En 2003, el libro “La France qui tombe” de Nicolas Baverez sacudió el debate público francés. Su diagnóstico —una Francia incapaz de adaptarse a la globalización, en lenta deriva hacia la irrelevancia— fue tildado de excesivo y pesimista por algunos, pero abrió un incómodo debate sobre el declive nacional.
Aquella metáfora del “país que cae”, que no se hunde de repente, pero se desploma lentamente, es hoy más vigente que nunca en Cataluña. Un declive acentuado primero por el independentismo de la irresponsabilidad, y ahora por el control socialista, agravado por factores externos como la inmigración masiva y, sobre todo, por la inanidad de una sociedad y unas élites que han renunciado a reaccionar.
El paralelismo con Baverez no puede ser idéntico por razones obvias, pero resulta útil observar los puntos en común:
- Crisis económica estructural
- Baja productividad y alto paro juvenil.
- Exceso de regulación y presión fiscal.
- Rigidez del mercado laboral y del sistema productivo frente a la economía mundial.
- Déficits y deuda creciente que hipotecan el futuro.
- Estado hipertrofiado e ineficaz
- La centralidad del sector público frena la innovación y la competitividad.
- El modelo social resulta costoso e insostenible: no crea ya cohesión, sino bloqueos.
- Crisis política y de liderazgo
- Élites políticas e intelectuales desconectadas de la realidad.
- Gobiernos que se alternan sin realizar reformas de fondos.
- Instituciones que premian la inmovilidad y la irresponsabilidad.
- Declive social y cultural
- Pesimismo y desconfianza ante el cambio y la competencia global.
- Problemas de integración, fracturas sociales y territoriales.
El diagnóstico de Baverez sobre Francia es, en buena parte, el que sufre Cataluña hoy: una decadencia lenta pero persistente.
Cataluña, del liderazgo a la mediocridad
Económicamente, Cataluña vive una degradación silenciosa. Madrid lleva años superando el peso relativo de la economía catalana: 19,6% del PIB español frente al 18,8% catalán, el mismo porcentaje que en 1995. El problema más grave es el PIB per cápita: en solo una década ha caído siete puntos respecto a la media española, del 121,4 al 114,5. A este ritmo, se perderá toda la ventaja conseguida a lo largo del siglo XIX y XX.
El motivo está claro: un modelo productivo basado en el turismo masivo y una inmigración de bajo capital humano, ocupada mayoritariamente en trabajos de baja productividad. Cataluña crece en población, pero no en productividad. Y la presión demográfica, con saldo vegetativo negativo, ha desbordado servicios e infraestructuras. Cataluña no solo “cae”: está descosida.
En los rankings europeos, la situación es mediocre y con tendencia a empeorar. La educación es el ejemplo más claro: Cataluña es hoy una región de segundo o tercer nivel.
El retroceso cultural y político
Los pilares históricos del catalanismo, lengua y cultura también muestran un claro retroceso. El catalán pierde uso social, la televisión pública ha fracasado como herramienta de calidad y cohesión cultural, y la proyección en la macrorregión (País Valenciano, Baleares, Cataluña Norte) es casi inexistente. La idea de una gran región económica y cultural ha desaparecido de la agenda política y mediática. Nos hemos encogido como propósito colectivo.
En el ámbito político, el independentismo ha sido incapaz de desarrollar el Estatut y de hacer valer en el Congreso la mejor correlación de fuerzas que jamás había tenido. Después de seis años, el sistema de financiación sigue sin reformarse: una oportunidad perdida.
El gobierno Illa se ha presentado como la superación del conflicto independentista, pero en realidad es el reflejo de la dimisión cívica: pasividad, frustración y una percepción generalizada de que la política es un problema más. Illa gobierna con solo 41 diputados de 136, sin oposición clara y sin alternativa, en un escenario inédito en Europa.
Cataluña es hoy el bastión fundamental de Pedro Sánchez: controla a la Generalitat, aporta diputados al Congreso y garantiza la estabilidad del gobierno central gracias al apoyo de ERC y Junts. Sin PP ni Vox con capacidad de alternativa, Cataluña ha quedado atrapada en un papel subalterno.
El futuro que se desvanece
Es difícil imaginar que el gobierno Illa pueda ofrecer respuestas a las necesidades reales del país. Su debilidad parlamentaria y dependencia de Sánchez le impiden abordar reformas de fondo: financiación, productividad, cercanías, seguridad, infraestructuras, situación de autónomos y pymes, inmigración, enseñanza, medios públicos, reforma de la administración, ley electoral… La lista es inmensa.
El mayor problema es el demográfico: Cataluña tiene una de las tasas de fecundidad más bajas de Europa (1,1 hijos por mujer, lejos de los 2,1 necesarios para el relevo generacional). Asimismo, el aborto se ha convertido en la salida principal (40% de los embarazos, cifra récord en España), en un contexto sin ayudas a la familia ni a la maternidad.
Cataluña cae, y sus instituciones miran hacia otro lado.
Es difícil imaginar que el gobierno Illa pueda ofrecer respuestas a las necesidades reales del país. Su debilidad parlamentaria y dependencia de Sánchez le impiden abordar reformas de fondo Compartir en X