A pesar del alboroto, estruendo, bullicio y algarabía, la disrupción política provocada por figuras como Trump y la fuerte emergencia de una nueva derecha en Europa, no veo la situación tanto como un problema, sino como una oportunidad. Esta derecha, para algunos calificada como ultra, extrema; para otros como alternativa o radical, es en todo caso contraria al establishment instituido desde principios de este siglo en cuanto a políticas concretas por parte de la Unión Europea y Estados Unidos.
Creo que tengo razones concretas para afirmarlo; haré una primera aproximación a estas, en el bien entendido que no son ni mucho menos definitivas, sino simplemente un primer esbozo.
En relación con las nuevas derechas, creo que los comentarios radicalmente descalificadores y la histeria que preside las posiciones de la progresía de género y del liberalismo cosmopolita, no tienen relación con la realidad de los hechos. Buscar la verdad exige contemplar antes lo real y no manipular la realidad para acomodarla a la ideología propia. Estos partidos han gobernado y gobiernan en varios países:
En el caso de Italia, con Meloni, han demostrado dotar al gobierno de coalición de una estabilidad insólita en lo que es la política italiana; no han hecho nada que sea contrario al normal funcionamiento de la democracia, y mucho menos peor de lo que ha hecho y está haciendo Sánchez en España, o por poner un ejemplo provocador, lo que ha hecho la socialdemocracia en Dinamarca con los derechos de los inmigrantes.
En Hungría, donde los resultados electorales les son abrumadoramente favorables, las acusaciones sobre falta de democracia son perfectamente cuestionables y discutibles, salvo que el paradigma democrático sea el que se aplicó en Rumania, que consiste en que el Tribunal Constitucional invalida unas elecciones cuando el resultado no es del agrado de la establishment, por la presunta o real implicación informativa de terceros países, com si ésta no fuera una práctica habitual de siempre, y como si esto fuera decisivo, porque con 100.000 dòlars ya se cambia de raíz la mente de los ciudadanos. En tan poco nos tienen.
Esto, entre otras cosas, fue lo que denunció Vance a Múnich, con gran escándalo del poder establecido.
Este tipo de derecha, en ningún caso homogéneo en términos internacionales, gobernó en Polonia, hasta que en las últimas elecciones fue derrotada ante una coalición muy amplia de la democracia cristiana a la izquierda; se produjo el cambio de gobierno con conflictos pero nada que impidiera la alternancia en el poder.
Ahora gobiernan en coalición también en los acomodados Países Bajos, que tienen como problema de Estado, no la dependencia de la derecha alternativa, sino la amenaza, como si fuera un país hispanoamericano, de la Mocro mafia. El gobierno belga está presidido por el partido nacionalista flamenco, que forma parte del grupo europeo de conservadores y reformistas, que preside Meloni.
En Austria , gobernaron hace años, perdieron esta posición, ahora han ganado las elecciones, si bien no logran formar gobierno.
No es el caso de Chequia, donde sí están en el poder. Y si no fuera por el sistema electoral a doble vuelta, ya serían partido de gobierno en Francia; también tienen una posición destacada en Croacia y en Rumanía. Estos partidos han participado secundariamente en gobiernos nórdicos, participando en ellos o apoyándolos desde el parlamento.
Pero aquí (esto es de Vance) hace tiempo que lo denunciamos sin conseguir la menor atención -Bienvenido quien dice que el rey va desnudo y deben escucharlo porque es importante.
Es una evidencia, que detienen, multan a personas por orar en silencio cerca de clínicas abortistas bajo los gobiernos del establishment, quienes multan a pastores por predicar homilías críticas con la homosexualidad citando a San Pablo, está aquí, en Europa, quienes sostienen que el ser humano engendrado, el nasciturus no es nada y, por tanto, no es portadore de derecho. Es en nuestras democracias modélicas donde se da prioridad al aborto y no a la maternidad. Es por ejemplo en España, donde la política pública favorece la eutanasia y es escaso el apoyo a los cuidados paliativos. Es en el paraíso liberal del defenestrado Trudeau y en el gobierno progresista y feminista de Sánchez. Y todo esto, a mí, me parece no sólo mal, sino claro exponente de un camino desastroso.
