Ah, Barcelona, esa ciudad que un día fue un sueño mediterráneo, un tapiz de Gaudí y de mercados bullentes, y que ahora, bajo la batuta del señor Jaume Collboni, parece haberse convertido en una especie de experimento urbano para probar la paciencia humana.
Desde que asumió la alcaldía en junio de 2023, con una minoría pírrica de apenas diez concejales sobre un total de cuarenta y uno –¡qué legitimidad democrática tan robusta!–, este alcalde socialista ha logrado, con una maestría involuntaria, someter a los barceloneses y a los infelices visitantes a un estrés cotidiano que roza lo insoportable. Uno pasea por sus calles y se pregunta: ¿es esto una ciudad o un circo ambulante donde el payaso principal se cree director de orquesta?
La inseguridad
Comencemos por lo evidente, por esa inseguridad que flota en el aire como un mal olor persistente. Los críticos, desde el PP hasta Junts, ERC y hasta los de BComú –qué ironía, ¿no?, aliados intermitentes que ahora le clavan el puñal–, acusan a Collboni de haber perdido el control absoluto de la ciudad. Robos con impunidad, carteristas que operan como si fueran empleados municipales, bandas organizadas que campan a sus anchas… Barcelona abandonada, dicen, con un caos creciente que afecta a residentes y turistas por igual.
En las redes sociales, las quejas son un coro griego: «impunidad en los robos», «pérdida de control», una situación «insoportable» con más inseguridad que nunca. Y mientras, la propaganda oficial pinta un cuadro idílico. ¡Qué gracioso! Como si bastara con palabras para disipar las sombras de la delincuencia.
La limpieza y la degradación urbana
Pero no nos detengamos ahí; miremos al suelo, literalmente. La limpieza y la degradación urbana son otro capítulo de esta tragicomedia. La ciudad está más sucia que nunca bajo su mandato, con señales cívicas que simbolizan un deterioro general, heredado de administraciones anteriores, pero sin una pizca de mejora significativa.
Opiniones públicas lo resumen con crudeza: usuarios en redes lo ven como el «peor» para los barceloneses, hundiendo la ciudad en un pozo de mugre. Falsedad en las afirmaciones oficiales de limpieza y orden, claman. Y ahí están los parques, escasos refugios climáticos, según los cartelitos bromistas del ayuntamiento, que cierran en su mayor parte en agosto por vacaciones. ¡Vacaciones para los refugios climáticos! En pleno verano catalán, cuando el sol aprieta como un prestamista.
Barcelona avanza hacia una versión que reúne lo peor de Venecia (el turismo asfixiante), Nápoles (la degradación callejera) y Marsella (los grupos de delincuentes que operan en los márgenes de la ciudad), todo en un régimen de densidad humana asiática. Uno camina y piensa: ¿quién diseñó este infierno con ironía?
Vivienda y economía
En el terreno de la vivienda y la economía, el escepticismo se torna en sarcasmo puro. Collboni no ha resuelto la crisis habitacional, la peor de todas las ciudades de España: familias amontonadas en habitaciones minúsculas, expulsiones por alquileres estratosféricos. Se le reprocha no facilitar la construcción de viviendas libres y protegidas, ni siquiera hoteles de lujo que podrían inyectar algo de vida económica. Prioriza otras áreas sobre la economía productiva y el empleo, dicen los opositores.
Y ahí está el caso de la Casa Orsola: un alto precio pagado por propiedades que, alegan, no benefician a los vulnerables. Problemas de vivienda mientras usa dramas ajenos para promoción personal, cuestionan. Necesidad de pactos para vivienda y hoteles, insisten. Ah, y no olvidemos el tranvía por la Diagonal, esa obra que acentúa la ruptura urbanística del modelo del Ensanche, respondiendo a extraños intereses. Se paga una pesada infraestructura pública para que después la explote una empresa privada, la concesionaria del tranvía, que además empeorará las crónicas deficitarias cuentas de la empresa pública de transportes metropolitanos porque fagocitará algunas de sus mejores líneas económicas. Calles colapsadas, limitadas o invalidadas por obras y medidas al estilo Colau –¡continuidad perfecta!–, asaltados por masas cruentas de turistas. ¿Progreso? Más bien una broma pesada.
