Cataluña, como toda España, tiene un problema grave de desequilibrio demográfico porque su tabla de natalidad es muy baja. Se sitúa claramente por debajo de su nivel de equilibrio, que son 2,1 niños por mujer en edad fértil, y apenas nos situamos en el 1,25.
Esta situación se ha visto empeorada en 2020 por la Covid-19, ya que se prevé que el ya de por sí reducido número de nacimientos caerá entre un 5% y un 8%, considerando que en 2019 ya se redujo en un 3,6%. Esto quiere decir que si no imprimimos una nueva dinámica, muy pronto apenas nos situaremos a 1 nacimiento o poco más por cada mujer.
Asimismo, el número de abortos supera ya el 20% de los nacimientos e imprime una fuerte mordida en nuestra demografía.
Esta pérdida de capital humano futuro no se puede compensar totalmente con la inmigración, por dos razones fundamentales. Por su dimensión y también porque su nivel de formación es inferior al que alcanza la población autóctona en edad de trabajar. Está claro que se puede pensar que con unas cifras de paro estructural tan elevadas como las nuestras tampoco es un problema no disponer de más población activa en el futuro. Pero este es un razonamiento simplista que nos condena a una economía deprimida, porque significa asumir que nunca tendremos capacidad productiva para tener mejores tasas de empleo, y especialmente porque no considera que la población en paro es la que está ligada a una escasa cualificación de todo un amplio sector del capital humano catalán, lo que las nuevas generaciones deberían enmendar.
Tener un buen equilibrio demográfico ligado a un buen sistema educativo y un mercado de trabajo que funcione bien, es la clave del éxito, pero la condición necesaria es que nazcan bastante criaturas. Y nacen pocas, y aún menos en 2020.
El coronavirus también ha pasado la cizalla para las personas mayores, por lo que, por primera vez en la historia, el número de jubilados prácticamente no ha crecido. En realidad, lo que ha sucedido es que han desaparecido más de 90.000 personas en edad de jubilación, muy por encima de la mortalidad habitual, y éste es el coste de la Covid-19.
Y aunque ,para acabar de redondear en términos negativos, también ha disminuido el número, ya de por sí débil, de matrimonios, que es la institución primaria que da solidez al sistema de relaciones y funciones en la sociedad. Ya había una tendencia en este sentido, pero la Covid-19 la ha acentuado. Y es que el problema que no se aborda de manera bastante intensa es que lo que hace esta pandemia es estresar mucho más todo lo que está estresado, y si nos descuidamos podemos salir con una sociedad y una economía absolutamente desarticulada y dañada.