Viendo lo que sucede en Gaza, la saña sangrienta con la que se persigue todo lo que se mueve, y que está costando decenas de miles de víctimas y muchos niños, es legítimo preguntarse si aquel Estado se ha vuelto loco y cree, él, precisamente él, que el exterminio del contrario o de a quien se considera como tal es una solución a largo plazo, o lo único que hace es amenazar más su futuro. Un estado no puede vivir solo a base de matar. Ni la URSS fue capaz de ello.
La guerra no distingue templos ni inocentes. La única parroquia católica de Gaza, la Iglesia de la Sagrada Familia, ha sido escenario de una tragedia más en medio del conflicto. En su interior, unas 600 personas —cristianos y musulmanes por igual— buscaban protección. Entre ellos, un grupo de niños con discapacidad que habían encontrado allí su último refugio. El ataque ha dejado tres personas muertas y al menos ocho heridas, dos de ellas en estado crítico.
Entre los heridos se encuentra el padre Gabriel Romanelli, párroco de la iglesia, conocido por su compromiso con la comunidad y por su contacto diario con el Papa Francisco, quien seguía de cerca la situación. La parroquia había resistido anteriores ataques; su escuela fue destruida semanas atrás. La Basílica de la Sagrada Familia en Barcelona, con la que comparte nombre y espíritu, ha donado fondos para ayudar en la reconstrucción del centro escolar.
No es el primer templo cristiano alcanzado por los bombardeos. Al inicio del conflicto, la Iglesia ortodoxa de San Porfirio —la más antigua de Gaza, fundada en el siglo V— también fue atacada, dejando víctimas y destrucción. La comunidad cristiana, minoritaria, pero profundamente arraigada en la Franja, vive ahora bajo amenaza constante.
Las reacciones no se han hecho esperar. El Papa León XIV expresó su «profunda tristeza» y renovó su llamamiento a un alto el fuego inmediato. El cardenal Pierbattista Pizzaballa, patriarca latino de Jerusalén, persona relevante en el seno de la Iglesia, confirmó una tercera víctima mortal y condenó el ataque con firmeza. Por su parte, el patriarca ortodoxo griego denunció una «afrenta a la dignidad humana y una violación de la inviolabilidad de los lugares sagrados».
Desde Europa, la primera ministra italiana Giorgia Meloni fue la única voz política en condenar abiertamente el ataque, calificándolo de «injustificable bajo cualquier argumento militar». En contraste, otras figuras, como el presidente español Pedro Sánchez —habitual defensor de la causa palestina—, han guardado escrúpulo silencio.
La Iglesia de la Sagrada Familia en Gaza, más que un lugar de culto, se había convertido en un símbolo de resistencia y acogida. Hoy, su nombre resuena con dolor y esperanza truncada, bajo las ruinas de una guerra que parece no perdonar ni lo más sagrado.
Solo señalar una nota extraordinaria, porque es inhabitual que el gobierno israelí por boca del Ministerio de Asuntos Exteriores publicara una nota, en la que “expresaba su profundo pesar por los daños sufridos por la Iglesia de la Sagrada Familia en Gaza y cualquier víctima civil” El hecho de que sea el Ministerio de Asuntos Exteriores quien haga pública esta posición y no sea una simple nota del ejército, lamentándolo, señala la importancia que concede al hecho el gobierno israelí, y su implicación con las relaciones con la Santa Sede.
El hecho de que la parroquia ahora atacada sea fraterna de la muy conocida basílica de Gaudí en Barcelona, puede elevar la atención sobre el suceso, que de otra manera sería uno más del los hechos sangrientos de un ejército cada vez más dedicado a matar civiles.
Mientras líderes callan, las bombas caen sobre hospitales, escuelas y ahora iglesias. Gaza grita. ¿Quién escucha? #CrisisHumanitaria #GazaNoEstáSola Compartir en X