Barcelona mantiene una población estabilizada en torno a 1.630.000 habitantes, pero esta estabilidad esconde dos bombas de relojería y la carga crece con el tiempo. Se trata por un lado de un proceso de sustitución de población de graves consecuencias económicas y culturales que están transformando la ciudad. La otra es el envejecimiento.
El padrón municipal del año 2022 señala que el 30% de los habitantes de la ciudad han nacido fuera de España, son inmigrantes en su mayor parte. Además, un 14% ha nacido fuera de Cataluña y sólo un 49% ha nacido en Barcelona.
Esta dinámica de sustitución se ha ido produciendo a lo largo del tiempo, acelerándose sobre todo en estas últimas décadas. En relación con 1996, para situar una referencia, los habitantes nacidos en Barcelona han pasado del 59% al 49%, 10 puntos menos. Los que nacieron en Cataluña y viven en Barcelona pasaron, en el mismo periodo, de ser del 4,20% al 2,6%. Más enérgica ha sido todavía la población que, viviendo en la capital catalana, ha nacido en el resto de España. Se redujo del 28,66% al 14,86%, es decir, la mitad. Y lo que ha crecido de forma extraordinaria son los habitantes nacidos en otros países, que han pasado del 3,6% al 29,20%. Es decir, en la Barcelona postolímpica la presencia de residentes de otras sociedades y culturas no llegaba al 4% y ahora se acerca al 30%, y además sigue creciendo.
Este proceso de sustitución comporta un debilitamiento de la lengua y cultura catalana de una forma clarísima y llegará un momento que será un hecho muy poco prevalente en la ciudad o en todo caso limitado a iniciativas oficiales. También significa otra cosa, ligada al afloramiento del turismo y la caída de actividades secundarias y del terciario central. Quiere decir que se está sustituyendo a personas en edad de trabajar y de productividades altas, por otras mucho más bajas. Y esto significa un progresivo empobrecimiento de la ciudad, que las estadísticas no acaban de reflejar bien porque en la capital de Cataluña es donde reside la mayoría de la población con los ingresos más altos del país y ya se sabe que la estadística señala que si hay dos personas y un pollo, a cada uno le corresponde medio pollo. Pero en la práctica las mismas cifras pueden indicar que una persona se come el pollo entero y el otro lo mira.
El otro problema profundo de la ciudad es su envejecimiento porque los residentes nacidos en ella son cada vez de mayor edad porque sencillamente no nacen niños. De hecho, Barcelona presenta un déficit vegetativo, es decir, más defunciones que nacimientos, desde hace décadas y eso lo cubre con inmigración. Pero este hecho se enlaza cada vez más con el apuntado proceso de sustitución porque las familias con hijos tienen cada vez más un perfil inmigratorio. Por otra parte, como este recambio nunca es suficiente, se produce esta dinámica que hace que haya en Barcelona tanta población de 80 y más años como niños de 0 a 10, del orden de 110.000 personas en cada caso. Pero es que una población envejecida tiene unas exigencias que la ciudad debe contemplar en lo que se refiere a la ordenación de la movilidad y de la accesibilidad. Y esa asignatura también está pendiente en los planteamientos políticos.
Y es así porque ambos temas, proceso de sustitución y reducción de la productividad, y envejecimiento por falta de nacimientos, son dos cuestiones políticamente incorrectas que ninguno de los partidos de turno, o casi ninguno, es capaz de abordar con claridad y ya no digamos con soluciones.