Jordi lleva casi diecinueve años de cárcel, cumpliendo una pena de veintiún años, por un delito de homicidio. Ahora ya está en un tercer grado, y por tanto, puede hacer salidas a la calle, que van bien para poder hablar con él de forma cómoda, porque la visita a Brians implica perder todo el día.
Jordi es un hombre brillante y apuesto, que ha aprovechado su estancia en prisión, para estudiar Derecho, con el deseo de colegiarse en el Colegio de Abogados de Barcelona, hecho que le fue denegado por parte del Colegio, por su condición de recluso
El hombre no se dio por vencido, y recurrió a Justícia i Pau y otras instancias para recoger firmas, así como informes de su buen comportamiento en prisión. También, un dossier en el que constaban todos los trabajos de reinserción que llevaba con grupos de reclusos para mejorar su capacidad de convivencia.
Un buen día le llegó un oficio del ICAB, según el cual se le anunciaba su admisión en el Colegio de Abogados.
El día de su entrada en el Colegio, fue emocionante y desagradable a la vez. Emocionante porque para todos los que le apoyamos, ese momento era una fiesta. Desagradable, porque los sectores más reaccionarios, se negaban a aceptar los hechos, hasta que el presidente le dio la bienvenida a él y a otros dos y les impuso la toga. Al salir, le felicité y comenté que era un día relevante. Él me respondió flojito y al oído, «también es un día importante cuando estoy de servicio en la cocina». La respuesta fue una lección de realismo y humildad a la vez.
Con él nos comunicamos por carta cuando se encuentran en el centro, donde el reglamento penitenciario no permite el uso de teléfonos móviles ni correo electrónico. En la última carta me expresa su deseo de vernos en el centro de Brians. El día que fui, después de las colas y cacheos pertinentes, se me presentó al locutorio, acompañado de un tal Nazario, un hombre mayor, que se le veía castigado por la vida, y que me dijo que no tenía familia, amigos, ni nadie que le fuera a ver y que recibir correspondencia le haría un gran bien. Las cartas ya le leería y las contestaría a través de Jordi, «porque leer y escribir no es lo mío» me decía.
Jordi me comentó que ver siempre a Nazario en un rincón con la cabeza baja, triste y sin hablar nunca con nadie le producía una gran pena.
Nazario ha recibido ya la primera carta y Jordi me ha dicho cómo ha cambiado su estado de ánimo. El que hace de cartero, es un recluso que va diciendo en voz alta los nombres de los destinatarios. Cuando Nazario escuchó su nombre, fue como una resurrección. Ahora vive una nueva etapa. Le han comunicado que un pequeño grupo de Justícia i Pau, le irá a ver. Nazario ha pedido turno para ir a cortarse el pelo. Ha ido al ropero para buscar una camisa. Jordi me decía: «Antoni, ya sabes que yo no soy creyente, pero esta Pascua he visto la resurrección de Nazario». Yo le respondí: «he visto la resurrección de Nazario y la tuya.»