Es una evidencia histórica que la riqueza y progreso de los países cambia en función de la capacidad de cada sociedad de actuar bien ante las diversas circunstancias históricas.
Cataluña no ha sido siempre pionera en España. Este es, sobre todo, el resultado de haber cogido bien el tren de la revolución industrial a principios del siglo XIX, pero antes de esa fecha Andalucía y Castilla eran las zonas ricas de España.
Un análisis del PIB y su distribución por persona de los países de América Latina y la Península Ibérica de largo alcance, de 1850 a esta parte, permite observar claramente los grandes cambios que se han producido, observando lo que expresa mejor, y que es el estado de la población. Se puede constatar como, entre 1850 y 1925, España evolucionó en términos positivos, pasando de la quinta posición en el año inicial por detrás de Uruguay, Argentina, Venezuela y Portugal, a la tercera en 1900, para situarse en segundo lugar en 1925, sólo por detrás de Argentina. Unos años después, sin embargo, se produjo la gran catástrofe de la Guerra Civil y España se derrumbó, desapareciendo de los primeros puestos de la lista. A partir de aquella derrota, se observa ya claramente la recuperación en 1975 donde se sitúa en tercera posición, para ocupar la primera en 2000 y que mantiene desde entonces.
En esta visión, que hemos limitado a observaciones cada 25 años, podemos ver aún cambios más espectaculares.
Venezuela ocupaba el primer lugar en renta per cápita desde la mitad del siglo XX hasta la revolución chavista. A partir de este momento su caída ha sido espectacular, en 1975 estaba en primera posición, en 2000 había descendido hasta la sexta, y en 2020 se había derrumbado hasta el lugar decimonoveno, el penúltimo, teniendo por detrás sólo el empobrecido Haití. Su PIB ha llegado a caer un 75%, es un hecho extraordinario y demuestra cómo puede influenciar la política en el bienestar de un país. Sin incurrir en unas magnitudes tan insólitas, Cuba también es otro caso de país que ha pasado de cifras del bienestar a situarse entre los últimos de la cola. Entre finales del siglo XIX y buena parte del XX, Cuba estaba situada en los primeros lugares en renta per cápita, concretamente en 1925 era el quinto país de América Latina. Con la revolución cubana se inicia un descenso que sólo en los últimos años con la reforma económica y el turismo, le ha permitido una cierta recuperación, pero aún así Cuba aún ocupa el puesto decimosexto entre los 20 países considerados.
En sentido opuesto, hay que situar Puerto Rico. Sus instituciones, la estabilidad política, el buen criterio hace que desde 1975 ocupe el segundo lugar entre los países más desarrollados de América Latina y la Península Ibérica. En aquel año por detrás de Venezuela, y en las décadas más recientes teniendo sólo por delante a España. Y para señalar un último caso poco citado, hay que nombrar a la República Dominicana que en la actualidad ocupa el quinto lugar de este conjunto de estados. A pesar de un pasado relativamente reciente, tumultuoso y sangriento, basta recordar la novela La fiesta del chivo, de Vargas Llosa. La dictadura de Trujillo marcó a sangre y fuego este pequeño país. Pero aun así, ha sabido superar esta difícil herencia y situarse en un nivel de bienestar considerable en términos de aquel continente. El contraste es aún mayor si se tiene presente que la República Dominicana comparte la misma isla con el más desafortunado de los países latinoamericanos, como es Haití. La frontera señala en este caso de una forma brillante la diferencia entre la capacidad de las sociedades y los políticos para dotarse de buenas instituciones y hacerlas funcionar bien.
Todas estas referencias sirven para reflexionar sobre el hecho de que el bienestar de Cataluña, en descenso, no es maná bajado del cielo, sino fruto del acierto y esfuerzo de su sociedad y de los liderazgos, un acierto y un esfuerzo que hoy más bien tienden a señalar, según los datos, un lento declive, que si no se detiene, acabará convirtiendo Cataluña en un país de pocas posibilidades y oportunidades.