Para entender a Rusia con el mínimo esfuerzo, si es que esto es posible, un libro es absolutamente necesario. Se trata de Rusia y sus imperios 1894-2005 de Jean Meyer, en el cual el autor traza la historia desde el final de la Rusia de los zares hasta Putin. Un texto que impresiona por su desbordante información, presentada en términos bien articulados, que lo convierten en un instrumento excepcional para la interpretación de la actual Rusia.
Europa, Rusia y la guerra de Ucrania: entre la historia y la geopolítica
Hoy podemos constatar, por ejemplo, la diferencia entre el poder militar de la URSS, que dio lugar al nacimiento de la OTAN para hacerle frente, y la poca capacidad de medios convencionales de la Rusia actual. En la década de los 70, la URSS tenía una flota y una aviación casi equiparables a las de Estados Unidos y superaba ampliamente las capacidades europeas. En cuanto a blindados, gozaba de una superioridad formidable. De hecho, se decía que la URSS podía llegar rápidamente hasta París en una ofensiva terrestre, apoyada por el control de los países del Pacto de Varsovia: República Democrática Alemana, Hungría, Checoslovaquia, entre otros.
Hoy, esa imagen dista mucho de la realidad. Rusia está luchando por ganar terreno ante un ejército ucraniano que ha sido forjado en la propia batalla. Es evidente que la gran capacidad bélica de la URSS fue también una de las causas de su autodestrucción, cuando el peso de su sector militar-industrial superó los límites de lo soportable.
El miedo a Rusia: ¿lógica histórica o exageración política?
Si es así, la pregunta que surge es: ¿por qué la mayoría de los gobiernos de Europa, sobre todo en el norte y en el este, están tan preocupados por el riesgo de una invasión rusa?
En algunos casos, esta preocupación es lógica a causa de la memoria histórica. De la misma forma que Rusia tiene su memoria centrada en las agresiones procedentes de Europa —desde los caballeros teutones, pasando por Suecia en tiempos de Pedro I de Rusia, la invasión napoleónica y las dos invasiones alemanas durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial-, Europa también recuerda los sufrimientos del pasado. Por eso, Rusia necesita un hinterland neutralizado en sus fronteras, papel que hoy juegan Bielorrusia y, potencialmente, Ucrania.
Ahora que Finlandia ha abandonado su neutralidad, resulta lógico que Polonia, reiteradamente maltratada por los zares y la URSS, observe con aprensión cualquier movimiento militar ruso, por pequeño que sea. Lo mismo ocurre con las repúblicas bálticas, que temen que una penetración de pocos kilómetros pueda dejarlas prácticamente sin territorio.
Pero más allá de estas psicologías nacionales, la actual voluntad armamentista de Europa, expresada por las élites comunitarias, países nórdicos, Reino Unido, Francia y una Alemania que actúa como fiel de la balanza, demuestra una clara apuesta por la militarización. Incluso Pedro Sánchez, aunque suele predicar más que actuar, se ha alineado con esta postura, pese a que su gasto público en defensa sigue siendo muy inferior al 2% del PIB, cifra que ya se considera insuficiente.
La relación histórica entre Europa y Rusia
La idea de que Europa debe alcanzar una capacidad de defensa autónoma no es nueva, pero no debería construirse contra Rusia, sino afirmando las capacidades militares europeas. Europa y Rusia han sido socios históricos durante décadas, incluso en los tiempos de la Guerra Fría y bajo el régimen de la URSS.
En la década de los 70, durante el período de Brejnev, los intercambios comerciales entre Europa y la URSS ya eran muy importantes. La energía rusa —petroleo y gas— garantizaba el suministro ante posibles inestabilidades en los países árabes, como ocurrió durante las crisis del petroli dels anys 70 crisis del petróleo de los años 70. Por tanto, el suministro energético ruso, especialmente en el caso de Alemania, no es un fenómeno reciente, sino la continuación de una tendencia natural: comprar recursos energéticos a Rusia y venderle productos industriales.
Las raíces de la guerra de Ucrania
Si observamos la guerra de Ucrania desde el inicio de la invasión rusa, nunca tendremos una explicación lo suficientemente razonable para entender qué llevó a Rusia a tomar esta decisión extrema.
Debemos remontarnos al Maidán, el golpe de estado que depuso al presidente y al gobierno ucraniano prorúso. No lo hemos calificado como golpe porque fue de inspiración occidental, concretamente con una participación activa de la CIA, que financió a las fuerzas más derechistas y extremas para liquidar el gobierno. La presencia de la extrema derecha en ese movimiento y, posteriormente, en la vida política y militar ucraniana, es una realidad innegable. Algunas unidades combatientes de este signo, como el batallón Azov, son prueba de ello.
Yanukovich, el presidente depuesto, que era considerado proruso, fue destituido de forma ilegal tras intensas protestas conocidas como el Euromaidan, que empezaron en noviembre del 2013 cuando decidió no firmar un acuerdo de asociación con la Unión Europea, optando en lugar de eso por fortalecer los lazos con Rusia.
El conflicto escaló rápidamente, resultando en enfrentamientos violentos entre manifestantes y fuerzas de seguridad, lo que finalmente llevó a la destitución de Yanukovich el 22 de febrero del 2014, después de que huyera de Kiiv y buscara refugio en Rusia.
Desde entonces, se llevó a cabo un proceso de “desrusificación” muy agresivo, atacando la lengua y cultura rusas, especialmente en las regiones orientales.
Existió una oportunidad perdida cuando la Unión Europea rechazó un posible acuerdo económico a tres bandas entre Ucrania, Rusia y Europa. Este acuerdo habría permitido un desarrollo equilibrado en armonía con los intereses rusos y europeos. Sin embargo, la negativa europea y la presión occidental forzaron a Ucrania a elegir entre Rusia y Europa, lo que resultó en una confrontación que todavía hoy pagamos.
La necesidad de una paz pragmática
Una Ucrania neutral, con acuerdos económicos entre Europa y Rusia, permitiría una cooperación positiva para todas las partes, especialmente para el devastado país ucraniano. Pero para ello es necesaria la paz, aunque esto ocurra por la cesión de territorios actualmente ocupados por Rusia, algo que, históricamente, no ha establecido precedentes catastróficos.
Rusia no es la URSS, ni tiene la capacidad ni el interés de invadir Europa. Sin embargo, si Europa sigue empujando a Rusia hacia los brazos de China, estará entregando el país más extenso del mundo a la segunda potencia mundial y la más poblada, lo que sí supondría un riesgo real a medio plazo.
Una dirección política desconectada
La dirección actual de la Comisión Europea y buena parte de los gobiernos europeos representan unas élites políticas desvinculadas, con una agenda propia que se impone a través de los medios de comunicación. Estas élites no sólo marcan la agenda, sino que manipulan la percepción pública.
Europa necesita paz en Ucrania y un buen acuerdo de cooperación con Rusia, porque Rusia no es nuestro enemigo. Y no puede serlo. Por el contrario, Rusia debe ser nuestro socio, si bien antes es necesario alcanzar una paz aceptable para Ucrania y Rusia. Está sobre todo en manos de Estados Unidos conseguirlo, lo que por sí solo señala el error de Europa de predicar una guerra que no puede proseguir ella sola.