Ocultar los problemas y costes que comporta la inmigración masiva y descontrolada, presentando sólo sus ventajas, es lo que hace con un engaño grosero, el liberalismo cosmopolita y la progresía de género. Y está claro una enajenación tan grande de la realidad después pasa factura.
Si todo esto no es suficiente para observar a los partidos de la nueva derecha con cierta normalidad, es por una razón muy concreta: la crisis existencial de la socialdemocracia y la conversión de ésta y de los partidos de izquierda en una especie de bloque de progresía de género, como en lo que se ha convertido el Partido Demócrata en Estados Unidos, necessita normalizar todo lo que está a la izuirda del partido socialist, por muy extremo que sea, para así conservar el gobierno, si conviene.
En Alemania no conviene; en la España de Sánchez es absolutamente pertinente. Pero a su vez, la nueva derecha no puede pactar con la derecha tradicional en ningún caso, porque entonces esto configura un bloque de gobierno absolutamente mayoritario.
En realidad, es un artificio para frenar lo que está en crisis: la gran alianza que se ha producido en este siglo entre el liberalismo cosmopolita de la globalización y los partidos de la progresía de género, que, al haber gobernado e influido en las mentalidades y comportamientos, han sido hegemónicos en el ámbito mediático y del entretenimiento, son lógicamente los responsables de las crisis acumuladas y sin solución en las que nos encontramos, la policrisis. I esto los expulsa del poder y para evitarlo han de conseguir que no exista alternativa.
Segunda, porque de ahí sí es posible que, por modificación de la actual o por nuevas floraciones, surja la alternativa que nos saque de esa policrisis que está hundiendo a Occidente y, de manera particular, a Europa.
Trump es, en este sentido, el fenómeno más visible, y el que mejor expresa la reacción alternativa configurada también por una alianza heterogénea que abarca desde los perdedores de la crisis hasta millonarios con visiones opuestas a las de la mayoría de los plutócratas liberales cosmopolita, que apoyan desde los medios, el entretenimiento y la financiación, a la cultura de la desvinculación y a la sociedad de la ideología de género.
Creo que esa alianza objetiva ha estado actuando contra el orden natural de las cosas, y esto, según mi forma de pensar, tiene siempre consecuencias terribles. Ha actuado para erradicar la conciencia de Dios en el espacio público y, en la medida de lo posible, la conciencia de la gente, y por tanto, de la existencia de una justicia final, de un bien y de un mal. Ha querido y quiere liquidar toda presencia cristiana, no sólo como fe, sino también como cultura y moral; en consecuencia, ha destruido y destruye los cimientos y fuentes que alimentan nuestra sociedad y nuestra cultura.
Ha querido liquidar las instituciones sociales fundamentales, el matrimonio y la familia, a base de desvirtuarlas en sus fines y deformarlas en sus formas. Ha roto con la antropología humana, relativizando la naturaleza de la especie formada por un hombre y una mujer.
Todo esto es muy grave, es escalofriante, tanto que nunca había ocurrido en la historia de la humanidad.
Ha situado en primer término la autodeterminación personal, presidida por la realización del deseo, por encima de cualquier compromiso personal o colectivo, de cualquier norma, tradición o institución.
Es obvio que una sociedad armónica no puede funcionar bajo estos principios, que además son contrarios a la dimensión humana, basada siempre en la educación en un equilibrio entre la intimidad y el desarrollo personal y la relación con la comunidad, sin la cual es imposible el desarrollo como persona.
