En las redes sociales florecen como mosquitos de agosto en el cauce del río los comentarios críticos a la inmigración y la vocación, voluntad y deseo de detenerla, incluso, en algunos, de echarla. Muy pocos de los críticos más acérrimos con la inmigración, incluida Aliança Catalana, contempla el problema vital que significa, que Cataluña sea campeona en abortos en relación con el número de nacimientos; nada menos que el 40%, lo que nos sitúa como líderes en este ranking estratégico.
El aborto masivo que practica nuestro país nos está destruyendo. La gran inmigración de Cataluña no es consecuencia de ninguna confabulación españolista, si bien al gobierno le va bien el sálvese quien pueda en toda España; así puede fardar de crecimiento del PIB (aunque la renta per cápita continúe teniendo un crecimiento pírrico).
La inmigración viene a Cataluña masivamente por dos razones. Porque la gente del país no tiene hijos, y porque hace tiempo que los liderazgos económicos de casa consideraron que era más rentable pasarse al turismo y derivados que al sector industrial, siempre con mayor riesgo de competencia. Expansión turística, modelo económico que tiene una de sus patas en el turismo y afluencia de inmigrantes, es todo lo mismo.
Señoras y señores si queremos cambiar las cosas debemos reducir el aborto masivo, apostar por la familia con hijos, favorecer a los jóvenes y la formación de nuevas familias, evitar que los hijos sean una condición objetiva para caer en la pobreza y, por el contrario, llegar a cada caso con un pan bajo el brazo como manda nuestra tradición.
Y para alcanzar estos objetivos es necesaria una gran voluntad política de afrontar la realidad, por ahora inexistente, y un esfuerzo ingente, porque de lo contrario las perspectivas demográficas entregadas a su inercia son malas.
Si no se hace nada por cambiarlo, la demografía catalana seguirá marcada por una baja natalidad, un envejecimiento acentuado y la dependencia de la inmigración para sostener el volumen poblacional. Las proyecciones oficiales indican que el saldo natural negativo persistirá mientras la fecundidad se mantenga en niveles tan bajos (alrededor de 1,12 hijos por mujer, uno de los índices más bajos de Europa). En consecuencia, se espera que el crecimiento de la población venga íntegramente de la inmigración. Y de hecho, esto ya se refleja en la actual “vertiente demográfica”: hoy Cataluña gana población solo gracias a los flujos migratorios, que compensan la pérdida por defunciones.
Según estimaciones del IDESCAT, Cataluña ha superado ya los 8 millones de habitantes (8,01 millones a inicios de 2024) y seguirá creciendo moderadamente durante la próxima década gracias a los flujos entrantes. Proyecciones a medio plazo sitúan a la población catalana alrededor de 8,5 millones hacia 2030, aunque este aumento será modesto e insuficiente para rejuvenecer la pirámide demográfica.
Esto significa que en los próximos cinco años la población nacida en el extranjero crecerá más de medio millón, para alcanzar esa cifra de aumento y compensar el déficit vegetativo. En otros términos, añadiremos unos 7,5 puntos porcentuales a la población nacida en el extranjero actual y nos acercaremos al 30%, sin considerar a los hijos de primera generación de aquella procedencia. Esto significa que en las franjas de edad más activas de 25 a 45 años los inmigrantes serán el 50% o más. En este segmento el proceso de sustitución se habrá producido, y es cuestión de tiempo que crezca, dado que, se prevé que el envejecimiento se agrave: el porcentaje de mayores de 65 años, actualmente cerca del 19%, podría subir hasta el 25-30% a medio plazo si no mejora la natalidad.
En el horizonte 2030, la Generalitat calcula que la población en edad activa (16-64 años) todavía crecerá ligeramente gracias a la migración, pero los menores de 15 años disminuirán significativamente (se proyecta una reducción de 127.000 niños y adolescentes respecto a 2018). En otras palabras, sin un repunte de la fecundidad (que hoy permanece en mínimos históricos), la sociedad catalana afronta retos importantes: carencia de relieve generacional, presión sobre el sistema de pensiones y dependencia de mano de obra extranjera y un trasiego sobre el sistema educativo, y sobre la productividad. Instituciones y demógrafos señalan la necesidad de implementar políticas de apoyo a la natalidad (conciliación, ayudas familiares, vivienda asequible, etc.) para intentar remontar la tasa de fertilidad en el futuro.
Sin embargo, a corto plazo, la inmigración seguirá siendo el factor clave que determinará la evolución demográfica de Cataluña. Bajo escenarios razonables de continuidad migratoria, se puede prever una Cataluña que mantiene un crecimiento demográfico débil, pero positivo (llegando posiblemente a los 8,5 millones de habitantes hacia 2030), pero con una población claramente más envejecida y diversa en cuanto a su origen. En caso de que la inmigración se contrajera, Cataluña entraría en declive poblacional dado el fuerte déficit de nacimientos.
Si no queremos ser desbordados y finalmente borrados, si no queremos terminar como los occitanos, necesitamos hijos, familias, estructura productiva de calidad y la integración de los inmigrantes. Todo lo que no sea esto es apuntarse al bajón histórico de Cataluña.
Cataluña crece sólo gracias a la inmigración: la natalidad cae y el aborto la destruye. #Demografía #Catalunya #Natalidad Compartir en X






