Del barrio de la Mission (San Francisco) a Sant Antoni (Barcelona): como el turismo, la inmigración y la gentrificación amenazan Barcelona

Si ha visitado San Francisco, seguramente conoce el barrio de la Mission, un distrito que debe su nombre al antiguo asentamiento de los frailes españoles: la misión original que dio origen a la ciudad californiana. Con el paso del tiempo, este barrio ha sufrido una transformación trágica.

No hace falta haber estado allí para conocer su estado actual: las imágenes han invadido nuestras pantallas de TV más de una vez. Personas en situación extrema sobreviven en las aceras, entre cartones o en tiendas de campaña improvisadas. La heroína y la metanfetamina —como lo atestiguan las jeringuillas esparcidas por el suelo— son parte del paisaje habitual.

Pero junto a ellos, también viven trabajadores. Personas corrientes que, en otras coordenadas, llevarían una vida normal. Muchos trabajan en la hostelería y el sector servicios, incluso en la seguridad privada. Sin embargo, sus bajos salarios no les permiten hacer frente al elevadísimo coste de la vida en San Francisco. Conseguir un alquiler decente se ha vuelto imposible. Así, drogodependientes y trabajadores sin hogar conviven en un mismo espacio. La Mission no está en la periferia: está a apenas veinte minutos del centro en autobús. Pero ha seguido el camino de muchos barrios: el de la gentrificación.

La llegada masiva de profesionales del sector tecnológico —Silicon Valley está a escasos kilómetros— disparó los precios de los alquileres y el coste de vida hasta niveles inalcanzables para los residentes de siempre, que se vieron obligados a emigrar a otras ciudades.

¿Y por qué les cuento esto?

Porque en Cataluña, y especialmente en Barcelona, este mismo proceso —a otra escala, pero muy real— está en marcha.

Por un lado, tenemos a los llamados expats: profesionales extranjeros atraídos por el dinamismo de ciertos sectores, por el clima (cada vez menos benigno) y por unos precios que, para ellos, aún resultan razonables. Para los barceloneses, en cambio, el fenómeno se traduce en gentrificación.

Esta tendencia se ha visto agudizada por la política errática de transformación urbana impulsada por Ada Colau y su sucesor, Jaume Collboni, con los llamados «ejes verdes», cuya consecuencia ha sido la expulsión de residentes de muchos barrios.

Un ejemplo paradigmático y reciente es el barrio de Sant Antoni, donde la gentrificación ha sido rápida y brutal.

Pero no son solo los expats los que transforman el paisaje urbano. Hay otros dos factores que, combinados, agravan la situación: el turismo masivo y la inmigración.

El turismo, en cantidades razonables, puede ser positivo. El problema en Cataluña es que ha alcanzado niveles absolutamente desbordantes. Esta actividad tiene dos rasgos contradictorios: por un lado, genera ingresos; por el otro, ofrece salarios extremadamente bajos.

Según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) de 2023, el sector energético paga sueldos de más de 62.000 euros anuales. La hostelería, apenas 16.777 euros. Un trabajador que percibe menos de 20.000 euros anuales, si mantiene ese salario en términos de euros constantes a lo largo de su vida, no llega a cubrir lo que ha costado al Estado su formación, sanidad, protección social y demás prestaciones. Dicho de otro modo: el resto de los ciudadanos debemos compensar sueldos que no sostienen ni al trabajador ni al sistema.

en España los salarios son bajos, pero el coste de la vida lo determina el turismo.

El economista Carlos Garriga, vicepresidente de investigación de la Reserva Federal de St. Louis, lo decía claramente: en España los salarios son bajos, pero el coste de la vida lo determina el turismo. Aunque pueda parecer una exageración, en lugares como Barcelona esta afirmación se confirma dramáticamente. La combinación de bajos sueldos y turistas con poder adquisitivo alto ha distorsionado por completo el mercado de la vivienda y en general las condiciones de vida.

Y a este problema se suma la inmigración masiva, caracterizada por empleos de baja productividad y remuneración escasa. El turismo facilita la llegada de inmigrantes, y la inmigración permite al turismo mantener salarios ínfimos. Muchos de estos inmigrantes son pobres, aunque trabajen. No pueden acceder a una vivienda en condiciones, ni siquiera en el área metropolitana. Cáritas lo constata: cada vez son más los trabajadores pobres a quienes presta ayuda.

La competencia por el alquiler de bajo coste también perjudica a la población autóctona con menos recursos. El resultado es una tormenta perfecta: masificación, salarios bajos, y un coste de vida —especialmente en vivienda— fuera del alcance de la mayoría. La OCDE señala que España ha sido uno de los países donde menos ha crecido el salario real en los últimos 30 años: apenas un 2,76%. Y eso es el salario medio. En el caso de la hostelería, el empobrecimiento ha sido aún mayor.

el gobierno de Pedro Sánchez ha resuelto el desequilibrio de las pensiones cargando más costes sobre las nóminas.

Y a todo esto hay que añadir que el gobierno de Pedro Sánchez ha resuelto el desequilibrio de las pensiones cargando más costes sobre las nóminas. Actualmente, uno de cada cuatro euros de lo que paga una empresa por un trabajador se queda en manos del Estado. Es decir, la retribución real del trabajador está menguada antes de llegar a su bolsillo. Pero esto merece una reflexión aparte.

Un país que depende de la inmigración —porque no tiene hijos y tal cuestión parece no preocupar a los poderes públicos y mediáticos, ni tan siquiera a las elites económicas y culturales— y que basa su economía en el turismo barato, está condenado al fracaso.

En el caso de Cataluña, el riesgo se agrava con una amenaza cultural: la erosión del catalán y de nuestra identidad. Si no se revierte esta deriva, nuestra lengua y cultura no sobrevivirán: se convertirán en una simple curiosidad antropológica. Y, por desgracia, ni el actual gobierno ni la mayoría del Parlament parecen tomarse en serio este gravísimo peligro histórico.

Twitter: @jmiroardevol

Facebook: josepmiroardevol

Expats, turismo salvaje e inmigración precarizada. La tormenta perfecta que está desfigurando Barcelona. #CrisisVivienda #BarcelonaReal #PolíticaUrbana Compartir en X

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