Jordi Juan, director de La Vanguardia, quiere a un alcalde musulmán para Barcelona

Las catarsis casi místicas que ha provocado la elección de un alcalde musulmán y socialista en Nueva York merecerían un estudio de psicología política. Parece que, ante el colapso de la razón occidental, cualquier milagro de Oriente sirva para devolver la fe a los progresistas desencantados.

Hay que estar políticamente muy desesperado para ver la luz siguiendo a un profeta que milita en el islam. Houellebecq ya nos dio una versión novelada y premonitoria en Sumisión, donde Francia acababa eligiendo un presidente islamista antes que uno de extrema derecha.

Aplaudimos la franqueza, al menos ya no se esconde lo que hace años se insinúa entre columnas y relatos sustitutivos de la información.

Este «sueño de la razón» -que, como recordaba Goya, siempre engendra monstruos- ha encontrado su capítulo ibérico en La Vanguardia, donde Jordi Juan, el director, ha decidido que Barcelona necesita «un Mamdani «. No es metáfora: lo escribió, literalmente, el pasado día 8. Aplaudimos la franqueza, al menos ya no se esconde lo que hace años se insinúa entre columnas y relatos sustitutivos de la información.

Juan comienza con una pregunta retórica: “Hay que preguntarse si hoy los electores votarían como alcalde a un ciudadano musulmán o de otra religión que no fuera la católica.” Y añade con fe evangélica: «Sería un signo de normalidad que hubiera más dirigentes políticos o líderes sociales de otras etnias o religiones.»

El problema no es la pregunta -que podría ser legítima- sino la trampa bajo el formato de evidencia europea. Juan cita a Rishi Sunak y Humza Yousaf como ejemplos de la modernidad británica, y después concluye que “Europa nos lleva años de ventaja”.

El lector despistado puede pensar que el continente está lleno de alcaldes musulmanes. Pero si uno se levanta del sofá y mira los mapas, descubrirá que fuera del Reino Unido los casos son contados: Rotterdam y Arnhem en Países Bajos, Stains y El Île-Saint-Denis en Francia, y poco más. Y, curiosamente, en los tres países la primera fuerza política es la derecha radical. Ironía que La Vanguardia prefiere no ver.

una idea que hoy parece impensable puede acabar siendo política pública si se repite bastantes veces.

Esto no es información, es manipulación de mentes: convertir la excepción en normalidad. O, por decirlo con terminología académica, es un manual práctico de aplicación de la ventana de Overton, esa teoría según la cual una idea que hoy parece impensable puede acabar siendo política pública si se repite bastantes veces. Jordi Juan abre la ventana, y el aire que entra es cálido y oriental. De sumisión.

Para hacer más amable la travesía, invoca el ejemplo de Lamine Yamal, de quien certifica que «sigue la tradición musulmana». Y concluye con una comparación inolvidable: si aceptamos con naturalidad que un futbolista sea musulmán, ¿por qué no un alcalde? El razonamiento es tan sólido como decir que, puesto que nos gustan las novelas rusas, también deberíamos soportar un gobierno de cosacos.

En realidad, un alcalde católico sería mucho más exótico en la Barcelona contemporánea. Esto sí que sería integración.

Juan postula para Barcelona a un Mamdani no por socialista (los socialistas gobiernan desde hace casi medio siglo, con la única interrupción de Trias), sino por musulmán. El detalle es revelador: el factor religioso, que antes era motivo de recelo, ahora se convierte en credencial progresista. En realidad, un alcalde católico sería mucho más exótico en la Barcelona contemporánea. Esto sí que sería integración.

El texto de Jordi Juan es un documento útil para tres cosas:

1- ver cómo piensa una parte significativa de la progresía local;

2- entender la metamorfosis de La Vanguardia, aquel diario que durante décadas practicaba una prudencia cortesana y ahora se ha entregado a la militancia moral “woke”;

3- comprobar que el Grupo Godó, siempre tan hábil al detectar por dónde sopla el viento del poder, ya incluye el islam como valor.

No sabemos si esta línea es fruto de una convicción o cálculo, pero la consigna es clara: normalizar. E “integrar”, en este lenguaje, ya no significa convivir sino situar a musulmanes en el poder, como símbolo de un nuevo orden multicultural que nadie ha votado.

Quizás no sea más que un episodio menor en la gran operación de autohipnosis de las élites europeas, convencidas de que el único peligro es parecer “intolerantes”. Pero cuando el principal diario de Cataluña propone como ideal un Mamdani barcelonés, quizás habría que preguntarse si todavía tenemos margen para reír o si ya estamos en la novela de Houellebecq y que podemos hacer para salir adelante.

Mientras, los lectores —y sobre todo los suscriptores— harían bien en preguntarse si quieren que su diario les eduque o les informe. Goya, que sabía de pasiones colectivas, ya lo dejó grabado: El sueño de la razón produce monstruos. Y aquí empieza a parecer que lo hemos vuelto a dormir.

Twitter: @jmiroardevol

Facebook: josepmiroardevol

¿Un alcalde musulmán? En Barcelona sería más exótico un alcalde católico. #laVanguardia Compartir en X

 

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