Collboni arrastra un pecado original que el tiempo no ha enmendado sino que lo ha hecho más visible: un déficit democrático de nacimiento que impregna todo su mandato.
Perdió las elecciones, pero fue elegido alcalde gracias a un insólito voto del PP. Gobierna con sólo 10 concejales de un total de 41, sin pacto alguno de gobierno estable con ninguna de las fuerzas que le dan apoyo puntual. Este es el punto de partida: una minoría que actúa como si tuviera mayoría absoluta y un Ayuntamiento atrapado en una arquitectura institucional que impide cualquier alternativa.
El resultado: Collboni puede gobernar con un 25% del plenario como si dispusiera de un mandato claro y robusto.
El problema no es solo de aritmética. Es de legitimidad y de calidad democrática. El sistema municipal, heredero de la Transición, fue pensado para garantizar estabilidad cuando los partidos eran débiles. Hoy se convierte en un muro contra el relevo: la moción de censura es, en la práctica, inexistente, porque no permite destituir a un alcalde que ha perdido la confianza, sino que obliga a encontrar un sustituto con mayoría absoluta. En Barcelona esto es, sencillamente, imposible. El resultado: Collboni puede gobernar con un 25% del plenario como si dispusiera de un mandato claro y robusto.
Esta distorsión se vuelve especialmente obscena en el campo de los presupuestos municipales. El alcalde no es capaz de conseguir el apoyo suficiente para aprobarlos, pero sale recurriendo a la cuestión de confianza: sabe que no habrá un candidato alternativo capaz de agrupar a una mayoría, y, por tanto, automáticamente, se mantiene en el cargo y las cuentas quedan aprobadas. Es un mecanismo legal, pero el resultado es una caricatura democrática: unos presupuestos que no han convencido a nadie devienen vigentes por la simple inercia del sistema.
Después, nos preguntamos por qué la gente mira la política con una desconfianza creciente. La respuesta está ahí: un alcalde que gobierna sin mayoría, unos presupuestos que se imponen por arte de procedimiento y una oposición fragmentada que, pese a las críticas, no es capaz de generar una alternativa.
Un mandato sin proyecto de ciudad
Todo esto todavía sería, en parte, llevadero si detrás hubiera un gran proyecto de ciudad para encarar la primera mitad del siglo XXI. Pero este es el segundo gran déficit de Collboni: no tiene modelo de Barcelona. Su mandato no va más allá de una suma de proyectos puntuales de reurbanización –Via Laietana, Rambles y otras actuaciones sobre el tejido consolidado– ejecutados a menudo con deficiencias, retrasos y enormes molestias para vecinos y comerciantes.
El vecino sufre hoy la factura de un urbanismo que vive al día.
Barcelona sufre un calendario infernal de obras, muchas de ellas heredadas y programadas con anterioridad, que el Ayuntamiento ha asumido como un receptor pasivo más que como un planificador responsable. No existe una visión de conjunto sobre movilidad, actividad económica, vida de barrio y cohesión social; existe un mosaico desordenado de obras que colapsan calles, destruyen la continuidad comercial y convierten a la ciudad en un circuito de obstáculos. El vecino sufre hoy la factura de un urbanismo que vive al día.
Vivienda: crisis conocida, respuestas insuficientes
En materia de vivienda, el balance es devastador. Barcelona arrastra una crisis que lleva años anunciándose y que el mandato de Collboni no ha hecho sino agravar. El parque de vivienda social municipal apenas roza el 1%, cuando las necesidades reales situarían el objetivo entre el 25% y el 30%. No existe un salto cuantitativo en la promoción pública, ni un cambio cualitativo en las políticas de regulación.
El Registro Único de Solicitantes se percibe como una máquina burocrática, no como vía real de acceso a un piso digno. Las normativas de alquiler llegan tarde y mal y la protección de los colectivos vulnerables es claramente insuficiente. Mientras, desahucios, alquileres inasumibles y expulsión de jóvenes y familias dibujan una ciudad que se vacía de sus gentes.
Turismo, Copa América y ciudad parque temático
El modelo turístico es la otra gran sombra. La Copa América debía ser un revulsivo económico; hoy el balance que hacen muchos barrios del litoral es el de una operación elitista, con privatización de facto de espacios y encarecimiento de la vida cotidiana. La «lluvia de millones» no ha llegado a la mayoría de vecinos, pero sí la presión sobre la vivienda, sobre el comercio de proximidad y sobre el espacio público.
Pese a los grandes titulares sobre la futura eliminación de los pisos turísticos, la realidad es que la masificación presente sigue intacta. El centro se convierte progresivamente en un parque temático para visitantes, mientras que Collboni mantiene una relación cómoda con el Gremio de Restauración y el sector hotelero. No existe un plan integral que defina qué turismo puede soportar Barcelona sin romperse por dentro.
El proyecto de multiplicar el Palauet que acogía al antiguo Cine Comedia en el cruce entre paseo de Gracia y Gran Vía es otro ejemplo de políticas al margen de lo que siente la ciudad y el exceso turístico. Aumentar anómalamente la edificabilidad en este punto estratégico para acoger al Museo Carmen Thyssen es una manifestación contraria a aliviar la presión turística y una demostración de cómo determinados grupos tienen barra libre en la ciudad.
Pla Endreça, seguridad y sensación de desorden
El famoso Pla Endreça debía ser el gran sello del mandato: poner orden, mejorar la limpieza, recuperar la seguridad. En la práctica, se ha convertido en un arma de doble filo. Desde la izquierda se le acusa de represión de la pobreza y de urbanismo hostil: más multas, más presión sobre vendedores ambulantes y personas vulnerables, sin abordar las causas estructurales. Desde la derecha y Junts, se afirma que el plan es más marketing que realidad, porque la suciedad y la sensación de inseguridad persisten en los barrios más frágiles.
Los datos muestran un incremento de la actividad policial, pero los hurtos siguen siendo el gran lastre y la multirreincidencia convierte el esfuerzo policial en una cinta de correr: se detiene mucho, pero no disminuye la percepción de impunidad. Barcelona no es una ciudad especialmente violenta en términos de homicidios, pero el ciudadano que sufre robos, agresiones puntuales y convivencia degradada no se guía por estadísticas comparadas: se guía por lo que ve en la calle. Y sobre todo resulta escandaloso el crecimiento de la violencia sexual que sigue sin remedio en la ciudad gobernada por aquellos que se reclaman feministas.
Movilidad, medio ambiente y la “desescolauización” a medias
En movilidad y medio ambiente, el alcalde ha intentado desmarcarse de la era Colau sin ofrecer una alternativa clara. El frenazo o revisión de supermanzanas, descontentando a los sectores ecologistas, que le ven como un dirigente que cede ante el lobby del motor, pero tampoco ha generado una euforia entre los partidarios de una ciudad más orientada al coche. Resultado: ni unos ni otros tienen la sensación de que Barcelona avance con un rumbo definido.
Lo que falta no es una suma de proyectos, sino una idea coherente de ciudad: qué papel debe tener el coche, cómo se reparte el espacio público, cómo se conectan los barrios, cómo se vinculan movilidad, actividad económica y calidad de vida. El mandato Collboni, hasta ahora, responde con parches.
Barcelona necesita lo contrario: más democracia real, más proyecto y menos pirotecnia. Por el momento, este examen, Collboni le suspende.
Barcelona, en manos de una minoría: balance crítico del mandato de Jaume Collboni #AjuntamentBCN Compartir en X