El establishment actual de los liberales de la globalización y la progresía de género, a pesar de su discurso, ha desviado deliberadamente la atención de la desigualdad creciente que ha castigado a los trabajadores y parte de la clase media, para centrar el objetivo en una desigualdad que, teniendo aspectos reales, ha sido exacerbada hasta la más brutal de las exageraciones, hombres a través de convertir en político el concepto de machismo, extendiéndolo a toda práctica, incluso a la forma de sentarse, basándose en el estereotipo del micromachismo.
Pretenden practicar una ingeniería social para construir masculinidades nuevas. Han querido que se olvidara que la causa fundamental de las desigualdades y las injusticias es económica y que guarda relación con el papel y las ventajas que cada uno tiene en el modo de producción, situando la atención en el modo de vida y, de este modo, convertir prácticas sexuales muy determinadas en identidades políticas. Gays, lesbianas, transexuales, tienen hoy esa categoría y leyes propias que les dotan de privilegio.
Todo esto ha hecho que la desigualdad creciera y creciera, hasta ser uno de los componentes importantes que alimenta la nueva derecha. Nadie de la progresía de género se atreve a decir a Europa que representa a los trabajadores, las clases populares, porque en una parte nada menor éstas encuentran su mejor encaje en los partidos de la derecha alternativa.
Y pese a que la alianza tiene un componente importante con los liberales de la globalización, la realidad es que practican la expansión del Estado, de modo que éste cada vez controla una mayor porción económica y, mediante legislaciones expansivas, se entromete en la vida de la gente. El Estado actual es absolutamente incompatible con el principio de la subsidiariedad real, necesario para que la democracia de las personas funcione.
El poder establecido quiere atribuirse la representación absoluta de la democracia, que es en realidad cada vez más un conjunto de prácticas totalitarias que se disfrazan pero que son tan tangibles. Para mí, el riesgo de totalitarismo no es una amenaza que pueda venir, sino una evidencia del actual funcionamiento de las cosas.
Los estados son presuntamente liberales y, por tanto, neutrales, pero imponen a todos los ciudadanos unas determinadas ideologías de parte, como se ha ido haciendo con todo lo relacionado con la perspectiva de género convertida en ideología de Estado. Estas tendencias totalitarias se manifiestan en la liquidación de la división de poderes y en la exclusión de la discrepancia.
Tiene razón Vance cuando afirmaba en Munich: no se puede tener miedo a la opinión de millones de ciudadanos cuando éstos se expresan electoralmente en términos opuestos a los que uno cree, porque esto no es democracia.
Junto a esta deriva totalitaria en aspectos concretos, se ha consolidado la partitocracia, que significa que la finalidad de la política no es la construcción del bien común, sino del bien de cada uno de los partidos y, sobre todo, de quienes mandan en cada momento. Los partidos se han configurado como un caciquismo posmoderno, y el ciudadano es una simple muñeco en sus manos, cuya función es no estorbar, no preguntar, no pedir aclaraciones.
Los medios de comunicación, los grandes medios, tienen una gran responsabilidad en esta profunda crisis de Occidente, porque en la mayoría de los casos han dejado de ser lugares de debate interno e información basada en hechos y claramente diferenciada de la opinión, para convertirse en apoyos de la cultura de la desvinculación y de la alianza del liberalismo cosmopolita y la progresía de género.
En algunos casos lo han hecho por afinidad y en todos por beneficio económico, porque a lo largo de este siglo ha sido aquella alianza la que ha tenido en sus manos, la mayor parte del tiempo, las políticas públicas y, por tanto, los recursos del Estado.
Todo esto, esta gran crisis occidental, puede acabar muy mal, y nos lo habremos buscado nosotros, unos por acción, otros por omisión, y los menos porque no hemos sido capaces de construir algo suficientemente sólido para que se constituyera en una alternativa. Pero también puede acabar muy bien, después de un interregno más o menos agitado, porque habiendo roto el hielo que cubría el mar y el suelo, no sólo se mueven las aguas, sino que pueden volver a florecer las siete flores.
