¿A dónde nos conduce la alianza entre la ideología progresista y los gigantes de la tecnología?

El geógrafo estadounidense Joel Kotkin, conocido por sus trabajos sobre las tendencias demográficas, sociales y económicas de los Estados Unidos, ha publicado recientemente un libro titulado «La llegada del Neofeudalismo».

Kotkin se muestra preocupado desde hace años por el declive de la clase media norteamericana, por la deslocalización industrial y la financiarización de la economía. En su último trabajo va un paso más allá y apunta al auge de una «tiranía» extremadamente poderosa gracias a tecnologías intrusivas y la hegemonía cultural.

En «La llegada del Neofeudalismo», el sociólogo describe una inquietante alianza entre la oligarquía tecnológica de Silicon Valley y la inmensa mayoría de los intelectuales, periodistas y comentaristas diversos que establecen y promueven nuevos dogmas en torno a conceptos como el género, el «privilegio blanco» y la globalización.

Aparecen así los dos pilares del sistema neofeudal de Kotkin: los señores por un lado, y el clero de la otra. El investigador apunta que la aspiración de la alianza entre estos dos grupos es sustituir los valores más tradicionales de los que las clases medias han sido el estandarte desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

El autor afirma que esta alianza está llevando una ofensiva contra el «tercer estado», que para él está constituido principalmente por las clases medias. Junto con sus valores tradicionales, éstas habrían sido las vertebradoras de las sociedades occidentales libres de la segunda mitad del siglo XX.

Un sector económico totalmente dominante sobre la sociedad

Según Kotkin, el problema de las empresas tecnológicas actuales radica en la extrema concentración de la riqueza que han ocasionado. De hecho, cinco empresas de este sector suman ya prácticamente el 20% del valor total del S&P 500. La crisis del coronavirus ha acelerado la transición económica hacia las tecnológicas, que definitivamente han dejado atrás a bancos y conglomerados empresariales como valores de más peso.

A ello se añadiría una visión más o menos compartida de los líderes de estas empresas. En efecto, todos muestran una confianza casi ciega en la tecnología como garantía de futuro de la humanidad, y les apasiona el transhumanismo. Elon Musk y su obsesión con la colonización espacial son un buen ejemplo. Según el autor, viven desconectados de las realidades de las clases medias y sociales, y no les interesan problemas como la movilidad social o la descomposición de las familias.

Al peso económico y las particularidades de sus dirigentes se suma la capacidad intrusiva que tienen las empresas tecnológicas en la vida privada de las personas. Aplicando controles cada vez mayores sobre las informaciones que circulan en sus plataformas y mejorando los motores de inteligencia artificial, se puede influir más fácilmente que nunca en la voluntad humana.

Un progresismo hegemónico y censor

Ex-demócrata, Kotkin declara que ya no se reconoce en las izquierdas actuales que imponen la censura por todas partes, y apunta al caso del editorialista Bari Weiss, que dimitió hace unos días del New York Times por las presiones e insultos recibidos de sus colegas. Todo ello por atreverse a mostrar «curiosidad intelectual» ante el consenso ideológico que se ha apoderado del diario, como explica en su carta de dimisión.

Por ejemplo, escribió que el problema de los afroamericanos en los Estados Unidos es más socioeconómico que racial, y equivale a la herejía en los principales medios, como el New York Times, el Washington Post o Los Angeles Times. Kotka afirma que el sesgo es tan monumental que ya no soporta leerlos.

De hecho, desviar la atención hacia temas simbólicos como la personalidad del presidente Trump, pero también el género, la discriminación racial o el cambio climático permite, según Kotkin, alejar los temas verdaderamente peligrosos para la nueva oligarquía, como la justicia social.

El autor deplora que tan sólo un 7% de los periodistas norteamericanos se declaren republicanos, y afirma que la hegemonía del progresismo es aún más aplastante en las universidades, el cine y la música. La presión que efectúan los guardianes de los dogmas se amplifica así hasta hacerse insoportable.

California, el neofeudalismo en la práctica

Para demostrar lo absurdo del sistema que resulta de la alianza de la tecnología y el progresismo, Kotkin apunta a California. Allí, afirma, los gigantes de la tecnología han «matado» el sistema de start-ups de los años 70 y 80, y absorben ahora toda la innovación generada.

Estas grandes empresas son las únicas que se pueden permitir el coste de las políticas medioambientales drásticas propuestas por los progresistas, mientras que los actores más pequeños no les pueden hacer frente.

Kotkin apunta que en California la concentración de la riqueza ha expulsado a las clases populares de ciudades como San Francisco, que sin embargo es considerada un bastión progresista. Paradójicamente, la comunidad afroamericana numerosa en el pasado ha prácticamente desaparecido de la ciudad.

«Si seguimos así, no quedarán más que tribus», sentencia Kotka, que apunta que las tendencias actuales le hacen pensar en la espantosa Revolución Cultural china.

Kotkin se muestra preocupado desde hace años por el declive de la clase media norteamericana, por la deslocalización industrial y la financiarización de la economía Share on X

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