Publicado en La Vanguardia el 13-12-2021
Qué relación puede haber entre las tesis que exponía Daniel Innerarity en su artículo en este periódico “¿Qué crisis?” (27/XI/2021), la serie de televisión dirigida y protagonizada por Leticia Dolera, Vida perfecta, y La Fundación, la novela magna de Isaac Asimov?
Creo no traicionar el texto de Innerarity si resumo su visión en estos términos: las crisis que vivimos no son transitorias, ni afectan solo a algunos aspectos. “Es el propio mundo el que se encuentra en crisis”. Vivimos en un estado de crisis permanente, y nuestras instituciones se encuentran con una inestabilidad que no saben cómo gestionar. No existe unanimidad en el diagnóstico, que se caracteriza por las dudas sobre la naturaleza de las crisis y de las soluciones para abordarlas. Sabemos que exigen cambios en nuestra forma de vivir, pero desconocemos cómo hacerlo, y las instituciones políticas de las que disponemos son impotentes para realizarlos. Ni tan siquiera sabemos si buscamos “una recuperación del momento anterior a la crisis o un cambio transformador”. Pero lo decisivamente grave es que “las crisis las producimos con unas prácticas y unas instituciones, que a su vez deben resolverlas. El problema radica en que los mismos que las originan son los responsables de resolverlas”. Y apostilla un dictamen sabio: “La debilidad de la crítica se manifiesta cuando sus apelaciones no terminan de modificar los hábitos que nos llevan a tales situaciones de crisis”. Quizás –apunto yo–, porque no tienen ninguna motivación para comprometer seriamente sus vidas, porque no hay nada más grande que ellas. ¡Carpe diem!
El resultado es que “tenemos que atender a tal cantidad de factores que nuestra capacidad de comprensión y gestión se ve sobrepasada”. Conclusión de Innerarity: “La agenda de una sociedad del riesgo es una agenda de locos”. Cuestión: ¿puede gobernarse una sociedad en la que impera la locura?
La interpretación de Innerarity es para mi gusto lúcida y exacta. Solo discrepo en un punto crucial. Se trata del concepto de “mundo”, cuando afirma que todo está en crisis. No, solo es “un mundo”, es decir, una determinada cultura y moral, el autor de las crisis y nos arrastra a todos con él. Es la cultura que hoy nos domina, la misma que provoca en la Comisión Europea el intento de evitar la felicitación de la Navidad para no herir sensibilidades.
Es su sistema de valores y su falta de virtudes, el sentido que han querido dar a la vida humana y a sus relaciones, la antropología que han construido –y toda economía es una antropología–, la que está en crisis. Es, en definitiva, la de la sociedad desvinculada, que ha expulsado la razón objetiva de la vida social, y destruido los acuerdos fundamentales, sin capacidad para sustituirlos por nada. Es la crisis de la razón subjetiva y su individualismo hedonista de la realización mediante la satisfacción de las pulsiones del deseo: antes que todo, mi Yo. Es la crisis moral que significa la insolvencia para identificar el bien; también el bien común, practicar la justicia y diferenciar lo superfluo de lo necesario. Es la pérdida de la capacidad para el deber y el compromiso fuerte, para el perdón, la reconciliación y la misericordia.
El problema radica en que esta forma de hacer es promovida por la cultura oficial. Y es aquí donde entra en juego la Vida perfecta y Leticia Dolera, porque describe aspectos básicos de esta cultura y la muestra como el escenario normal de la vida, y así es aceptada por muchos de sus seguidores. Unos personajes sin otro horizonte de sentido que ellos mismos, sus deseos y frustraciones, y la forma como los encaran. Es la pecera en la que nos hacen vivir y sentir.
Pero no, la vida realizada en el bien es otra cosa, y solo la disidencia y la alternativa radical nos sacarán de la pecera.
En 1981, cuarenta años ya, Alasdair MacIntyre exponía en la última página de Tras la virtud una alternativa. Asimov la presenta en los términos novelados de la ciencia ficción: ante un imperio en crisis solo cabe crear una fuerza regeneradora al margen, la Fundación. El trasfondo común es idéntico: solo desde fuera de esta cultura podemos construir la alternativa que nos libere de las crisis. Primero cultural, por tanto, también ética, virtuosa; después política.