Muchos católicos catalanes continúan hoy anclados en el posfranquismo, aunque la gran mayoría no vivieron el nacionalcatolicismo o lo vivieron en su versión más atenuada. Esto me lo comentaba este verano un destacado antropólogo y sacerdote catalán, poco sospechoso de conservadurismo, y que por su edad sí llegó a conocer la etapa más dura del franquismo. Mucha gente de iglesia está influenciada por la revisión poco objetiva del pasado que difunde el progresismo hoy dominante en el país. Lo hace tanto para tapar las carencias y deriva nihilista de su propio proyecto, como para deslegitimar socialmente la iglesia y así intentar anular la cosmovisión católica como gran alternativa. Este hombre sabio se quejaba de la gran incultura religiosa de la inmensa mayoría de nuestros jóvenes.
Mientras nos entretienen con estas relecturas interesadas del pasado, en nuestra sociedad todo evoluciona rápidamente. La falta de auctoritas de padres, mares, abuelos, abuelas, educadores y adultos en general, unida a la omnipresencia del mundo online en la vida de los más jóvenes, es el caldo de cultivo de todo tipo de manipulaciones. Más de una madre me ha comentado lo difícil que es hoy comprar ropa con sus hijas. La moda para adolescentes y jóvenes es cada vez más uniformemente minimalista, y resulta que cuando la chica ha entrado en la tienda ya sabe lo que quiere, porque lo ha encontrado antes por internet.
Por si no fuera suficiente con la mala influencia de la publicidad comercial, sale la Conselleria d’ Igualtat i Feminismes reivindicando el toples, y la ministra de Igualdad invitando a los adolescentes y jóvenes a “hacer lo que quieras y con quien quieras” cuando salen de noche. Mientras aquéllos se sienten cada vez más amenazados por la crisis de sentido de la vida, nuestros gobernantes todavía les quieren hacer creer que la libertad sin límites es el remedio que lo cura todo, cuando en realidad es un pozo sin fondo de problemas y causa de desorientación y muchas depresiones. En 2019 el suicidio ya era la primera causa de muerte de los jóvenes españoles de entre 14 y 19 años.
La adolescencia y la juventud siempre han tenido sus dificultades, la incertidumbre sobre qué decisiones tomar para tener una vida feliz: ¿qué voy a estudiar?, ¿de qué voy a trabajar?, ¿seré capaz de ganarme bien la vida?, ¿encontraré a alguien que me ame de verdad?, ¿podré formar una familia? Pero ahora, además, el relativismo moral, el “todo vale”, castiga a los jóvenes con otras cargas más duras y difíciles de soportar: ¿por qué se han separado mis padres?, ¿esas discusiones entre papá y mamá se resolverán bien o acabarán rompiendo como los padres de muchos amigos míos?, ¿estoy seguro de mi orientación sexual?, esa persona de mi propio sexo que quiere mi amistad ¿busca sólo eso o algo más?, ¿el cristianismo sigue siendo válido para mí o es un gran montaje de la Iglesia como a menudo me cuentan?, ¿son mejores las espiritualidades orientales o simplemente el agnosticismo con prácticas de relajación que no me obligan a nada?
¿Cómo reacciona la Iglesia católica, en toda su amplitud, frente a este panorama? Podemos resumirlo en tres formas diferentes. Una es la del camino sinodal alemán, que propone asumir la ideología de género con el caos antropológico y moral que supone. Esta posición es muy minoritaria a nivel mundial. En nuestro país no se da con la vehemencia de Alemania, pero sí hay católicos que querrían poner a la Iglesia en sintonía con las nuevas ideologías hoy dominantes. Ignoran las palabras del arzobispo estadounidense Fulton Sheen: «La Iglesia nunca se ha adaptado a los tiempos y modas en que ha vivido porque de haberlo hecho habría desaparecido con éstos». O la sentencia de Chesterton: “Sólo la Iglesia católica puede salvar al hombre de la esclavitud destructora y humillante de ser hijo de su tiempo”.
Una segunda reacción católica es el retraimiento y la pasividad. Debido a la tibieza que muestran hoy la mayoría de los fieles del mundo occidental, pero también por la presión que ejercen la ideología de género y el agnosticismo dominantes. La forma en que se han tratado política y mediáticamente los casos de pederastia, focalizándolos sólo en la Iglesia católica y con una lente de aumento (según el estudio de la Fundación ANAR, los sacerdotes son responsables del 0,2% de los casos de abusos en España entre 2008 y 2019), o la inmatriculación registral de propiedades eclesiales, son dos ejemplos de manipulación para deslegitimar a la Iglesia desde el progresismo cancelador que tienen un gran impacto sobre la opinión pública, católicos incluidos.
Por último, existe una forma de vivir la fe más militante y comprometida con la doctrina y espiritualidad de la Iglesia católica. Esta tercera actitud no está libre de carencias y pecados. Se podrá decir que en ocasiones es menos sensible a la justicia social. Puede ser, pero también debe considerarse, que hoy las administraciones públicas han asumido gran parte la labor social y educativa que había hecho la Iglesia durante siglos. El hambre y la miseria material, siendo problemas muy graves, no son el principal peligro que afecta hoy a las sociedades occidentales. Es más bien la pobreza espiritual, que está dejando a muchas personas deprimidas o desorientadas por la falta de sentido y de esperanza, y amenaza con dejar así a muchas más. Los cristianos hoy debemos mostrar a Jesús a “quienes están cansados y agobiados”, y hacerles ver que el supuesto yugo del cristianismo no es tal, sino “una carga suave y ligera”. Hacerles ver que Jesucristo «hace nuevas todas las cosas», también nuestras vidas, si nos dejamos amar y habitar por Él.
Publicado el 2 de septiembre de 2022 en el Diari de Girona