Independientemente de quien salga vencedor en las elecciones del martes en Estados Unidos, más le valdría a Europa que quien se siente con el próximo presidente estadounidense tenga una misma concepción de la política que el candidato republicano Donald J. Trump.
No se trata de la grosería o prepotencia que salpican la personalidad del 45 presidente de Estados Unidos, sino de su forma de entender y de desplegar la acción política.
En un mundo de ovejas, que los dirigentes de un país sean ovejas puede resultar pasable. Pero, ¿qué sucede cuando el corral se llena de lobos?
La clase dirigente europea sería un rebaño de ovejas que dedican su día a pacer -ovejas afectadas de soberbia aguda, eso sí. El problema es que una vez que los lobos comienzan a entrar en el corral, las ovejas, por muy orgullosas que sean, se encuentran desprotegidas.
En pleno siglo XXI, el mundo se ha llenado de lobos, o tomando la expresión del pensador liberal Francis Fukuyama al inverso, el fin de la historia ha terminado.
Pero, para desgracia de los europeos, Europa sigue actuando como si el orden internacional liberal y los valores progresistas dominaran el mundo. Como si estuviéramos todavía en plena década de los 90 del pasado siglo.
Los criterios y soluciones de Europa se han convertido en totalmente inadecuados como brújula política, obsoletos para afrontar el siglo XXI con un mínimo de garantías.
La respuesta arquetípica del Viejo Continente a cualquier problema que se le plantee, la regulación, es paradigmática de este comportamiento propio de ovejas que han olvidado que existen los lobos: ¿cuál de ellas se asegurará que las bestias respeten el reglamento de turno? , ¿y cómo actuarán para impedir los abusos de los lobos?
En Estados Unidos, Donald Trump escenifica el gran retorno de la política basada en el interés nacional, como su emblemático lema “America Primer” simbolizaba tan bien.
Las ovejas -europeas y norteamericanas- se indignaron contra este principio egoísta y superado, sin darse cuenta de que situar los intereses de su país en primer lugar no sólo es lo que hacen todos los estados que se hacen respetar, sino también el deber de todo gobernante hacia sus ciudadanos.
El siglo XXI es el del retorno de una política que va a la esencia, esto es, a relaciones basadas en el poder respectivo de las partes implicadas. Es la «power politics» de los anglosajones o el «rapport de fuerzas» de los franceses.
Esta forma de entender las relaciones repugna a los ideólogos progresistas, pero en realidad es la que ellos mismos aplican contra los disidentes internos. Y es que incluso las ovejas dominantes pueden oprimir a las demás -siempre que no haya ningún lobo al acecho.
Europa no quiere darse cuenta de que la mejor defensa de las políticas ferozmente pronorteamericanas que Donald Trump desplegará si vuelve a ganar es jugar con la misma carta.
Hablando de tú a tú con Trump de forma constructiva y sin tapujos, poniendo los intereses de cada parte sobre la mesa, podríamos incluso hacer avanzar la relación bilateral entre Europa y Estados Unidos, una alianza indispensable, al fin y al cabo, para ambas orillas del Atlántico.