La Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA) ha hecho un informe nada halagador de la situación de Europa ante los riesgos climáticos. Considera que en general se han hecho progresos en este terreno por parte de la Unión Europea, pero que no son suficientes para afrontar situaciones de urgencia y señala como territorios más sensibles los del sur de Europa, principalmente, debido al impacto de las mayores temperaturas, la falta de agua que afecta a la producción agrícola y los bosques y los incendios forestales. También señala que las regiones costeras pueden verse más amenazadas por las inundaciones, la erosión y la intrusión salina.
En gran medida está siendo un diagnóstico de la situación catalana, como prototipo que registra un elevado número de impactos de todos aquellos estragos.
En concreto, hay uno que cada vez se vuelve más amenazador y sobre el que la Generalitat no está actuando a la altura del problema, como en todas otras cuestiones graves que nos afectan. Se trata de la situación de los bosques y el riesgo de incendio forestal. En el análisis realizado por el Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF) en un informe del año 2022, por tanto sin registrar la agudización del efecto de la sequía el año pasado, resultaba que allí había 33.000 hectáreas de bosque afectadas de manera extrema por la sequía y el calor. Es una superficie que está afectada sobre todo por la caída masiva de hojas o incluso la muerte de los árboles. Esta superficie sin duda ha crecido. Afecta sobre todo a los planifolios, pero también a las coníferas, sobre todo a los pinos con casi 6.000 hectáreas.
La parte más afectada de Cataluña es el norte. Pallars Sobirà, Osona, Berguedà, Noguera y Pallars Jussà son territorios que sufren especialmente esta circunstancia, pero que también se extiende el problema al Moianès, el Bages y, aún más al sur, al Garraf. En concreto, y ya referido a 2023, en las comarcas del Bages, Moianès y Osona, los árboles que presentan síntomas de sequía han pasado del 12% el año anterior al 80% en 2023. Este dato hace pensar que aquella referencia del CREAF se habrá multiplicado en un grado extremo.
A esta situación con pocos precedentes hay que añadir una consecuencia derivada, que es el crecimiento de las plagas que aún acaban por diezmar más el bosque. Es un círculo vicioso, la sequía debilita el monte, hace más fácil la aparición de plagas y su propagación, a la vez que este hecho acentúa la debilidad del bosque. En concreto y ligadas en una medida variable al estrés hídrico pueden señalarse, en primer término, la procesionaria del pino, que ha alcanzado una extensión extraordinaria, y también, la menos extendida, procesionaria del roble. El chancro del castaño y la plaga del olmo de un escarabajo que se alimenta de sus hojas, son otras afectaciones que dañan al bosque.
Todo ello multiplica el riesgo de que se produzca un gran incendio forestal entendiendo como tal, en el caso de Catalunya, aquél que se sitúa muy por encima de las 10.000 hectáreas quemadas. La razón de este riesgo es evidente: vegetación seca, árboles muertos y estrés hídrico.
Cabe recordar en este sentido que el incendio forestal se facilita y propaga en función del grado de humedad de la vegetación, la humedad intracelular y la humedad atmosférica. Este verano se darán circunstancias para que todas estas condiciones adversas alcancen niveles máximos. Y aquí empieza el grave problema, porque Cataluña dispone de un buen sistema de prevención y lucha contra los incendios, basado en la detección rápida y la intervención inmediata, de forma que transcurra el menor tiempo posible entre que se produce el foco y llega la primera unidad de extinción. Esto hace que en verano se produzcan multitud de focos, pero que el número de hectáreas quemadas sea muy bajo.
Sin embargo, este sistema tiene una debilidad: no sirve para hacer frente a grandes incendios que se produzcan cuando el foco se ha transformado en un gran frente que además avanza rápidamente, porque el trabajo térmico que, en definitiva es el incendio y que tiene como actividad más importante evaporar totalmente el agua de la vegetación para que pueda producirse la ignición, es mucho más fácil en las condiciones actuales.
La lucha contra el gran incendio forestal no depende ya de la intervención rápida; esta lo que hace es evitarlo, pero, si por las circunstancias adversas se acaba produciendo, todo el mecanismo de lucha resulta insuficiente. Porque la lucha contra el gran incendio en un país de dimensiones pequeñas y una gran extensión forestal requiere medidas estructurales que deben llevarse a cabo durante todo el año, año tras año. Además debe disponer de una gestión forestal adecuada que, por un lado, fortalezca el bosque y, por otro, atenúe las posibilidades de que el incendio se propague a grandes superficies.
Todo esto no existe en Cataluña, y el gasto que en este campo se hace es absolutamente insignificante con relación a las necesidades. El monte casi nunca ha sido una prioridad, aunque la mayor parte del territorio catalán tiene esa condición. Ahora ya es tarde para preparar el escenario para una lucha eficaz del gran incendio de cara a este verano, pero evidentemente por esta razón es más importante que nunca que se empiecen las actuaciones de cara al próximo año y confiemos en la providencia para este año. El problema del bosque catalán debido a la sequía tendrá consecuencias durante años y, por tanto, es pertinente y urgente adoptar medidas.
Un debate monográfico en el Parlament de Catalunya sobre este tema específico, la situación y perspectiva del riesgo de gran incendio en los bosques catalanes, es una necesidad patente.