Ante la presión de Moscú en Ucrania de estas últimas semanas, Washington ha vuelto a atacar con firmeza el proyecto Nord Stream 2.
Se trata de un gigantesco gasoducto entre Rusia y Alemania que, pasando bajo el mar Báltico, evitaría las líneas terrestres actuales que llevan gas ruso a Europa Central pasando por Ucrania o cerca de Turquía, rutas muy sensibles a las tensiones políticas. También evita a los países bálticos y a Polonia, furibundos rivales de Moscú.
Hace unos días, el presidente Joe Biden lanzó una advertencia a Berlín afirmando que utilizaría “todos los medios posibles” para parar el proyecto, promovido por un consorcio entre Alemania y la sociedad pública rusa Gazprom.
La advertencia de Biden debería hacer reflexionar a Angela Merkel, líder de un país que, a pesar de haber sido fundado en su forma moderna por el gran estratega Bismarck, parece haber olvidado toda lección de geopolítica.
En efecto, el gobierno alemán esperaba que la transición entre Trump y Biden traería mayor flexibilidad por parte de Washington con respecto a los intereses alemanes en el este de Europa.
Error incomprensible pero que demuestra de nuevo la falta de realismo estratégico de la Alemania actual. Fue precisamente Joe Biden, entonces vicepresidente, quien presionó en 2014 a Barack Obama para que interviniera en Ucrania y echara a su líder pro-ruso del poder.
Desde que llegó a la presidencia, Joe Biden no ha parado de incrementar la presión sobre Moscú. En Washington se intenta despertar de nueva la Guerra Fría con Rusia para, entre otros fines, liquidar el polémico proyecto con Gazprom.
Los instrumentos utilizados son harto conocidos: amenazas verbales al más alto nivel, sanciones económicas a las empresas europeas que se atrevan a contribuir al gasoducto y utilización de la situación política interna de Rusia para demostrar que con este país Europa no debe hacer negocios.
Pero Angela Merkel, que al parecer siente una profunda antipatía personal hacia Putin, parece dispuesta a proseguir con el proyecto porque los beneficios económicos para Alemania prometen ser abundantes.
Los defensores europeos del Nord Stream 2 arguyen además que el gasoducto aumentaría la independencia energética de Europa.
En cuanto a los Estados Unidos, se ha convertido en un exportador neto de gas, y busca colocarlo en Europa. Así pues, el interés de Biden no es solamente que la democracia triunfe. Tampoco hay que olvidar que su propio hijo, Hunter Biden, ha recibido acusaciones de corrupción relacionadas con el mercado de gas ucraniano.
Habría que felicitarse de que, esta vez, Alemania no parezca dispuesta a su habitual atlantismo sumiso. Los Estados Unidos necesitan aliados, no vasallos.
Habría que felicitarse de que, esta vez, Alemania no parezca dispuesta a su habitual atlantismo sumiso. Los Estados Unidos necesitan aliados, no vasallos.
Numerosos expertos norteamericanos en política exterior, como Henry Kissinger, han entendido desde hace tiempo que Europa será mucho más útil como aliada si ésta es capaz de decidir por sí misma, y no en función de lo que Washington disponga.
La indispensable alianza occidental entre Europa y los Estados Unidos no será completa, ni alcanzará todo su potencial, hasta que ambas partes se reconozcan cómo iguales.
Queda un largo camino que recorrer, pero la firmeza de Alemania en el proyecto Nord Stream 2 es un paso en la buena dirección.
El siglo XXI necesita con urgencia a unos Estados Unidos y una Europa fuertes y sinceramente unidos.