Aristotelismo y Maquiavelismo en política

El divorcio entre la ética y la política nos ha llevado a una crisis profunda de los partidos políticos y las instituciones democráticas.

Aquel pensamiento de Aristóteles, que dice que el buen gobernante es aquel que actúa siempre con justicia, templanza, prudencia, aquel que practica siempre la búsqueda del bien común, contrasta con el pensamiento de Maquiavelo, cuando dice en su obra » El príncipe «, que la finalidad principal del gobernante es mantenerse en el poder. Todo vale para conseguirlo. Tanto si los medios son éticos, como si no lo son. Debe parecer buena persona, para ganar la credibilidad del pueblo, pero lo único que en realidad busca, es el beneficio propio, si es necesario, recurriendo a la apariencia o la mentira.

Existe la percepción, que en la práctica política, el gobernante está más cerca del maquiavelismo que del aristotelismo y que los ciudadanos piensan que los gobernantes actúan por pura ambición.

Esta idea es injusta para gran parte de los políticos que actúan de forma limpia y justa, pero no para aquellos que se ven involucrados en casos de corrupción, o malversación de fondos públicos, o bien aquellos que hacen de la política pura acción de enfrentamiento y descalificación, en lugar de buscar con el diálogo, el consenso y el pacto.

El buen gobernante deberá mostrar coherencia entre lo que dice y lo que hace. Cuando esta coherencia no existe, el ciudadano se siente engañado y tiene todo el derecho a expresar la indignación, porque siente su dignidad maltratada.

El ciudadano espera del gobernante y de la clase política unas virtudes como la transparencia, la honradez, la honestidad, el servicio, y la profesionalidad.

Nos podemos preguntar: vemos estas virtudes en el mundo de la política? Desgraciadamente, no siempre. Especialmente en la dialéctica y la negociación, vemos que abunda el enfrentamiento y la descalificación, en lugar del diálogo y el pacto.

Es necesario y urgente una transformación a fondo de la actividad política, donde las formaciones ideológicamente diferentes, se relacionen con amabilidad y respeto, y no caer en el juego sucio del «todo vale», en busca del rédito electoral.

Hay que pasar de la democracia compulsiva a la democracia dialogante y deliberativa, que busque el bien para el máximo número de ciudadanos.

Existe la percepción, que en la práctica política, el gobernante está más cerca del maquiavelismo que del aristotelismo Share on X

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