El recién nombrado primer ministro Sébastien Lecornu y su gobierno duraron exactamente 14 horas en el cargo, empujado el primero a dimitir ante la ola de indignación que la composición de su gabinete, un concentrado de macronistas con numerosas renominaciones, despertó en Francia.
Pero sin haber aprendido ninguna lección, tan solo cuatro días más tarde el presidente de la república francesa volvió a encargar a Lecornu la formación de un gabinete el viernes 10 de octubre.
Macron se enroca en su posición, decidido a resistir hasta el final de su segundo y último mandato (según lo previsto en la legislación francesa), evitando la vergüenza de ser el primer presidente de la quinta república que haya tenido que dimitir por razones políticas.
Quienes conozcan la figura de Macron no debería extrañarles la fijación del personaje con su propia imagen. Dispuesto a todo para intentar quedar bien (no sabemos ya ante quien, en cualquier caso, no ante los electores franceses que se muestran en las encuestas más contrarios que nunca), Macron parece incluso haber renunciado a aplicar la única reforma significativa de su segundo mandato, la del retraso de la edad de jubilación.
Y eso a pesar de que Francia es en este sentido una excepción absoluta en Europa, y que el país no está precisamente en disposición de permitirse el lujo de volver a una jubilación a los 62 años.
Como expresaba un editorial reciente del diario Le Figaro : «los macronistas hablan a los macronistas y nombran macronistas mientras el resto del país no cree lo que ve».
Incluso el primer -y más longevo- primer ministro de Macron, Edouard Philippe, declaró públicamente la semana pasada que lo que debería hacer Macron es dimitir, sumándose a las voces de los líderes políticos tradicionalmente enemigos del macronismo, como Marine Le Pen y Jean-Luc Mélenchon.
Bruno Ratailleau, ministro del interior saliente y miembro de la minoría conservadora que apoya a Macron desde el gobierno, declaró que su partido (Los Republicanos) no debería apoyar a ningún nuevo primer ministro cercano a Macron.
Más extremos, los partidos de Le Pen y Mélenchon anunciaron que sus diputados censurarían a cualquier nuevo primer ministro que Macron nombre.
En esta ecuación hay un problema añadido, y no es menor: Francia necesita unos presupuestos para el próximo año y el plazo para presentar su propuesta expira el lunes 13 de octubre.
Con un déficit público que se proyecta este año en un 5,4% del Producto Interior Bruto y en plena tormenta de los mercados por la degradación de la política nacional, Francia necesita desesperadamente proyectar un mínimo de estabilidad y control presupuestario.
La cuestión es que Emmanuel Macron se ha convertido en incontestablemente parte del problema.
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