Escenario internacional
Ahora, volvamos la vista al escenario internacional, donde Collboni se erige en diplomático de pacotilla. Su postura propalestina ha generado un vendaval de críticas: nombrar a Palestina como «distrito 11» de Barcelona –¡qué ocurrencia tan poética!–, reunirse con autoridades palestinas y sancionar relaciones con Israel. Esto llevó a que Israel le vetara la entrada al país por «incoherencia» y «difamación». La comunidad judía local lo acusa de sesgo evidente, y los opositores ven «postureo» y opacidad en sus viajes a Oriente Próximo, como a Jordania, usando fondos públicos para autopromoción en lugar de resolver problemas locales. Vetos de Israel, críticas del PP por el distrito Palestina, acusaciones de la comunidad judía por las reuniones, opacidad en los viajes, vergüenza por su presencia en Jordania… Todo un despliegue de internacionalismo que deja Barcelona en el olvido.
Gestión política
En cuanto a la gestión política y la legitimidad, aquí el ironista que hay en mí se frota las manos. Gobierna en minoría tras una «jugada baja»: prometió que solo el más votado sería alcalde y luego asumió el cargo pese a no serlo, con una diferencia de solo 141 votos con el ganador.
Opositores lo tildan de hipócrita, mantenido por apoyos inconsistentes como los de ERC y BComú, que luego lo critican con saña. Acusaciones de no superar el populismo, falta de diálogo amplio, priorizar la reelección con «pantomimas» financiadas públicamente. «Jugada vomitiva para robar el cargo», «diferencia mínima de votos», «no representa, manipulación electoral», «hipocresía de aliados», «pantomima para reelección», crítica unánime de la oposición a su mandato, toque de atención en el examen de mandato, ciudad sin modelo de futuro… Y encima, «vacaciones permanentes» ignorando problemas. ¡Qué forma tan elegante de no gobernar! Un alcalde que bate todos los récords con cinco mociones de pérdida de confianza. Pero aquí nadie dimite.
Abandona cuentas en X, dejando solo una para emergencias, criticado por la oposición. No hace cumplir normas estrictamente como en el Camp Nou. Otorga fondos públicos a causas ajenas, como un millón de euros. Y no contento con esto, se muestra todavía más intolerante que Colau con las tradiciones populares, como el pesebre de la Plaza de San Jaime o la cancelación de la Misa de la Virgen de la Mercè del programa de fiesta mayor, ignorando reclamos, manteniendo una tradición popular que se remonta al siglo XIII –¡precisamente conmemora a la Virgen de la Mercè!–. Un cartel festivo «irreverente» que genera peleas con el Arzobispado.
Se le ve como el «inútil de reserva» de Ada Colau, continuando su labor de «destrozo» y dejando Barcelona arruinada por décadas. No ha superado el populismo y ha profundizado problemas como la degradación: continuidad destructiva con Colau, claman.
Finalmente, en inmigración y derechos humanos, su apoyo al plan de migración regular de Sánchez, genera críticas implícitas por priorizar la inmigración sobre problemas locales, aunque él defiende que es necesario para el futuro de España y Europa. Declaraciones vistas como desconectadas de las realidades locales. ¿Prioridades? Parece que las de Barcelona quedan en segundo plano.
En resumen, bajo Collboni, Barcelona es un mosaico de ironías: una ciudad que se ahoga en su propia grandeza pasada, gobernada por un alcalde que, con escepticismo, uno observa como un actor secundario en una obra mal escrita. ¿Hacia dónde va? Quién sabe. Pero mientras, los barceloneses sufren, y el escéptico se limita a anotar, con una sonrisa torcida, esta comedia de errores municipales.
Calles sucias, robos impunes y un tranvía que rompe el Ensanche. Collboni, el inútil de reserva de Colau. #BarcelonaDegradada #CollboniCaos #GestiónMunicipal Compartir en X