El debate político, y ahora también electoral, no puede desterrar esta cuestión vital: el declinar de Catalunya por el deterioro de su principal activo histórico, el capital social.
Cataluña la ha hecho su gente; ésta es la idea histórica que Vicens Vives y Pierre Vilar han dejado perfectamente asentada en nuestro imaginario colectivo. Está fuera de toda discusión. Si hemos tenido éxito en la historia en una medida apreciable, no ha sido por disponer de unas condiciones geográficas benefactoras como la gran llanura francesa, bien dotada de agua, ni de recursos naturales remarcables, ni de cursos navegables que facilitaran el transporte. Nuestra historia se ha forjado en un territorio roto de nada fácil acceso y pobre en recursos naturales. Sí, la riqueza y el bienestar de Cataluña la ha hecho su gente, las personas y la sociedad civil. Y ha sido una proeza, no tanto por el nivel alcanzado, como por lograrlo casi siempre en condiciones políticas e institucionales adversas.
Nuestra historia no tiene en modo alguno la dimensión épica del descubrimiento y colonización americana y la construcción del imperio español, pero en su esencia forma parte de lo que en último término ha ido forjando la Europa próspera. Un sentido de la vida similar a la del norte de Italia y de las ciudades hanseáticas; un espíritu de reconstrucción del tamaño de Alemania después de su gran debacle material, ciertamente, pero sobre todo moral y político. Pero esta idea cierta, del papel del trabajo y el esfuerzo personal y de la sociedad civil, de tan asumida la han convertido en un tópico superficial. Porque, exactamente, ¿qué quiere decir que Cataluña la ha hecho la gente? ¿Qué tenemos de diferente en relación a los pueblos que nos rodean? Para responder en términos útiles, no hay que quedarse en la superficie del concepto y penetrar en su composición.
Gente valiosa con capacidad transformadora. » Los catalanes de las piedras hacen panes» significa dos cosas: la primera, capital humano. Y también decisiva, una segunda, estrechamente ligada a la anterior, capital social.
El capital social
Históricamente es improbable que una sociedad alcance buenos hitos en capital humano sin una adecuada disponibilidad de capital social. Este tipo de capital, todavía hoy no siempre entendido, constituye una condición básica para el desarrollo económico y social, tiene efectos similares a los otros tipos de capital, si bien presenta una diferencia clave con ellos. Sus depositarios, generadores y consumidores son el conjunto de las sociedades, las comunidades. Es un atributo colectivo que nace de un conjunto de variables sociales como la dimensión de las redes sociales y familiares, la confianza, la participación y la cohesión social, como más destacables. Beneficia a personas, pero es de la comunidad.
Puede resumirse en un solo concepto: la fuerza del vínculo; del compromiso con la tradición, la historia; el derecho consuetudinario y las comunidades, familia-Iglesia, vecindad, país. Es probablemente la mejor constatación del valor económico, también monetario, de determinadas virtudes propias de las comunidades.
El capital social tiene una amplia gama de consecuencias favorables al crecimiento económico, pero también para un gobierno más eficaz. Precisamente, fueron las diferencias en la capacidad gubernamental entre las regiones del norte y el sur de Italia, que permitieron a Putnam mostrar los efectos del capital social en un famoso estudio “El declive del capital social en América”, en el que analiza cómo la seguridad, los menores costes sociales y mejor preservación del espacio público, se ven beneficiados por este otro tipo de capital. Sin embargo, tiene una relación muy estrecha con el rendimiento escolar, en este caso vinculado a las familias, tal y como señala Coleman, otro nombre clásico en este ámbito específico. En definitiva, lo que ahora interesa subrayar es la existencia de esta característica propia de las diferentes comunidades, necesaria para el desarrollo económico, y que viene a sumarse a los otros tipos de capital, humano, público, privado, físico.
Por tanto, la excelencia de lo que llamamos sociedad, será tanto o mayor cuanto mejor sea el capital social del conjunto y de los diversos tipos de las comunidades que la configuran. Éste es el sentido operativo de la idea de que Catalunya la ha hecho su gente.
Las instituciones políticas y los medios de comunicación, la propia sociedad, han perdido de vista la percepción de cuál era la fuerza del país; han ignorado los cimientos que se asientan sobre el capital social.
Cuando Putnam explica por qué los gobiernos de las regiones del norte de Italia son más eficaces que las del sur, utiliza entre otros elementos el carácter históricamente diferenciado de sus instituciones políticas, mucho más centralizadas en el sur, en torno al Reino de Nápoles, y mucho más descentralizadas en el norte. Éste es el punto de partida. La consecuencia de esa realidad institucional diferenciada es la presencia de unas comunidades más vivas en el segundo caso. Es una aproximación interesante a pesar de que no tiene por qué ser necesariamente acertada, pero es indudable que facilita la explicación de por qué el capital social en el norte de Italia fue mayor que en el sur, al tiempo que esto hizo más eficaces las modernas instituciones del gobierno de las regiones autónomas.
La tentación del paralelismo entre la muy descentralizada Confederación Catalano-Aragonesa y el centralismo del Reino de Castellano y León es insuperable, y de esta forma tendríamos el origen del factor diferencial, que permite un mayor desarrollo de Cataluña por su más gran capital social, «el empuje económico», podría ser su traducción más convencional, plenamente asumida.
Su traducción económica se haría tanto más patente como más compleja y abierta en la actividad, el comercio de exportación primero, y la industrialización después, marcarían la diferencia. El capital social permite reducir los costes de transacción que todo aumento de la complejidad económica comporta. Ésta es otra forma de explicar el origen y desarrollo de la especificidad económica catalana, a la vez coherente con las premisas que explican las causas del actual declinar en el marco de la teoría del capital social.
Es la disponibilidad del capital social que hace posible mejores costes de transacción e intermediación, lo que ayuda a explicar por qué Cataluña emprende con éxito la vía de la industrialización, como también lo hace el País Vasco, otro caso de estructura histórica muy descentralizada por su sistema foral, con una sociedad dotada de un gran capital social, y que las convierte a ambas en excepciones en la lógica del desarrollo económico peninsular.
También y, hasta cierto punto, la crisis americana del Imperio español puede explicarse por la fractura de las redes relacionales y de confianza entre la sociedad matriz y la colonial, ambas españolas, como sucedió antes con los colonos americanos del norte respecto a la metrópolis británica. Ambos casos no responden a la dinámica descolonizadora. Son otra cosa, porque metrópoli y colonia surgen de la misma tradición cultural.
El enfoque realizado desde el capital social no puede pretender explicarlo todo, pero sí aporta una visión más precisa, ayuda a entender mejor por qué Cataluña, a pesar de la derrota política, tiene más capacidad para desarrollarse y aprovechar la oportunidad de la revolución industrial. Ésta es una aproximación a la realidad histórica mucho más rica y compleja porque consigue articular mejor lo que realmente sucede, que no es otra cosa que una combinación de factores de naturaleza monetaria con otros de índole social y cultural.
Desde esta perspectiva, el catalanismo sería la concreción cultural y política del diferencial de capital social que ha dispuesto Cataluña y que ahora declina. Pero, ¿por qué? La respuesta radica en la erosión por razones políticas y culturales de las Instituciones socialmente valiosas insustituibles, que son las capaces de generarlo primariamente y hacer su primera expansión. Lo veremos en el próximo artículo.
¿A quién le importa el catalán? Noticia de Cataluña (9)