Hay días en que, solo abriendo el diario, uno tiene la sensación de que vive en un país gobernado por una especie de artistas del truco, maestros de la magia barata, capaces de hacer desaparecer problemas reales con un PowerPoint o con un anuncio a toda página. Es la vieja partitocracia, más robusta que nunca, que trata a los ciudadanos como menores de edad, convencida de que nos lo tragaremos todo: los retrasos, las cortinas de humo, las promesas hinchadas y, sobre todo, ese desdén constante que es su manera de gobernar.
No es necesaria una hemeroteca de meses. Un solo día es suficiente para ver que el respeto hacia los ciudadanos es una mercancía escasa.
Cojamos, por ejemplo, el caso glorioso del ministro de Transportes, Óscar Puente. Sabemos por datos oficiales que en octubre más de 1.000 trenes acumularon retrasos dignos de una opereta absurda. Todos sus pasajeros tendrán derecho a indemnización. Otro diría que el ministro saldría a dar explicaciones, pero Puente, siempre imaginativo, nos presenta unos dibujitos sonrientes: pronto iremos a Madrid en dos horas, a 350 kilómetros por hora, como si estuviéramos en Japón y no en el país de los “ya lo arreglaremos mañana”.
Pero no sabemos cómo piensan solucionar el desaguisado actual. El AVE entre Barcelona y Madrid tiene puntos con deficiencias graves, las incidencias son de traca y pañuelo, y todavía hubo que forzar al gobierno para recuperar las indemnizaciones por retraso, porque el señor Puente había prescindido de ellas, quizá confiando en que no las echaríamos de menos. Pero él, impasible, mira el futuro: “Colorín colorado, a Madrid en dos horas.” El presente no interesa: siempre da dolores de cabeza.
La Generalitat, por su parte, no se queda atrás en eso de tomarnos el pelo.
La publicidad institucional se ha convertido en una especie de lluvia tropical: intensa, cara y omnipresente. No hay día sin doble página con promesas. Una de las perlas: “Más Mossos, más jueces, más planes de barrio, más seguridad, más convivencia.” Más, más, más. Parecería que estamos en Suiza.
Pero en la página siguiente, sin que nadie se sonroje, un reportaje nos informa de que la pobreza infantil crece. No solo crece: sube hasta el 34,7%. Esto significa que más de uno de cada tres niños vive en riesgo de pobreza. En cifras absolutas: 467.700 niños y adolescentes. Los anuncios dicen «más», sí, pero en pobreza. Y que no se diga que esto es demagogia, en todo caso es la demagogia de los hechos.
Mientras, los diarios afines al régimen celebran la enésima comparecencia del ministro de Economía, Carlos Cuerpo, con titulares dignos de una novela de fantasía: «España vuelve a ser el motor del crecimiento de la zona euro.» Fantástico. Pero también somos líderes en pobreza, los salarios van por debajo de la media europea, la inflación castiga sobre todo a los productos básicos y la crisis de la vivienda es de antología. Pero eso sí: somos el motor… de generar problemas a la gente, a las empresas, especialmente si son pequeñas, a los autónomos.
Y cómo olvidar al infatigable Collboni, maestro artesano de la política performativa.
El alcalde anuncia que Barcelona subvencionará 600 euros a quien quiera renovar su ciclomotor con uno eléctrico. Con la previsión de 20.000 renovaciones, la factura es de peso. Y claro, cuando hay gente durmiendo en la calle, una pobreza infantil galopante y un parque de vivienda que hace llorar, lo urgente es… renovar ciclomotores, como si sustituir estas pequeñas máquinas tenga un impacto apreciable en la contaminación, no vaya a ser que alguna empresa de motos eléctricas se quede sin campaña de Navidad. Mientras, autobuses convencionales, taxis y repartidores siguen con motores de explosión. Pero en política, cuando hay que disimular la falta de rumbo, nada hace más efecto que una subvención bien empaquetada. Total: el dinero no sale del bolsillo del alcalde.
Todo ello explica por qué la política genera rechazo y fastidio. Pero hay una trampa en este rechazo: que algunos acaben pensando que es mejor desentenderse. Error monumental. Los que quieren que no participemos son precisamente aquellos que nos toman el pelo, porque a menor vigilancia ciudadana, mayor margen para el abuso. No existe regeneración posible sin participación, y menos aún sin una opinión pública organizada, articulada e informada. Y esto, hoy, simplemente no existe.
Por tanto, sí: nos toman el pelo los gobiernos. Pero el problema grave no es que nos lo tomen; es que a menudo les dejamos hacer.
1.000 trenes con retrasos, pero nos prometen llegar a Madrid volando. #Renfe #Puente Compartir en X





