La victoria de Donald J. Trump en las elecciones norteamericanas de este año está generando en Occidente una sensación de que el fin de la guerra en Ucrania se acerca.
El próximo mes de febrero marcará el triste tercer aniversario de la invasión rusa de Ucrania y el comienzo de una guerra que ha arrasado al país, vaciándolo de su población (se estima que en Ucrania residen actualmente unos 30 millones de personas respecto a los 40 con que contaba en 2014) y generando en torno a un millón de bajas militares (muertes, heridos y desaparecidos) entre ambos bandos, de los que se calcula que más del 70% corresponden al atacante, Rusia.
Los últimos doce meses han sido particularmente duros para Ucrania, ya que han estado marcados por la iniciativa estratégica y un constante goteo de pequeñas conquistas por parte de Rusia. Esto pese a la campaña relámpago lanzada por Ucrania en la región rusa de Kursk, que como ya anunciamos entonces fue el primer indicio de que Kiev se preparaba para una próxima apertura de negociaciones.
La posibilidad de una vía diplomática que ponga fin a la guerra comienza a calar no sólo en Estados Unidos, sino también en Europa e incluso en la propia Ucrania. La última encuesta elaborada por Gallup indicó que, por primera vez desde la invasión rusa, una ajustada mayoría de ucranianos (52%) prefieren que su gobierno negocie un fin rápido en el conflicto en vez de proseguir la lucha armada.
Las capitales europeas, preocupadas por el declive económico y con presupuestos menguantes debido a la elevada deuda pública, se preguntan cómo poner punto y final al conflicto de la forma más aceptable posible. Aunque la posición oficial sigue siendo en general que Rusia debe retirarse a las fronteras de 1991, se entiende que esta posibilidad es cada vez más remota.
Entre el equipo de política exterior del presidente electo Donald Trump va tomando forma la idea de una línea similar a la que separa a las dos Coreas desde 1953, y que implica un acuerdo “temporal” sobre las nuevas fronteras. Es esperable que el acuerdo de Rusia dependa, al fin y al cabo, del trazado que siga esta línea. La otra gran pregunta que esta solución implica sería cómo se garantizaría el respeto de esta separación.
Para los consejeros de Trump, la opción de enviar tropas estadounidenses está excluida de entrada. La opción preferida en el pasado, la de los cascos azules de Naciones Unidas, también parece imposible debido al bloqueo que atraviesa el Consejo de Seguridad. La única alternativa parece una misión militar europea, y que -quizás- tendría una contraparte china o de otro país cercano a Rusia.
La posibilidad de enviar una fuerza de paz europea a Ucrania debería brindar un nivel de disuasión en principio suficiente para evitar que Vladimir Putin o su sucesor lanzara un nuevo intento desesperado para que Ucrania volviera a la órbita de Moscú.
Que Europa asuma esta misión permitiría también a Bruselas influir de forma más efectiva en el proceso de paz, aunque, considerando la ceguera estratégica que el Viejo Continente ha demostrado en los últimos tiempos, es legítimo preguntarse si esa ventaja sería verdaderamente explotada en beneficio de los europeos.