En los contactos previos para conseguir que varias personas participaran en la Conferencia Cívica de Acción Política, nos hemos encontrado con una dificultad imprevista: el gran rechazo que existe hacia la política, un sentimiento que la tragedia de Valencia y sus derivadas ha multiplicado. Sirve de poco explicar que la conferencia es precisamente el inicio del camino para regenerar, reformar y reparar la vida política de nuestro país; muchos lo ponen todo en el mismo saco y no diferencian lo que podría ser la acción organizada directa de los ciudadanos, desde la misma sociedad, de lo que hacen los partidos.
Si no superamos esta barrera, nuestros grandes problemas no tendrán solución, al contrario, empeorarán día a día. Esto es por una razón que mucha parte de la ciudadanía no percibe:
La política no es otra cosa que la acción organizada para mejorar el conjunto de la sociedad; dicho de forma más clara, es la consecución del bien común, que no es otra cosa que la construcción de las condiciones colectivas que hacen posible que cada uno de nosotros, nuestras familias, empresas y pueblos o ciudades, puedan alcanzar su proyecto de vida de la forma más plena posible. Y ese objetivo común necesita políticas públicas, y esto es la política. Por tanto, sin política no hay mejora, lo que sucede es que debe ser una buena y dirigida a este fin.
El problema es que actualmente no se hace política por el bien común, sino «política de la política» para ganar cuotas de poder o beneficio, sea personal, de grupo o del partido. El caso de Valencia ha sido un claro ejemplo de ello. Pero lo que hacen los partidos no agota la política; por un lado, ni siquiera actúan de acuerdo con la finalidad que justifica su existencia, que es ordenar y encauzar, en una sociedad plural, las diferentes ideas y necesidades, haciéndolas racionales y tratables, una tarea imposible cuando se trata millones de ciudadanos por separado. Pero, si los partidos, como es el caso, no realizan este trabajo bien, la política se transforma en problema.
Por tanto, reparar esta grave disfunción es una necesidad que no será resuelta por los mismos partidos que viven dentro de su burbuja, sino por la acción imperativa de los ciudadanos organizados.
- Hacer política no es privativo de los partidos.
- Los partidos, en la actualidad, forman parte más del problema que de la solución.
- La política es necesaria para resolver problemas comunes y mejorar nuestras condiciones de vida.
- Este aparente círculo vicioso sólo se rompe si irrumpe en escena una corriente organizada de la sociedad civil que hace esencialmente dos cosas:
- Define, canaliza y presiona por proyectos e iniciativas concretas que pongan contra las cuerdas a los partidos.
- Mediante esta dinámica, empuja a reparar el mal funcionamiento de los partidos, obligándoles a cumplir su misión.
No estoy diciendo nada nuevo: la democracia sólo es eficaz y eficiente, justa y participativa, en aquellos países dotados de sociedades civiles fuertes, donde los ciudadanos participan mediante diversas asociaciones y entidades en la vida pública, de forma no supeditada a ningún partido, ni para apoyar a éste o aquél otro, sino en función de lo que hacen en cada caso.
Éste es el camino a recorrer si queremos salir del callejón sin salida, y el que pretende iniciar la Conferencia Cívica de Acción Política, un marco que Converses a Catalunya aporta como servicio, pero que deben ser las personas concretas, los ciudadanos, quienes deben convertirla en realidad. Pongamos la ocasión; otra cosa es que se aproveche.
¿Y cómo se realiza esta acción política desde la sociedad civil organizada? Pondré un ejemplo de entre los muchos posibles.
En Argentina de Milei están aplicando un programa elaborado que es muy interesante. Olvidemos por un momento la polémica sobre Milei y su política global; cito sólo el ejemplo concreto. Convencidos, por evidencia, de que las leyes, para bien o para mal, determinan buena parte de lo que es un país, decidieron revisar todas las leyes vigentes, un total de 4.200, con 100 voluntarios competentes, clasificándolas inicialmente en tres grupos: las leyes convenientes o útiles, las perjudiciales a derogar, y el bloque que requeriría más trabajo, el de las normas que deberían modificarse.
Pues bien, semejante tarea debería hacerse para empezar, y como modelo, en Cataluña. Desbrozar la selva legislativa, dejarla reducida a lo que conviene y modificar aspectos de aquellas leyes que, pese a mantenerse, tienen aspectos negativos. De ahí surge un formidable programa de gobierno que moviliza a la sociedad para que sea realizado. En Cataluña no existen tantas leyes como en Argentina (en España más), y es un esfuerzo asequible que permite una ancha reflexión sobre lo que queremos y no queremos sobre aspectos concretos. Canalizar todo esto es una de las acciones posibles de la sociedad civil organizada, lo que debería surgir de la Conferencia Cívica de Acción Política.