A las 18:00 h. hora local (12 h. hora de Washington), ¿empieza a cambiar el mundo?

A esa hora se producirá primero el juramento de JB Vance ante el juez del Tribunal Supremo, Brett Kavanaugh, e, inmediatamente, lo hará Trump como presidente ante el juez John Roberts. Si hacemos caso de los medios de comunicación, sobre todo de aquellos que se alinean más o menos con la progresía, a partir de ese momento el mundo cambiará a peor. De hecho para muchos de ellos el cambio ya comenzó con la victoria de Trump, que, por cierto, no fue pequeña: obtuvo el 49,9% y superó a la vicepresidenta y candidata Kamala Harris por más de dos millones de votos.

La progresía ya ha definido la victoria de Trump como la “derrota de las minorías raciales, los grupos LGTBIQ+, las mujeres que necesitan abortar, los ecologistas, la Unión Europea, Groenlandia, Canadá, México y China” .

Según esta narrativa, todos estos colectivos están en contra de Trump, salvo el de los hombres blancos ricos, una descripción que encaja muy mal con el votante real del republicano y los millones de votos de ventaja sobre Kamala Harris, a menos que los Estados Unidos estén poblados por una inmensa mayoría de personas bajo estas condiciones.

Por otra parte, no todos los «derrotados», reales o presuntos, lo tienen tan claro. Por ejemplo, el gobierno autónomo de Groenlandia, la isla más grande del mundo y dependiente de Dinamarca, ha solicitado reunirse con la nueva administración, no tanto para ser absorbidos como para llegar a acuerdos, incluso por encima del gobierno de Copenhague, del que técnicamente dependen.

China, por su parte, ha roto la tradición y ha enviado uno de sus cargos más altos a la toma de posesión, algo insólito. Asimismo, destaca la invitación extraordinaria a la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, mientras que la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha quedado fuera de la lista de invitados.

Hasta ahora, el juramento y toma de posesión del presidente de Estados Unidos era un acto reservado, con raras excepciones, a los ciudadanos estadounidenses, y no se invitaba a personalidades de otros países, salvo en casos muy concretos.

La progresía también ha establecido que, si bien Trump no será un dictador, sí que será un líder autoritario y oligárquico. Parece que sólo con Trump el gran capitalismo está presente en el Gobierno de Washington, lo que sería una tomadura de pelo si nos lo creyéramos.

Basta recordar cómo, en plena crisis económica, Obama, uno de los pocos símbolos progresistas que aún mantiene prestigio, se rodeó en el área económica de destacados dirigentes procedentes de Wall Street, el epicentro de la crisis causada por las hipotecas subprime. Pero, claro, Obama pertenecía al gremio de la progresía, por lo que le dieron el Premio Nobel de la Paz cuando tenía tres intervenciones militares en curso, tres nada menos, mientras que Trump, visto como un peligroso acosador, cerraba conflictos. Es evidente que para los medios de comunicación progresistas, unos cardan la lana y otros se la llevan.

El pasado sábado, como sucedió durante el primer mandato, se llevó a cabo una manifestación preventiva convocada por una amplia alianza de opositores, pero sólo logró reunir, según los organizadores, a unas 50.000 personas, ocho veces menos que la primera manifestación de ese tipo durante el mandato anterior de Trump.

Esto señala algo significativo: según el diario The New York Timeslas políticas del republicano tienen ahora más apoyo entre los ciudadanos que cuando ganó las elecciones. Los demócratas, tras una derrota que vieron venir lentamente, todavía siguen noqueados.

La presidencia de Estados Unidos estará liderada por la persona de mayor edad al llegar al cargo, ya que Trump cumplirá 79 años en cinco meses. En contrapartida, su gabinete tiene una edad media de 54,1 años, una de las más bajas de la historia. Destaca especialmente el vicepresidente Vance, de tan sólo 40 años, ya considerado candidato oficioso en la Casa Blanca para 2028, aunque esto es mucho presuponer en una administración tan acelerada como la de Trump. Es relevante que el líder republicano gobernará en una ciudad, Washington DC, que votó a favor de Harris con un 92% de los votos.

Leyendo diarios como El País o La Vanguardia, uno llega a la conclusión de que los estadounidenses han votado por “rebajar los impuestos a los ricos, reducir el gasto social, someter a depuración ideológica a los funcionarios, utilizar la policía y la justicia para perseguir a los enemigos y presionar a los medios de comunicación convencionales” (sic). Es realmente sorprendente cómo han votado más de 77 millones de personas básicamente en su contra, y engañadas, por supuesto, por las redes sociales y los infiltrados de Putin, o algo así.

Lo interesante es cómo el Sur Global, antes llamado Tercer Mundo, ve con gusto  el cambio de presidencia, moviéndose entre la satisfacción y una actitud favorable. Sin embargo, los más preocupados son los aliados históricos de Estados Unidos, como la Unión Europea y el Reino Unido.

Aunque Europa debería estar encantada de que un presidente como Trump intente negociar con Putin para terminar la guerra de Ucrania, poner fin a la masacre de Gaza o calmar las tensiones entre China y Taiwán, no es así. La élite que dirige Europa parece más interesada en aumentar el conflicto con Rusia, misterios de las políticas de las élites.

En este contexto, el feminismo de género más militante, como el que expresa Mariam Martínez-Bascuñán en El País, critica ya lo peor de Trump y su círculo de oligarcas: su “masculinidad vieja” y su rechazo a la cooperación y el cuidado, características supuestamente feministas. Este feminismo de género, cada vez más fracasado, parece más centrado en salvarnos de la masculinidad que en profundizar en la feminidad.

Por último, en clave interna, La Moncloa ha anunciado que Sánchez visitará el Foro de Davos para llevar su batalla contra «la internacional ultraderechista». Es una magnífica ocasión para hacer frente a Trump, el padre de todos los derechismos habidos y por haber. Habrá que ver si Sánchez realmente confronta al nuevo presidente de Estados Unidos o si deja su cruzada para consumo interno.

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