuelva a ocurrir algo parecido.
3.- Coordinar. Organizar. La dificultad que hemos comentado sobre el reparto de competencias sanitarias en manos de las comunidades autónomas era un factor conocido que podía impedir la coordinación necesaria entre administraciones. La impresión general inicial es que cada territorio actuaba por su cuenta con medidas distintas e incluso contradictorias. Lo mismo podríamos decir de la Unión Europea, donde al final cada país ha cerrado sus fronteras y ha actuado exclusivamente velando por sus intereses, con algunas excepciones de colaboración solidaria entre estados. Visto con retrovisor, decretar el estado de alarma era imprescindible y centralizar en el gobierno del Estado la adopción de medidas excepcionales en detrimento de las competencias autonómicas era probablemente necesario para combatir el virus, pero a la vez ha generado grandes dificultades para adquirir material sanitario, tests de detección de COVID19 y otros recursos en el exterior en una subasta impúdica al mejor postor en la que hay empresas que deben de haber triplicado sus beneficios. Así pues, la coordinación y organización ha funcionado tarde y a medias.
4.- Informar adecuadamente. No se puede negar que el Gobierno del Estado ha informado de manera reiterada, con ruedas de prensa diarias, comparecencias, comunicados, propaganda, campañas en redes sociales, etc. La información ha sido frecuente, pero ¿ha sido siempre adecuada? Para mi gusto un exceso de épica o de moralina en algunas intervenciones del presidente Sánchez, más acostumbrado a otro tipo de comunicación (política), por lo que le ha costado encontrar el tono oportuno en cada momento. Se produjo un salto brusco entre la calma y la alarma. Durante unos días no era nada grave, estaba todo bajo control, y luego se advirtió de que llegaban momentos muy duros. Teníamos un virus lejano en China que aquí no nos iba a afectar más que una gripe normal, y de repente se infectaban personas conocidas (y que tenían la suerte de acceder a los tests), y algunas de ellas empezaban a fallecer. Ese es un cambio que genera ansiedad, miedo, incluso pánico, y ya no es suficiente con informar adecuadamente.
5.- Generar confianza, fiabilidad. En efecto, cuando entramos en el ojo del huracán devastador que genera el contagio masivo (aunque no dispongamos de datos reales sobre el número de infectados) y empiezan a llegar imágenes de UCI’s colapsadas, la confianza se quiebra. Cuando empieza a escasear material sanitario, se compra caro y material defectuoso, hay que improvisar morgues en pabellones feriales, o multar a los ciudadanos que se saltan el confinamiento como medida ejemplificadora, es que la fiabilidad de la autoridad flaquea. Es evidente que mientras haya goteo de muertos será difícil recuperar la confianza. Los obstáculos que hemos avanzado en este post (un gobierno de coalición con sensibilidades diferentes y apoyos parlamentarios débiles y vinculados a formaciones con intereses territoriales específicos) tampoco ayudan a generar o recuperar esa confianza. Y si además, en un momento determinado se produce un viraje rápido con medidas aún más drásticas que durante días se habían negado a adoptar, como ha sido el caso de cerrar toda la actividad empresarial no esencial, la confianza se quiebra y quién sabe si de manera irremisible. Dar tumbos, crear confusión, está en todos los manuales de lo que NO hay que hacer en situaciones de crisis.
6.- Contactar con las víctimas de manera directa. Ignoro si se está contactando con las víctimas, en este caso con sus familias que ni siquiera han podido despedirse de ellas y ofrecerles un funeral digno. Pero mucho me temo que no se esté haciendo, y urge. Es imprescindible.
7.-Ser transparente. No engañar. No creo que haya habido voluntad de engañar en ningún momento, pero sí falta de transparencia. Pondré un ejemplo. A fecha de hoy no sabemos cuántos tests de detección del virus se han hecho. No he encontrado información oficial al respecto. Por tanto, los datos sobre infectados no son reales. El índice de mortalidad, tampoco. Falta transparencia, sin duda.
8.- Reconocer los errores. Si es preciso y conveniente pedir disculpas, aunque eso tenga un coste político. Esto es algo que casi nadie nunca hace, pero está en el decálogo. No cuesta tanto pedir perdón.
9.- Afrontar los rumores con datos objetivos. Atentos a las redes. Este cometido lo están llevando a cabo más bien los medios de comunicación tradicionales o medios digitales específicos creados para desmentir bulos y llevar a cabo “fact-checking”. El Gobierno ha lanzado campañas de propaganda, también ha difundido las medidas sanitarias para combatir la pandemia (algunas difíciles de aplicar por la falta de guantes, mascarillas o gel desinfectante, por ejemplo…), pero no he visto campañas oficiales para desmentir rumores y fake news.
10.- Evaluar. Será muy importante, como ya hemos dicho al principio, evaluar cuando todo esto acabe. Para enmendar los errores. Esperemos que sea pronto. Y veremos las consecuencias que tiene para el gobierno, y para el país. Nos costará salir de esto. Saldremos, pero nos costará Dios y ayuda.
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