Pese a que su período como papa no fue extraordinariamente largo, fue elegido en 2005 y renunció en 2013, su legado ganará en importancia y consideración con el paso del tiempo. Fue el primer papa elegido del siglo XXI, y antes había sido 23 años como prefecto de la congregación de la doctrina de la fe, el dicasterio encargado de velar por la fidelidad del conjunto de la Iglesia a la fe católica. En este sentido, podríamos decir que, en términos seculares, formó equipo con Juan Pablo II y la obra de uno es paralela a la del otro.
Ha sido, con independencia de su papado, uno de los grandes teólogos del siglo XX y una pieza clave del Vaticano II, en la que tuvo como asesor una incidencia más que notable. Su renuncia, que sorprendió a todos, se ha convertido finalmente en un hecho valorado como positivo para unos y celebrada como un gesto profético para otros, aunque en el momento en que se produjo, por su carácter absolutamente nuevo (era el primer papa que renunciaba en 600 años), no fue del todo asumida. Su retirada fue ejemplar. En ningún momento ha significado la más mínima sombra sobre el nuevo papa y ha vivido centrado en la oración, la meditación y la lectura en un pequeño recinto en el seno de los jardines del Vaticano. Todo intento por hacerle romper el silencio ha sido en vano. Y ese silencio es ahora una de las fortalezas de su legado.
Tuvo que hacer frente a un momento difícil de la Santa Sede. Los problemas derivados del mal uso de los recursos económicos, del blanqueo de dinero, que afrontó sin llegar a resolver. Pero, sobre todo, lo que más cargó su pontificado fueron los casos de pederastia. Éste es uno de los más violentos ataques que la Iglesia ha registrado y que dura más de 30 años.
Evidentemente, la pederastia ha sido un problema. Ha habido sacerdotes que han cometido abusos sexuales, sobre todo con chicos, pero se ha situado el foco sólo en la Iglesia y ésta lo ha asumido sin plantear que la pederastia es uno de los males más extendidos en nuestra sociedad y que ha afectado a miembros de las propias organizaciones católicas que son, en proporción al conjunto de delitos, una expresión marginal. En cierto modo, y esto es evidente en el caso de España, por ejemplo, reiterar durante 3 décadas la cuestión de la pederastia en la Iglesia ha evitado que se abordara su presencia en la vida cotidiana de nuestro tiempo y en la práctica de muchas instituciones, desde Naciones Unidas, a los servicios públicos que tutelan a menores pasando por la escuela y la familia. En la referencia española que citábamos, a lo sumo un 0, 4 de los delitos son atribuibles a miembros relacionados con la Iglesia. La cifra ya lo dice todo.
Benedicto XVI fue elegido como garantía de la continuidad de la obra de Juan Pablo II y así fue, aunque en un estilo diferente el que separa al hombre de acción, característica del papa polaco, condición que combinaba con ser un reconocido filósofo personalista, a condición de un extraordinario intelectual y teólogo que era la seña de identidad del papa alemán.
Se dice que a pesar de haber sido un reformador durante el período conciliar, en Mayo del 68 y las consecuencias de su cultura le llevaron a defender actitudes conservadoras. En esa idea se olvida que en una naturaleza equilibrada, la reforma, el progreso, está al servicio de la conservación. El final de su vida ha sido una proclamación de fe incluso en sus últimas palabras «Señor te quiero». También su legado intelectual, el testamento espiritual, es una afirmación de la capacidad de la fe para aportar respuestas al mundo, y en él hace referencia que a lo largo de su vida ha visto cómo fue cayendo tesis que parecían ganadoras, desde la generación liberal, pasando por los influyentes protestantes reformadores hasta la generación marxista.
Todas estas ideas se han mostrado incapaces de soportar el paso del tiempo, mientras que la fe ha demostrado su solidez. Como enseña la Constitución Dogmática sobre la Revelación Divina del Vaticano II Dei Verbum, en la que tuvo una notable incidencia, “la revelación de Dios a la humanidad se completó en Jesucristo. Él lleva el cumplimiento, la autorrevelación de quien es Dios y de lo que quiere para la humanidad”. Y ésta ha sido su posición doctrinal a lo largo del tiempo, sin atender a las continuadas tentaciones de abandonar esa interpretación que señala la primacía de la fe.
Benedicto XVI ha escrito 3 encíclicas Deus Caritas Este (Dios es amor), Spe Salvi (Salvados por la esperanza) y Caritas in Veritate (El amor en la verdad). Las tres señalan dimensiones importantes de lo que la Iglesia presenta a los creyentes y al mundo. Pero sobre todo la tercera de 2009, que forma parte del cuerpo del que se llama Doctrina Social de la Iglesia, es una aportación socioeconómica y política que debe tener recorrido en nuestro tiempo. Todavía existe una cuarta encíclica hecha conjuntamente con el papa Francisco, si bien su contenido obedece mayoritariamente a la mano de Benedicto XVI.
Este papa ejerció con un estilo humilde que no contradecía la idea de hombre severo inherente a su misión ante la congregación de la doctrina de la fe y fue baluarte contra todo intento de diluir el legado del Evangelio leído a la luz del magisterio de la tradición de la Iglesia. Nunca se dejó llevar por las ideas dominantes y ejerció como pensador crítico de nuestro tiempo. Seguramente la mejor biografía para conocerlo más a fondo es la que escribió Peter Seewald «Benedicto XVI. Una vida” .