En Eslovaquia han atentado contra la vida del primer ministro. Europa está conmocionada porque Robert Fico, que por tercera vez encabezaba el gobierno de ese país, está ingresado muy grave y su vida corre peligro. Él mismo hace unos días acusó a la oposición liberal y progresista de crear un clima de hostilidad contra el gobierno y advirtió que «no se puede descartar que en algún momento se produzca un acto de violencia con un clima así». Seguramente no pensaba en su persona, pero el resultado final ha sido éste.
Fico tiene una posición política contraria al establishment de Bruselas y a la progresía de la Unión. Aliado con Urban en Hungría y adversario de las políticas de doctrina de género destaca sobre todo por ser también un aliado de Rusia, hasta el extremo de haber cortado la ayuda militar a Ucrania manteniendo el humanitario.
El autor del atentado es un hombre de 71 años, un escritor conocido, Juraj Cintula, que pertenece a la asociación de escritores eslovacos, pero sobre todo destaca porque pertenece a la izquierda radical “Eslovenia Progresista”. Es un activo bloguero político y encarnizado enemigo de Fico. Ahora, esta enemistad ha culminado de esta forma.
Es sintomático que muchos medios a la hora de dar cuenta de este hecho y de la conmoción que ha generado, expliquen al mismo tiempo con términos muy críticos la reforma que está llevando a cabo su gobierno con la televisión pública, con lo que habría un consejo directivo de 9 miembros nombrados 4 por el gobierno y 5 por el parlamento.
Este hecho que ha despertado críticas extraordinarias visto desde los ojos de nuestro país, resulta que tiene muchas semejanzas con TVE o TV3. Pero visto desde la perspectiva de Eslovenia es, con razón, muy crítica, pero los mismos al aplicar esa mirada a nuestro país, lo que allí es malo aquí lo ven con buenos ojos porque mandan los suyos.
Es necesario hacer el pequeño ejercicio de imaginación de considerar qué se estaría diciendo en ese momento en muchos de los gobiernos y en Europa, y en los medios de comunicación si la víctima en lugar de tener el perfil que tiene, hubiera sido un representante de la progresía o del liberalismo, y si el agresor, en lugar de ser un intelectual de izquierdas hubiera sido un militante de derechas. El cielo habría caído ya sobre la tierra y se habría aprovechado para demonizar todo aquello que no fuera progresismo, acusándole de ser foco de violencia.
Y esto es así porque hay una forma de medir la realidad diferente en función del color político. Basta con fijarse hacia qué lado caen las líneas rojas y las exclusiones. Siempre hacia la derecha, nunca hacia la izquierda. A Vox se le deja siempre fuera del juego democrático mientras se sitúa a Bildu en medio. Está bien integrar a Bildu, pero está muy mal expulsar a Vox. Y es que hay una supremacía moral que ha sido comprada por todos, por lo que es intrínsecamente bueno ser progre y, por la misma lógica, sospechoso o perjudicial ser de derechas, conservador o culturalmente cristiano.
Hay que acabar con esta lógica de nuestro sistema político porque todos podemos pensar que tenemos la verdad, pero para participar en el sistema democrático debemos asumir que esa es una especie de espejo roto del que cada uno tiene un pedazo, y que sólo juntando las piezas podemos llegar a su determinación.
Sin embargo, es que hay aún más razones para poner fin a esa mirada estrábica que condenaría de manera diferente el atentado de Fico, en función del color político de la víctima y el agresor. Se trata de razones empíricas que los estudios ponen de relieve y que manifiestan que los valores, virtudes y estilos de vida que aquéllos generan son mucho más positivos para los propios protagonistas y la sociedad cuando están forjados por marcos de referencia conservadores o, para ser más exactos, de cultura cristiana.
Por ejemplo, es así en el caso de la familia, puesto que los estudios demuestran hasta el aburrimiento que el modelo formado por un matrimonio con hijos y dotado de estabilidad garantiza para sus miembros mejores condiciones de vida de todo tipo, desde la vivienda a los ingresos, pasando por la salud, incluida la psicológica, la seguridad, la felicidad subjetiva, etc., que todas las demás formas de convivencia. O el reciente estudio en EEUU, que demuestra cómo mayoritariamente los jóvenes que se identifican como trans, que no quiere decir que realmente lo sean, tienden a ser de izquierdas y sufren muchos más trastornos psicológicos que los jóvenes conservadores. O también, por citar otro reciente, el hecho de que la violencia de género entre los jóvenes es mucho menor entre aquellos que están educados bajo parámetros conservadores y cristianos que los que lo han estado en criterios propios de la cultura progresista liberal.